El presente texto es principalmente una reflexión en cuanto a los “espectros digitales” causados, actualmente, por el distanciamiento social y el acercamiento tecnológico. Una reflexión concerniente a los cambios que han tenido las actividades musicales, involucrando tecnologías y conciertos telemáticos, debido a los protocolos de cuarentena a nivel mundial.
Como todo arte temporal la música no escapa al acontecimiento, su propósito no es otro que el acontecer, o por lo menos así lo era hasta antes de la grabación mecánica, electrónica y posteriormente digital. Sí se quería escuchar música ésta debía ser producida por alguien, es decir implicaba una presencia. Sin embargo, con la llegada de los medios de grabación, como el fonógrafo, la presencia se convirtió en ausencia, el sonido se desprendió de su fuente y, más allá de la fuente, también se desprendió de la acción, el sonido se transformó en un espectro. Con la grabación, los sonidos se desprendieron de los límites del acontecer en un espacio y tiempo determinados, vinculados a su producción, siendo cada vez más común aproximarse al sonido como un fenómeno de reproducción.
Es claro que las maneras de escuchar también han cambiado con las implementaciones tecnológicas. Hay que recordar que las tecnologías suelen implicar producción, reproducción y comunicación, por lo que no es de extrañar que las maneras de escuchar cambien con cada implementación tecnológica. Sin olvidar, que a veces la implementación tecnológica puede depender de una necesidad, como se desarrollará más adelante.
Desde que la música dejó de ser un acontecer temporal, determinado por un espacio y tiempo fijos, quien escucha puede explorar cualquier obra sonora sin que esté obligado a participar del devenir temporal de la misma. Se puede escuchar cualquier obra en cualquier momento del día y en cualquier lugar sin importar si se está en la cama, en un carro, en la ducha o en un avión, por nombrar algunas situaciones (Frith, 2014).
Ahora, la situación actual a la que nos enfrentamos, la mayor parte de la población del planeta, es a la del confinamiento a causa de un virus (COVID-19). Esto implica que las actividades diarias se han visto reducidas al las que se puedan desarrollar desde cada uno de nuestros hogares; por lo que conciertos, teatros, cines, clases, tertulias y otras actividades han sido canceladas, en muchos casos de manera indefinida, o desarrolladas de manera virtual. Sin embargo, cuando se vive de, por y para el arte, no se puede dejar de ser artista y la creatividad, o la necesidad de compartir e interactuar, se comienza a rebozar y a obligar, hasta cierto punto, a buscar maneras de liberar ese caudal creativo y de compartir. Así, que actualmente cada vez es más común encontrarse en las redes sociales con conciertos o sesiones de improvisación de manera virtual y remota. Diversas plataformas son utilizadas, podría decir que a diario, para llevar a cabo dichos encuentros. Aunque hay mucha gente que ya hacía una implementación de estas plataformas para la realización o presentación de obras o ensayos telemáticos, también hay muchas más que apenas están empezando a explorar esta manera de hacer y compartir arte. En este caso, la tecnología ya existía pero su implementación, hasta cierto punto, empieza a responder a una necesidad, la necesidad de seguir siendo artistas, que no es otra más que la necesidad de hacer y compartir arte.
En resumen, el presente texto se plantea una reflexión inmersa en la situación actual del planeta en cuanto a las prácticas musicales llevadas a cabo por medio de plataformas de streaming para la realización de ensayos y conciertos telemáticos.
Hace unos días leía una discusión concerniente al concepto de “tiempo real” vi varias respuestas que abordaban al tema, muchas relacionada bien sea a conceptos estéticos, técnicos o semánticos. Por otro lado, me preguntaba si acaso podía existir algo como “tiempo real”, el cerebro no está afuera percibiendo el mundo, lo percibe por medio de los sentidos (Damasio, 2010) y aquí se crea una comunicación altamente compleja entre estímulos y procesos. Así que si hay una mediación debería haber algo de latencia, es muy probable que mi presente sea el de hace unos cuantos milisegundos, por poner una medida, en el pasado.
No indagaré en conceptos neurocientíficos pero esta reflexión igual me pareció muy pertinente, ya que el concepto de latencia no es ajeno para las personas que usamos plataformas de streaming y tratamos de realizar algún tipo de concierto o ensayo. Y aquí el concepto de “tiempo real” se vuelve más irreal ¿cuál tiempo es el real, el de la persona que escucho y observo por medio de un dispositivo o el mío? Y ¿por qué uno debe ser más real que el otro?
El punto es que este tipo de dislocación temporal se ha vuelto algo habitual para los usuarios de estas plataformas. Muchas personas ven como un problema la latencia, esto porque conceptos como el de pulso, tan común en las prácticas musicales, tienen que ser replanteado. Es cierto que el llevar un pulso común entre varias personas en donde hay diferentes problemas de medios, como los equipos, así como de recursos, velocidad de conexión, es todo un reto. Sin embargo, no creo que sea algo a ser rechazado, me parece que es una oportunidad para replantearse el quehacer musical, o la música misma. Creo que es un fenómeno muy similar al que ocurrió al poder grabar una obra musical, la obra pasó de ser una performance a ser un producto. El disco se volvió un ideal de lo que la obra podría ser y no de la realización en vivo de la misma (Frith, 2014).
Para personas como yo, que llevamos a cabo prácticas musicales como improvisación libre o música indeterminada, el pulso, o la latencia de pulso no es un problema, esto no quiere decir que el mundo entero deba dedicarse a la improvisación libre o al indeterminismo pero creo que sí debe haber una reflexión en cuanto a la práctica misma. El problema no creo que sea la latencia, la latencia es algo que está ahí y que es una cualidad del medio utilizado, el problema es tratar de usar un medio con unas características y querer que se comporte como si no las tuviera.
Algunas personas, en una negación a la latencia, utiliza maneras de ensamblaje asincrónicas, en donde cada persona graba su parte y luego otra se encarga de ensamblarlas, las llamadas pantallas divididas, recurso desgastado y abusado. De todos modos, este recurso permite la idea de un pulso común muy cómodo para el resto del grupo y el ensamblaje de la obra. Sin embargo, la reflexión es la misma ¿tiempo real? Cada persona graba su parte en cualquier día o momento del día pero con un pulso simil al de sus compañeros ¿cuál es el tiempo real? De todos modos creo que estas prácticas hacen evidente lo que ya venia sucediendo con la grabación y producción de obras sonoras, la mayoría de las veces son un collage de momentos sonoros que alguien se encarga de “arreglar” de acuerdo a unos ideales estéticos y técnicos para posteriormente ensamblarlos. Pero, así como la grabación modificó la producción de la música por medio de una versión idealizada ¿por qué no asumir la latencia, o la irrealidad del tiempo, como algo natural de este nuevo quehacer musical? Abordar todo esto como una cualidad y no como un defecto.
Si la latencia era un problema que abordé principalmente desde la cuestión del pulso hay otro elemento que no escapa a la misma y es la imagen. Cuando se hace un concierto telemático se tiene otra condición y es que la otra persona se percibe de manera mediada, mediada por un equipo que sirve de terminal para realizar una conexión remota. En este caso, la imagen del otro suele congelarse o existe un desfase entre imagen y sonido. Es decir, que en estas circunstancias el gesto sí implica una comunicación, pero una dislocada por las características de la conexión. Debo aclarar que en el mejor de los casos se logra ver todo el tiempo al “otro” pero lo más común, y más aun si hay muchos intérpretes al mismo tiempo, la imagen del otro o no se ve o se hace muy difícil de observar debido a su posición en la pantalla, por lo que el “otro” se vuelve una imagen difusa que se sabe que está ahí pero no con claridad.
Todo esto nos lleva a valernos principalmente de la escucha como medio para interactuar con los demás, y no es que antes no lo fuera, pero para nadie que haga música en comunidad es un secreto que la gestualidad comunica y ayuda a tomar algunas decisiones en vivo (Mora-Betancur, 2020). Aquí el “otro” es más bien un espectro, algo difuso y poco claro, una entidad que aparece y desaparece, a veces sin dejar rastro y otras dejando una imagen.
Con la audición como punto de referencia también suceden cosas curiosas, como lo serían la adición de información al mensaje por medio del ruido (Shannon & Weaver, 1964) pero ¿ese sonido es parte del sonido del otro o es un ruido ajeno? si yo escucho ese ruido cada vez que el otro toca ¿no hará parte de su sonido? ¿cuál es el sonido musical y cuál es el no musical? ¿hay sonidos no musicales? Aquí vale la pena tener un pensamiento más bien abierto y preguntarse ¿qué puedo hacer con esta herramienta? ¿cómo puedo aprovechar las características de este medio para mi interpretación? (Kelly, 2009).
Tenemos que tener en cuenta que juzgamos la sonoridad dada por estas plataforma con criterios estéticos ajenos a las mismas. Se compara muchas veces la “calidad” del sonido con un sonido en vivo, cosa que evidentemente no es en el sentido de presencia física sino en el del espectro digital o, por otro lado, se juzga al sonido como si todo el mundo pudiera contar con los medios ideales en cuanto a dispositivos sonoros y recursos de conexión, cosa que es solo eso, un ideal. Caso similar ocurre con las plataformas de música, la calidad sonora suele ser muy inferior a la de un vinilo o un CD pero al parecer a la mayoría de la gente no parece importarle ya que la baja calidad ahorra datos de internet y espacio de almacenamiento, creo que lo importante para los usuarios habituales de estas plataformas lo principal no es la “calidad” sino poder cargar constantemente con algo así como su banda sonora. En todo caso, lo importante es no dejar de hacer música y aprovechar los recursos que se tengan a disposición, estar abierto a ese universo sonoro que siempre ha estado ahí pero que sólo espera a que callemos y podamos escucharlo con oídos y mente abierta.
Para cerrar, quiero concluir con algo de temor pero a la vez de esperanza. La situación actual nos ha llevado a alejarnos cada vez más los unos de los otros. Las fronteras de los países se han cerrado, la vida social se ha visto interrumpida por el aislamiento, a muchos nos han cancelado conciertos, eventos académicos y hasta ensayar se ha convertido en una odisea. Además de esto, al parecer a nivel general ha surgido un rechazo y miedo totalmente absurdo en contra de las personas que trabajan en los servicios de salud. El miedo siempre ha llevado al comportamiento irracional, y al cerrarse. Los gobiernos han tomado medias de aislamiento y de estrictas normas de control que antes ningún gobierno democrático habría llevado a cabo. Se entiende que estas decisiones son tomadas como medidas preventivas en unos casos y de contención en otros, lo cual está bien pero ¿el poder y el control que tienen ahora los gobiernos serán cedidos en cuanto pase el riesgo de contagio?
Se ha debatido mucho si la sociedad cambiará después del COVID-19 unos afirman que el capitalismo morirá y otros que no, unos van por una sociedad más solidaria, ya que el enemigo en este caso en verdad es común, y otros afirman que lo que nos espera es estar cada vez más aislados (Madeo, 2020). Por mi parte, espero que estas formas remotas de hacer arte, de interactuar con el otro, el otro como igual, sigan proliferando cada vez más, ya que este es por lo menos un medio para no olvidar lo que ya habíamos logrado, el estar conectados, el olvidarnos de las fronteras, de la rasa, del género y de muchas cosas más. La idea siempre ha sido hacer música e intercambiar con el otro como un igual y nada más. La respuesta al miedo debe ser la apertura.
Bibliografía:
- Damasio, A. (2010) Y el cerebro creó al hombre ¿cómo pudo el cerebro generar emociones, sentidos, ideas y el yo? Editorial Destino, Barcelona.
- Frith, S. (2014) Ritos de la interpretación. Editorial Paidos. Buenos aires, Argentina.
- Kelly, C. (2009) Cracked Media. The sound of malfunction. The MIT Press, EEUU.
- Madeo, P. (2020) Sopa de Wuhan. ASPO
- Mora-Betancur, G. (2020) Reflexiones en cuanto a la escucha y el gesto en la construcción intersubjetiva de la improvisación libre. Sulponticello.com
- Shannon, C. & Weaver, W. (1964) The Mathematical Theory of Communication. Illinois press.
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