Miguel Álvarez-Fernández (2021). La radio ante el micrófono: voz, erotismo y sociedad de masas, Bilbao, ed. consonni.

José Iges
1 septiembre 2021
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Xavier Plágaro

Ya escribía el gran Lope eso de que “Un soneto me manda hacer Violante / y en mi vida me he visto en tal aprieto”.  A diferencia de él, yo no me siento obligado por nada ni nadie para lo que trataré de hacer en estos párrafos, aunque estoy en un cierto aprieto para lograr ser en ellos elocuente, ecuánime y breve, sin incurrir en la tentación de ser ocurrente o ingenioso. Claro: si hubiese adoptado la forma soneto, como nuestro clásico hizo, al menos ya tendría fijados el contenedor donde volcar mi discurso y las reglas básicas que habrían de gobernar mi tarea.

Será más oportuno entonces dejarme llevar por la obra que espejeará en mis comentarios. Y que no es sino un libro escrito por Miguel Álvarez-Fernández, titulado La radio ante el micrófono. Voz, erotismo y sociedad de masas. Fue publicado este 2021 por consonni, entusiasta editorial con sede en Bilbao, y presentado en Madrid poco antes del verano.  Al margen de que su autor justifica que el libro era necesario porque no existía en castellano ningún otro anterior sobre el tema, y dando por sentado que (casi) todos los autores estamos movidos por esa buena fe que pone en segundo término la vanidad y en primero la utilidad de nuestra empresa, es cierto que el empeño de Álvarez-Fernández incorpora en su fondo y en su forma nuevas (des)orientaciones quizá imprescindibles respecto del asunto en liza. Que no es otro que la relación artística de la radio con el micrófono, membrana trascendental en el surgimiento de una nueva poética que, en buena medida, da lugar a productos del llamado “radioarte” o “arte radiofónico”, de los que su texto analiza algunos ejemplos.

Lo dicho antes –lo asumo- es una atropellada simplificación del contenido del libro en la que, por supuesto, dejo aspectos muy importantes fuera. Así que trataré de aproximarme en círculos concéntricos a su esencia, si es que ella puede llegar a ser transmitida en unas pocas páginas. Es posible también que, puestos a espejear, esa esencia no llegue a transmitirse nítidamente en mis comentarios, pero acabe siendo transparente para quien los lea con mayor distancia emocional y de complicidad que la que yo tengo con su autor, por múltiples razones. Porque Miguel –así, apeando de golpe el formalismo de los apellidos para ir a lo personal y cotidiano- es mi sucesor en Ars Sonora, musicólogo, artista sonoro y compositor, productor de radio, autor de instalaciones y films, espectador / participante de /en una realidad musical y artística de cuatro generaciones de autores españoles, en vivaz coexistencia y a veces hasta en feliz convivencia,  que él se esfuerza con toda generosidad, alto riesgo y savoir faire crítico en poner(nos) a cada uno en su (nuestro) lugar.

Hacia un territorio minado por interferencias

Alguien que viese el libro en el estante o la mesa de una librería, al tomarlo en sus manos y hojearlo con curiosidad moderada aunque confiemos que creciente, quizá repararía en que tiene doscientas cuarenta páginas; o, más probablemente, antes miraría su índice: descubriría entonces que el libro se articula en nueve secciones y tres interferencias. La diferencia más notable que podría apreciar entre unas y otras desde la mera lectura de esa página y media sería que las primeras están bajo la advocación de otros tantos nombres propios; no así las segundas. Pero no menos desconcertante podría ser encontrar ahí ese extraño término: “interferencia”, que en principio solo asociamos a errores técnicos en la difusión o recepción de señales electromagnéticas.

Aunque el título del libro está construido con dos palabras tan conocidas como “radio” y “micrófono”, no caben muchas dudas acerca de que no estamos ante un trabajo dedicado a cuestiones técnicas sobre radiodifusión, pues en la segunda línea del título encontramos, como ya adelanté, tres términos que desvelan que se trata con mayor probabilidad de un ensayo con otros vuelos: voz, erotismo, sociedad de masas. Y ya solo el repaso a esos nombres propios del índice nos sitúa frente a algunos que nos son más o menos familiares; entre ellos, Charles Chaplin es el más universal, sin duda. Más extrañeza nos puede causar el resto –o parte- de la lista, siempre que no estemos algo familiarizados con otros dominios más especializados de la creación. Porque, junto al gran cineasta y actor inglés, si nuestro potencial comprador diese el paso de navegar con su móvil por la web, descubriría pronto que esos otros nombres propios corresponden a los poetas sonoros Henri Chopin –de hecho, inventor de ese término- y Gerhard Rühm, a un histórico productor de Hörspiel como Klaus Schöning, a otro cineasta tan histórico como Chaplin pero menos conocido y celebrado –Walter Ruttmann-, a compositores de tres diferentes generaciones y nacionalidades, como María de Alvear, Mauricio Kagel –por cierto, maestro de la anterior- y Julio Estrada, a una eminente artista y performer como Esther Ferrer y a una joven radioartista napolitana y cosmopolita llamada Anna Raimondo. El punto de unión de todos ellos es, obviamente, el binomio de palabras que encabeza el libro: la radio, el micrófono. Pero la radio entendida en él como un medio para producir extrañezas, ambigüedades; es decir, convertido en un gran dispositivo de escucha que configura unas formas artísticas mediante la complicidad (mediación) del micrófono.

Lo siguiente que llama la atención a nuestro potencial lector –ya entregado tanto a la causa que el librero está empezando a temer que sea capaz de leerse el libro allí mismo- son los títulos de unas obras de las que, salvo El gran dictador, posiblemente nunca haya oído hablar –excepción hecha de que sea asiduo oyente de Ars Sonora-: Le Corpsbis, Wochenende [Fin de semana], El tribuno, Doloritas, Mediterráneo, Ofelia y las palabras, Al ritmo del tiempo, Trueno. Una de dos: o le disuaden definitivamente o actúan como verdaderos atractores, despertadores incluso de la curiosidad más mediocre, operadores de una sorpresa que podría muy bien atraparle ya más decididamente. Lo que se halla un poco fuera de la primera impresión de ese hojeador impenitente, salvo que se lleve el libro y lo devore como merece, es la razón de ser de esas “interferencias” que el autor siembra en mitad de su relato. Porque, a todas estas, ¿es un relato, un ensayo, un libro de ficción? Desde luego es un relato porque cuenta cosas; para eso no hace falta leerlo muy a fondo, y engancha justamente porque nos relata cosas, nos las cuenta casi como hace la radio: íntimamente. Y también las enumera, las numera, nos da cuenta de su importancia aunque ni siquiera las conozcamos. Pero seguro que también es un ensayo, porque articula conceptos en apariencia inmiscibles, como erotismo, nostalgia, membrana del micrófono, metáfora… y esos términos se los encuentra el futuro lector sin más que leer el comentario publicado en la contraportada. Y, por último, quizá sea un ensayo en forma de relato ficcional, que aproxima al no oyente, al oyente no avisado, al ignoyente (si podemos asociar en un solo término la inocencia bautismal, la ignorancia y la ausencia de cultura artístico-radiofónica de ese potencial lector) a unos mundos que bien podrían haber sido creados por su autor como utopías sonoras pendientes de tomar forma gracias a la tecnología pasada, presente o futura. En suma: gracias a alguna de las revoluciones tecnológicas ya ocurridas o por venir.

Quizá lo que a ese ignoyente pueda dar una pista sobre la autenticidad de lo relatado sea la profusión de datos sobre obras y autores que encierran esas páginas, aunque no lleguen nunca a perder de vista –a referir de oídas- la línea argumental que despliegan. Y luego está la legitimación que le llega desde los argumentos volcados en aquellas misteriosas interferencias: por un trío –muy francés- de pensadores contemporáneos, como Deleuze, Bachelard, Barthes; por el canto gregoriano o por las sirenas de la Odisea. Son inesperados embajadores de excepción a otras formas de hacer y de escuchar la radio.

La materia y las formas del discurso

Releo lo escrito hasta aquí, hojeo el libro que me ocupa con algo más de detalle que el de un descomprometido y eventual cliente, y me doy cuenta de que debo lanzar una advertencia a mis lectores: no voy a intentar explicar el libro. Pero como aún tengo espacio para seguir con mi comentario, o lo que esto acabe siendo, les propongo una deriva por sus páginas que de ningún modo las agotará –si es que ello fuese posible para cualquier texto, para cualquier obra-. Por “deriva” entiendo el recorrido errabundo y subjetivo propuesto hace ya tanto tiempo por los situacionistas, pues adoptando ese método me alejo de cualquier tentación de colocarme el sombrero de crítico –que, por cierto, me sienta tan mal como cualquier otro utensilio que me cubra la cabeza-.

Sin salir del índice me llaman la atención algunos encabezamientos de párrafos, aunque en esa primera aproximación aún no me permito buscarlos para profundizar en los contenidos que más me atraen: “El agnosticismo del micrófono”, “Contra la escritura”, “Censura y democracia”, “La radio y la masa”, “La escucha [musical] y su obediencia”, “La mujer y la muerte”, “El texto, la duda y el tiempo”, “Esquizofrenia de la escucha radiofónica”, “Collage y tradición”… Y es que con algunos de ellos mi imaginación hace su propia deriva, de modo que estaría tentado, una vez decidido a adquirir el ejemplar que llevo un rato manoseando –pues el librero está ya a punto de reprender mi actitud-, a comparar lo que burbujea en mi mente con lo escrito por el autor. ¿Habrá abordado el agnosticismo comparándolo con la fe del creyente en los mensajes del medio radio? ¿Se mencionan casos en los que la tijera censora haya cortado las alas a los creadores microfónicos? Y al hablar de la escucha [musical], ¿habrá mencionado otros tipos de escucha?, etc.

Por supuesto, no interesa lo que yo hubiese puesto ahí llegado el caso, sino lo que Miguel Álvarez-Fernández ha escrito. Pero no solo eso, que es ya tratar de la materia de su discurso, sino que también es relevante la forma de enhebrar esos temas, autores, obras. Lo dejo para más adelante. Yendo a la materia, cabe anotar que el autor provoca frecuentes, sorprendentes y sugestivas entradas a otros mundos que “también están en este” –como Éluard sabía- y lo hacen más habitable: la referencia a Michel Chion, experto en “audiovisión”, a grandes del cine desde Truffaut a De Palma, al filósofo García Calvo, a escritores tan dispares como Orwell, Borges, Beckett o Gracián, a teóricos como Foucault o Adorno, a compositores como Stockhausen, Cage o Feldman… y, por supuesto, a Shakespeare. Pero todo ello está hecho sin incurrir en el defecto culterano de la acumulación de citas ni en la agotadora redacción con frases subordinadas, de la que yo no estoy, por cierto, libre de pecado como escritor. Aunque todo eso ya nos lleva a la forma del discurso.

Esa forma es reticular,  y en ella va atrapando los contenidos que hace aparecer estableciendo relaciones entre los diferentes autores, sus cercanías, que en una primera impresión y dada la heterogeneidad de sus orígenes así como las intenciones de sus obras, podrían resultar inverosímiles. Porque, a ver, se preguntaría el futuro lector tras lo enunciado más atrás: ¿qué puntos en común hay entre un poeta sonoro que practicaba un bruitismo desesperado como Chopin, uno de los primeros creadores del cine de autor como Chaplin, una performer obsesionada por el tiempo como Ferrer, un compositor como Estrada, empeñado en hacernos escuchar el infierno de una tierra de fantasmas como es la Comala de Rulfo, o la locura circular de una Ofelia devenida marioneta de un guiñol radiofónico por Gerhard Rühm?

Son las voces. Son esos espectros acústicos que pueblan la radio y cobran vida gracias al micrófono; ahí encontraríamos probablemente un nexo común entre todos esos mundos. Pero el autor del libro no nos muestra todas las asociaciones de golpe, como tampoco nos da a conocer más que sigilosamente unas motivaciones que nacen de la propia biografía de todos esos creadores. Y he dicho reticular porque esa red que va construyendo con su discurso también va atrapando al lector, pero su trayectoria es espiral, vista desde una mayor perspectiva.

Así, se nos informa del nomadismo de una Anna Raimondo que está en la base de su Mediterráneo, un mar por cierto tan caro a unas sirenas que encantaban, precisamente, con su voz; de la fuerte personalidad de Mauricio Kagel, renovador –con / como Schöning- de ese Hörspiel que cada vez más se convirtió en un modo abierto para la expresión artística en la radio; del interés por la ceremonia de su discípula María de Alvear; del espíritu apropiacionista y deconstructor del lenguaje de Rühm; del coraje e independencia de un Chaplin que se atreve a hacer burla del mismísimo Hitler en mitad de la Segunda Guerra Mundial. O, unos años antes de esos días aciagos, del talante transgresor de un Walter Ruttmann que emplea la banda óptica del naciente cine sonoro para componer el ambiente de un tranquilo fin de semana.

Todo eso es capaz de traernos el micrófono al servicio de la voz, vehiculado por nuevos medios como el cine y la radio. Y entonces, en otras capas que se suman a las anteriores, Miguel Álvarez-Fernández nos informa de que esas realidades están vibrando en superficies fronterizas interconectadas, probablemente porque tienen en común una estética de la ausencia –como diría Peter Weibel- surgida justamente de la aplicación de las nuevas tecnologías de la modernidad a la representación del mundo. Y quizá en ese momento, o en cualquier otro en el que el lector ya posea la suficiente familiaridad con el libro –que a esas alturas ya ha adquirido y no puede dejar de leer-, cae en la cuenta de que esa espiral acaso esté dibujando la estructura de un laberinto. No desvelaré, en todo caso, si recorriéndolo con ayuda del hilo que nos regala su autor seremos capaces de llegar a su centro y encontrar al Minotauro.

Epílogo autobiográfico

En un plano ya más personal, quiero concluir mis comentarios diciendo que algunas de las obras analizadas en este libro forman parte de mi biografía como productor radiofónico en Ars Sonora de RNE. Nada menos que cuatro, y todas ellas ponen en juego, de un modo u otro, la práctica de la radioperformance, otro tema primordial que se desliza por sus páginas.

En 1991 dirigió Klaus Schöning en los estudios de RNE Ofelia y las palabras. El papel de su protagonista, la actriz Isabel Navarro, va más allá del puro trabajo actoral por el proceso al que Rühm la obliga a transitar, que no es otro sino el de una progresiva locura.

Entre finales de ese año y comienzos del 92, el mexicano Julio Estrada se encerraba con sus sonidos, sus partituras, las grabaciones de grandes actores de su país y tres intérpretes que rozaron lo performativo –Fátima Miranda, Llorenç Barber y Stefano Scodanibbio- para construir, también en los estudios de RNE, ese milagro surgido de los murmullos rulfianos que es Pedro Páramo, casi una ópera radiofónica.

Pocos meses después, la performer y artista visual Esther Ferrer montaba en estudio su voz, junto a otros sonidos que miden el paso del tiempo cronométrico en sus performances, para construir la base de Al ritmo del tiempo. La obra se completaba con los sonidos en vivo del servicio horario telefónico –un espectro acústico de otra época, por cierto-. La autora define este trabajo como radioperformance.

Trueno no ha sido producida en los estudios de RNE, sino por María de Alvear, con la ayuda de su técnico Reinhard Kobialka, en Colonia. Y es que esa breve obra fue más bien un regalo sonoro –maravilloso- que me ofreció su autora, en el que vuelca una entrevista realizada a niños Oneida, sonidos de la naturaleza, piano, percusiones, su propia voz... Esos niños le hablan de su mundo, y a través de ese contacto María empieza a comprender mejor el suyo.

Por supuesto que lo que acabo de decir en este epígrafe es una información que también aporta a su modo Álvarez-Fernández a lo largo del libro que describo. Permítaseme el entusiasmo mostrado por haberme encontrado en sus páginas con esos viejos amigos y con aquellos recuerdos tan queridos. De todos modos, sospecho que el volumen que comento permite hacer entrar en resonancia con sus contenidos, desde la capacidad de seducción de su discurso y la amenidad de su desarrollo, a una gran variedad de lectores, al margen de su propia biografía, filiación profesional y conocimiento de los temas que aborda.  Que lo disfruten.

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