Este texto está pensado como un reflexión pero también como un homenaje a la memoria de R. Murray Schafer. Aquí se reflexiona en cuanto a lo efímero de la existencia así como la de los sonidos y la relación entre esta caducidad inevitable de estos con el paisaje sonoro.

Gabriel Mora-Betancur
1 noviembre 2021
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Para la sensibilidad oriental ni la constancia del ser, ni la perduración de la esencia hacen a lo bello. No son ni elegantes ni bellas las cosas que persisten, subsisten o insisten. Bello no es lo que sobre sale o se destaca, sino lo que se retrae o cede; bello no es lo fijo, sino lo flotante. Bellas son las cosas que llevan las huellas de la nada, que contienen en sí los rastros de su fin, las cosas que no son iguales entre sí mismas. Bella no es la duración de un estado, sino la fugacidad de una transición. Bella no es la presencia total, sino un aquí que está recubierto de una ausencia. (Han, 2019, p. 53)

En efecto, como afirma Han, bellas son las cosas que cargan las huellas de la nada, las cosas o situaciones recubiertas de ausencia. Aquello que surge y se desvanece dejando tal vez una huella en la memoria. Creo que es válido pensar que puede haber una relación directa entre este tipo de ausencia o esas huellas de nada en el sonido en sí. El sonido necesita del tiempo para desdoblarse y de un perceptor para así mismo ser percibido como tal, sin tiempo y sin mente ¿habría sonido? Probablemente este tipo de pensamientos se acerquen más a un Koan, sin embargo creo que son inquietudes válidas.

De acuerdo a Toop (2016): “El sonido es energía desatada pero también la perpetua emergencia y el desvanecimiento, crecimiento y decadencia de la vida y de la muerte.” (p. 19) bajo esta perspectiva, más occidental, la naturaleza del sonido implica ese surgimiento pero también esa disolución en una nada. Teniendo en cuenta esto, pienso que el sonido es un tipo de  energía que por un momento atraviesa nuestra mente dejando una huella efímera que poco a poco va transformándose, desvaneciéndose gradualmente. Un recuerdo que no se sabe que puede ser tanto testigo como actor.

Curiosamente, todo esto me hace pensar en la música de Morton Feldman y la manera en la que aplicaba de manera magistral su obsesión con los patrones y las repeticiones no iguales. En su música existen muchas repeticiones que para un oído descuidado podrían parecer siempre lo mismo, en la gran mayoría de los casos hay micro variaciones, bien sea por un silencio que aparece en donde tal vez no debería aparecer o porque algo del patrón cambio tal vez muy tímidamente, casi sin ser notado.

Creo que somos ondas en un estanque infinito al que llamamos vida y probablemente lo que queda de nosotros son las ideas que se hacen las personas de lo que fuimos o de lo que se cree que fuimos. Como un sonido ya extinto que cruzó en algún momento por la mente de una persona y ahora no se sabe si su recuerdo del mismo es real o imaginado. Como menciona Han (2019): “Bello es ante todo el encanto doloroso de su caducidad” (p. 51).

Y aquí el papel que desempeña la memoria sigue siendo importante, no solo como ese lugar en donde el recuerdo persiste pero al mismo tiempo va cediendo hacia la nada, lo brumoso o el vacío, sino también, porque es precisamente esa cualidad de lo indiferenciado lo que hace que se valore lo que se percibe y las vivencias diarias, el apreciar el canto de las aves o correr de un arroyo. Como menciona Freud, cada desarrollo tecnológico termina siendo una extensión de los sentidos, y de la memoria ¿o qué otra cosa es una grabación? Esa necesidad de presencia en ausencia y de volver a una experiencia pasada es probable que haya fomentado dichos desarrollos tecnológicos pero también el incentivar al ser humano a tratar de recrearlos por otros medios como la pintura o la misma música. Como menciona David Toop:

Los músicos han reflejado siempre sus entornos en maneras que son incorporadas en la estructura y el propósito de la música. Sus orígenes, no verificables, se localizan para la mayoría de los musicólogos en sonidos bioacústicos o meteorológicos, o en el lenguaje. En su libro La música y la mente, luego de un agudo examen de las distintas teorías sobre el origen de la música, Anthony Storr formula la siguiente conclusión: “Nunca será posible establecer con certeza el origen de la música humana. Parece probable, sin embargo, que la música se haya desarrollado a partir de los intercambios prosódicos entre la madre y su bebé, intercambios que fomentan el vínculo entre ellos”- De este modo, sonidos que describiríamos como ambientales, funcionales o misteriosamente extraños sentaron las bases de la creatividad musical. (Toop, 2016, p. 14)

Para mí lo hasta aquí dicho tiene una relación directa con el paisaje sonoro y la actitud hacia éste propuesta por R. Murray Schafer, de acuerdo con él “Un paisaje sonoro es una colección de sonidos, casi como una pintura es una colección de atracciones visuales”. No obstante, no hay que olvidar que ésta es una colección efímera, y que en su naturaleza están las huellas de la nada. Estos sonidos ocurren en un lugar y momento determinados y, por lo tanto, requieren de cierto tipo de actitud bien sea como escuchas o inevitablemente, como productores de sonidos.

En el paisaje sonoro los sonidos nacen y hacen parte de un lugar, le dan su identidad o qualia, no obstante éstos son fugaces en algunos casos, dependiendo de ciclos reproductivos de animales, estaciones u otros factores que no controlamos. Asímismo, estos paisajes pueden ser totalmente destruidos por la intervención humana. De ahí la preocupación por dos tipos de problemas. Uno sería la escucha, puesto que debe existir una consciencia de nuestro entorno sonoro, cómo es habitada y modificada esta sonoesfera en la que estamos. En cuanto a la escucha creo que Graciela Paraskevaídis lo expone de manera magistral al decir que:

Para mí, la experiencia auditiva es tanto punto de partida como meta. La música debe ser escuchada, pero escuchar no quiere decir solamente a través de los oídos, sino que significa fundamentalmente escuchar con todo el cuerpo. A veces, esto puede ser muy agresivo. Se puede escuchar también con las entrañas o con la cabeza, según el caso. Se le puede comprender con la cabeza o percibir sensorialmente. (p.22)

El segundo problema, o preocupación de Schafer concierne a la memoria. Los sonidos son efímeros, duran lo que tienen que durar y se desvanecen en el tiempo. En un principio si no se tenía ningún dispositivo tecnológico que extendiera la memoria, como el fonógrafo, todo era parte, trabajo y responsabilidad de la memoria; ¿cuántos paisajes sonoros habrán desaparecido de los que ya no quedan rastro? ¿Cuántos habrán cedido ante la nada? De ahí la necesidad de registrarlos, de estar en la memoria de alguna manera.

Hace unos días R. Murray Schafer se hundió en el gran silencio, cedió su lugar en el mundo. Sin embargo, nos queda su memoria, la inquietud que dejó a muchas personas en cuanto a lo concerniente con respecto al mundo sonoro que habitamos, pero también del cual somos responsables, “De alguna manera el mundo es una enorme composición musical que suena todo el tiempo sin principio y presumiblemente sin un final.”

Bibliografía:

  • Han, Byung-Chul (2019) Ausencia: Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente. Caja Negra.
  • Paraskevaídis, Graciela (2014) Estudios sobre la obra musical de Graciela Paraskevaídis. Comp. Omar Corrado. Gourmet Musical.
  • Schafer, R. Murray (2009) Listen. Web: https://youtu.be/rOlxuXHWfHw
  • Toop, David (2016) Océano de sonido: Palabras en el éter, música ambient y mundos imaginarios. Caja Negra.
  • Toop, David (2016) Resonancia siniestra: El oyente como médium. Caja Negra.

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