La pandemia continúa pero el mundo no puede detenerse y la actividad artística tampoco. En nuestro editorial postveraniego nos preguntamos por el futuro.

Redacción
1 septiembre 2020
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No hemos vivido nunca algo así, al menos gran parte de los habitantes del primer mundo, acostumbrado a dividir su frenética actividad en temporadas, en un contexto cultural que se debate entre programaciones y actos que requieren casi siempre la presencia física del espectador. Nunca hemos desperezado el otoño pensando en si todos esos festivales, ciclos, programaciones en centros de arte, actividades formativas… van a cancelarse o simplemente a suspender su edición programada con antelación y que, en muchos casos, ya nos habían anticipado.

En el caso de los festivales de música actual, varios son los que están previstos para este otoño en nuestro país, algunos arrastrando el retraso provocado por la pandemia. A los retrasados Mixtur y  ENSEMS, y al conjunto de ciclos y colaboraciones del CNDM presentados en julio, se unen otros que habitualmente tienen lugar en otoño y ya han anunciado su programación: Festival NAK de Pamplona, Festival COMA de Madrid u OUT·SIDE. A ellos previsiblemente se unirán, por ejemplo, nueBo Festival (Bonares, Huelva) o el After Cage (Pamplona).

Una de las pocas certezas de esta crisis sanitaria es que actividades como conciertos, teatro, ópera, cine o visitas a centros de arte son razonablemente seguras si se cumplen las medidas decretadas para cada caso. Puede ser incómodo asistir a un concierto o una obra de teatro con mascarilla, y quizá para los que estén en el escenario algo triste ver un aforo limitado, pero la  seguridad  que proporciona la considerable distancia entre butacas y el uso obligatorio de la mascarilla es indudable. Garantías totales, nunca, pero cierto es que sensación de peligro, tampoco existe, no digamos ya si las actividades se producen al aire libre. Se entiende mal, por ejemplo, la noticia de hoy mismo de que la localidad de Fuenlabrada suspende todas las actividades culturales mientras los bares y restaurantes no modifican sus condiciones de apertura. Sobre todo después de haber visto hasta la saciedad en redes sociales y medios televisivos imágenes y vídeos de una y otra actividad, donde la distancia interpersonal en un caso y otro no se corresponden en absoluto.

Resultaría dramático que los festivales que resisten fueran suspendidos o nuevamente aplazados por culpa de los incesantes rebrotes que estamos viviendo las últimas semanas. Muy duras han sido ya las cancelaciones del Festival de Música Antigua de Casalarreina en La Rioja, y sobre todo el también de música antigua de Sevilla, decano de estos ciclos, que ha acordado no celebrar definitivamente su 37 edición, pretendidamente aplazado a este otoño después de no haberse podido llevar a cabo en sus fechas habituales de marzo-abril, en pleno desastre sanitario. En ocasiones, el problema no es únicamente el del acondicionamiento de los espacios escénicos, sino las dificultades generadas en la producción, sobre todo en lo concerniente a los viajes de los artistas desde fuera del país. Las cuarentenas han sido responsables, por ejemplo, de la sonada cancelación del recital de Grigori Sokolov en la Quincena Musical de San Sebastián hace dos semanas.

El streaming: más allá de la sustitución del directo

Uno de los errores de estos tiempos está siendo considerar el streaming como una sustitución del concierto presencial. No pocas voces se escuchan quejándose de la frialdad del formato y asegurando que nunca podrá compararse. Y no se trata de eso. La fórmula online, como están demostrando las excelentes iniciativas que van surgiendo en todo el mundo, además de haber venido para quedarse, no debe ser planteada como una sustitución del concierto convencional sino como una forma diferente de presentar las artes escénicas.

Seguramente el tiempo irá matizando esta percepción, sobre todo cuando exista un corpus valioso de producciones  de calidad, que ya se está formando. Un ejemplo claro ha sido el ciclo Distance/Intimacy, iniciativa de Daniel Barenboim en la Sala Pierre Boulez de Berlín, una serie de conciertos dedicados a la música de nuestro tiempo enteramente producidos para su retransmisión vía internet. Otro caso muy evidente de buen hacer fue el interesante y peculiar Festival après, demain del Ensemble Intercontemporain en el Théâtre du Châtelet, con nada más y nada menos que 18 encargos a compositores para hacer una producción en diferentes espacios del teatro, siempre vacíos de público pero aprovechando este hecho para crear situaciones muy sugerentes.

En definitiva, habría que empezar a dar valor a este tipo de propuestas, mucho más allá de la mera extensión del concierto en vivo. Y por supuesto, sin el prejuicio de observarlas como sustituto de la presencialidad, algo que no está en juego.

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