La nave es una pieza escrita para soprano, piano y grabación, que nace de un recorrido metafórico por la pintura del artista cubano Ángel Acosta León.
Entré en aquella sala completamente desierta y no pude evitar fijar mi vista en ella.
Atrapada en aquel marco rectangular, la nave gritaba mi nombre en el más absoluto silencio. Me acerqué a su cuerpo azul eléctrico y me invadió una intensa sensación de dolor gozoso que parecía comprimir mi propia vida en un solo instante.
Gracias Ángel Acosta, descansa en paz en el fondo de tu mar azul eléctrico.
En 2019 visité por vez primera el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Fui sola y sin prisas. Descubrí muchas cosas aquella calurosísima mañana; entre las más impactantes, sin duda, la existencia del pintor Ángel Acosta León. Se arrojó al mar un 5 de diciembre de 1964, con sólo 32 años, volviendo de Europa hacia Cuba, y dejó tras de sí un legado artístico que a nadie podría dejar indiferente. Seres mitad máquinas, mitad animales, juguetes imposibles habitando mundos carentes de salida. Pero fue su obra La nave, de 1961, la que me enfrentó a un espejo, a la vez tierno y despiadado, en el que me reconocí de inmediato. Diez meses más tarde se estrenaba mi pieza La Nave, para soprano, piano y grabación, en la Sala Teatro de ese mismo museo[1].
Toda la obra es un recorrido metafórico por la pintura, como si de un recorrido por diferentes etapas de la vida de una mujer se tratase, terminando en su corazón como en un remanso de presente. El piano, a modo de corazón y punto de llegada final, se sitúa en el centro de un espacio escénico que la soprano recorrerá físicamente como si recorriera los bordes de la nave del cuadro, entrando por el pasillo desde el público. En la partitura están numerados 13 espacios de referencia, que han de distribuirse del modo más parecido posible a éste:
En la parte de cinta suena mi voz recitando estos textos, también míos, que se corresponden a distintas zonas de la anatomía de la nave:
- Sus tres patas sumergidas: ¿Cómo conectarme al mundo, si mi toma de tierra está en el agua? ¿Cómo evitar tropezar con la misma piedra, si mis piedras son de agua? ¿Cómo aprender a nadar, si toda yo soy agua?
- Su garra con cuatro dedos y sus fauces: No, no soy de agua. Soy de hierro, soy de zinc, soy de cobalto y mis bordes cortan como un cuchillo. Por eso siempre ando en carne viva.
- Su espalda: Viajar, sola, en esta nave viva que es mi cuerpo. Contemplar desde lejos los colores radiantes. Atravesar el desierto azul de mi tristeza. Dejarse desmenuzar por las hélices del tiempo, que nunca paran, para luego reconstruirse una y otra, y otra, y otra vez.
- Su sexo o timón, y su agujero: Y, de pronto, esta nave viva que es mi cuerpo se convierte en nave de otro cuerpo, y mi carne viva se escinde en otra carne. Y mis bordes, antes cuchillos, ahora se vuelven cunas, y abrazos, y fuentes.
- -Su corazón: He llegado a puerto. He llegado al centro mismo del mundo. Al corazón en flor de la nave.
El cuadro de Acosta se inspiró en el desastre que fue en 1960 el sabotaje en el puerto de La Habana de la embarcación La Coubre, cuyos restos retorcidos tuvo la oportunidad de contemplar cuando aún se lloraba a los numerosos muertos que dejaron tras de sí las explosiones. Un par de días antes del estreno yo también pude verlos, ya convertidos en un monumento nada turístico pero realmente estremecedor… era ella, la nave…
Notas
- ^ El estreno tuvo lugar el 14 de marzo de 2020, en el marco del XIV Festival Internacional de Música Electroacústica “Primavera en La Habana”, a cargo de la soprano Ivette Betancourt y la pianista Sonia Carillo.
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