Tomando como pretexto esta época del año y los conciertos de live coding, o más bien, un concierto en el particular al que asistí, aprovecho este espacio para reflexionar en cuanto a conceptos como comunidad, tecnodiversidad y en particular sobre la música como elemento fundamental para la creación de vínculos sociales.

Gabriel Mora-Betancur
1 diciembre 2021
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Hace unos días asistí a un concierto de música electroacústica, en el cual se presentó un colectivo que realizaba todos sus procesos a partir de la creación in situ de códigos. Parte de su puesta en escena consistía en proyectar en tiempo real no solamente el sonido, como es de esperar en un concierto, sino también los códigos que generaban dichos sonidos. Con lo cual en realidad la performance era más bien audiovisual.

Al finalizar el concierto uno de los asistentes, cuya lengua materna evidentemente no era el español, se acercó a preguntarles a las intérpretes en qué consistía lo que hacían a lo que respondieron que la idea era generar una comunidad por medio de la codificación y que el proyectar los códigos tenía como objetivo que otras personas pudieran ver lo que se estaba haciendo y, dado el caso, utilizarlo o transformarlo, todo esto con el propósito de compartir en comunidad.

Aunque no descarto del todo el peso escénico de las proyecciones, sí que me pareció una propuesta muy loable, aunque inmediatamente me puse a pensar ¿a qué comunidad se le comparte eso? Esto porque evidentemente hay un sesgo de conocimiento, quien no conozca sobre codificación simplemente verá las proyecciones como parte de una performance audiovisual e ignorará al código como elemento creador sino más bien como un elemento de síncresis dado el caso. Evidentemente creo que la gran mayoría puede identificar una codificación tipo java ya que los medios masificados la han hecho muy popular para hablar de informática. No obstante, saber que un objeto es un carro no implica conocer el cómo funciona. De todos modos, es claro que para que exista una comunidad se debe tener algo en común, en este caso sigue siendo un conocimiento del idioma.

A pesar de esta momentánea desilusión me puse a reflexionar y en sí el propósito no estaba todo mal. El que personas más jóvenes que yo aspiren a una idea de comunidad y sobre todo que piensen en el otro me parece que es algo que vale la pena rescatar, más aún en una sociedad en donde se refuerza la individualidad, el emprendimiento (autoexplotación) y la falsa idea de meritocracia que no hace más que reforzar la arrogancia y el desinterés por ayudar al prójimo, como menciona Sandel.

Todo esto de la autoexplotación, el individualismo, la precariedad laboral y por ende social son propias del capitalismo tardío. Esta manera de pensar es la que termina destruyendo el sentido de comunidad, como menciona Jennifer M. Silva:

En los movimientos sociales como el feminismo, la autoconciencia, o la capacidad de nombrar los problemas propios, fue el primer paso para el desarrollo de una conciencia colectiva radical. Para esta generación, es el único paso, completamente desconectado de todo tipo de solidaridad; si bien enfrentan problemas similares, estructuralmente enraizados, no hay una sensación de “nosotros”. La posibilidad colectiva a través del nombrar el sufrimiento particular es subsumida dentro de las grandes estructuras de dominación porque los otros que luchan no son vistos como compañeros en el sufrimiento, sino como objetos de desprecio. (Fisher, 2013, Pp. 130-1).

De esta manera el otro no es sólo es un objeto de desprecio, sino que también es alguien con quien debo competir por la atención y si todo es una competencia por el sobrevivir laboral o intelectualmente entonces ¿por qué debería compartir lo que me da una supuesta ventaja? Teniendo esta forma de pensar  ¿aún podríamos hablar de comunidad? Y de ser así ¿cuál? Aquí creo que nos vendría muy bien la idea de internacionalismo que plantea Berardi al afirmar que:

El internacionalismo no es una actitud mental, no es un deseo de paz o un rechazo de la guerra. Es algo mucho más profundo y concreto. Es la conciencia de que las personas de todo el mundo comparten los mismos intereses y la misma motivación. El internacionalismo (por más retórico que pueda parecer) es la solidaridad entre los trabajadores, sin importar su nación, raza o creencias religiosas. (Berardi, 2019, P. 59)

Sin embargo, y pese a la hiperconexión y sobre estimulación actual por parte de la tecnología creo que puede existir una posibilidad de utilizar los recursos tecnológico e informáticos para generar vínculos entre personas de diversas partes del mundo como menciona Hui:

La infoesfera puede ser considerada como una solidaridad concreta que se extiende más allá de las fronteras, como una inmunología que ya no toma como punto de partida al Estado-nación, con sus organizaciones internacionales que son virtualmente marionetas de las potencias globales. Para que emerja esta solidaridad  concreta, necesitamos una tecnodiversidad que desarrolle tecnologías alternativas, como nuevas redes sociales, herramientas cooperativas e infraestructuradas de instituciones digitales que sirvan de base para una colaboración global. (Hui, 2020, P. 104)

No obstante, creo que vale la pena detenernos por un momento en la idea de tecnodiversidad que plantea Hui. Aunque codificar en un determinado software pueda ser tentador no quiere decir que sea la mejor o única manera de hacerlo, así mismo lo que creo que hace interesante al arte son las diversas maneras de hacerlo y de reflexionar sobre el mismo. En este sentido, sí que se deberíamos aprovechar los recursos tecnológicos existentes, y seguir desarrollando otros, pero no depender  de lo mismo. Luego surgen los problemas Meta-problemas.

No sé si es porque el año se está terminando, obviamente no espero que todo cambie porque cambiaron los dígitos del año, pero ya que generalmente por estas épocas surge un espíritu de fraternidad y reflexión ¿por qué no hacerlo? Como menciona Fisher (2019) “Un objeto cultural pierde su poder una vez no hay ojos nuevos que puedan mirarlo.” (P. 25)

Bibliografía:

  • Berardi, F. (2019) Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad. Caja Negra.
  • Fisher, M. (2013) Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hautología y futuros perdidos. Caja Negra.
  • Fisher, M. (2019) Realismo capitalista ¿no hay alternativa? Caja Negra.
  • Hui, Y. (2020) Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad. Caja Negra.

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