Parecería que las viejas polémicas entre tradición y vanguardia son algo realmente muy pasado ya, pero algunos parece que se empeñan en resucitarlas y dar carta de naturaleza a ideas que difícilmente se sostienen.
Hubo un tiempo, a partir de la mitad del siglo pasado y durante varias décadas, en el que volaban los trastos en una y otra dirección: desde los defensores de la tradición a la vanguardia y viceversa. Esto tenía sentido, nada se conquista ni se cierra sin sangre (no sería entonces una herida). La revolución muy raramente se hace con claveles.
Después, con la llegada del siglo XXI –incluso antes- la situación cambió: aquellos que no querían ni oír hablar de esas vanguardias tiránicas (ojo, que lo fueron en muchos sentidos, como no podría ser de otro modo si sus presupuestos eran verdaderamente radicales), tomaron una posición paternalista que venía a decir “bueno, todo fue un sueño de juventud, tuvo su valor y pasó; era necesario como lógica evolución histórica, pero ya está...”. Parecido a como se ha estado hablando del Mayo del 68 y sus protagonistas en otros planos (esto ya nos sorprende bien poco, hasta sus protagonistas hablan en esos términos). Y las cosas se encaminaron hacia otras perspectivas, ya alejadas de esas polémicas de defensa y ataque. La revolución ya no se hacía así (ni siquiera se pensaba en revolución) y los reaccionarios, por tanto, no tenían ninguna necesidad ni oportunidad de contestarla. Todo tranquilo por ahí.
Pero de unos años a esta parte (no demasiados) parece detectarse un resurgimiento en ciertas esferas que da la impresión que no quedaron tranquilas con ese progresivo archivo de las vanguardias, y vuelven a levantar la cabeza desde las profundidades de un lugar que parecía estar también cancelado. Marc Timón: "Nadie puede negar que John Williams es uno de los Beethoven del siglo XXI". Este titular en ABC dice algo en este sentido, aunque no tenga la agresividad que vemos en otros casos. Es decir, estamos ante un renovado “las vanguardias, afortunadamente, son el pasado; ahora se demuestra qué es lo importante de verdad”. Es curioso, porque nadie discute que esas vanguardias son el pasado, pero John Williams es muy representativo de esta ola retrógrada que quiere sentar cátedra sobre un supuesto (e imposible y absurdo hoy) canon de nuestro tiempo. Pero, ¿por qué elevar al altar a un compositor que puede tener sentido en el cine más comercial pero muy poco o ninguno si la mirada hacia el panorama musical es más extensa y compleja? Quizá sea la seguridad que da el hecho de tener un público numeroso detrás, que –por cierto- en gran parte se ha ido construyendo bajo la excusa de que un público no iniciado, a través de la música de cine, podrá llegar a la “auténtica música clásica”. Una idea, cuando menos, ingenua.
Obviamente, esta regresión no se puede observar fuera del contexto político en el que se desarrolla, aunque también hay que llevar cuidado para no hacer relaciones fáciles y acabar diciendo que VOX o Trump son los culpables de una situación reaccionaria en el arte. Pero es cierto que hay voces que ya encajan mal en esta época pero que van modelando una forma populista por la que, por ejemplo, Plácido Domingo es recibido con ovaciones fervorosas en el “templo español de la música sinfónica”, cuando estamos en un tiempo en el que algo como lo que él mismo, ingenuamente, reconoció haber hecho parece que no cabe hoy en los esquemas sociales. Titulares como “Honor al caballero Domingo”, además de casposos dan lugar a la sorpresa. ¿Pero no estábamos ya en otra cosa? ¿No estábamos vacunados contra ciertos desmanes, aunque éstos hubieran sido cometidos en una época en la que no suponía escándalo público? ¿No da vergüenza hablar en esos términos? Pues así vamos, intentando construir nuevos frentes o rescatándolos de un baúl en un desván, que enseguida se volverán irreconciliables y que da la impresión de que proporcionan la gasolina necesaria para que sobrevivan algunos. Mientras desde un sector importante de la música actual se cuestiona absolutamente todo (o casi todo) y se han bajado del pedestal a todos los mitos (como no podría ser de otra forma), a la vez, encontramos todavía comentarios como este: “Una ventaja de la música contemporánea consiste en que, cuando uno no conoce la obra, como era mi caso, ignora cuántas de las notas pueden ser erróneas o cuáles no están tocadas a tiempo.”
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