El Gobierno anunció el pasado 24 de febrero un paquete de ayudas directas para empresas y autónomos por valor de 11.000 millones de euros todavía sin concretar sectores ni condiciones. Mucho nos tememos que la cultura seguirá fuera de juego en un momento clave para el futuro.

Redacción
1 marzo 2021
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Mientras que los países de nuestro entorno iban aprobando y repartiendo ayudas sobre la mesa para rescatar a la cultura, en España se tardaron meses en anunciar las primeras. Alemania destinó 2.000 millones a través de su programa “Reinicio Cultura”, pensado para profesionales de este ámbito y pequeñas empresas, a lo que sumó subvenciones para gastos de alquiler y calefacción. Francia aprobó casi 8.000 millones, eso sí, no sin algunas incógnitas que fueron poco a poco aclarándose. En España, el esperado anuncio de rescate llegó muy tarde y con un montante de dos ceros menos: 76,4 millones. Luego vinieron explicaciones de que se habían invertido muchos millones más en avales ICO y otras fórmulas crediticias, a sabiendas de que este tipo de ayuda no soluciona nada a la mayor parte del tejido cultural del país, como es sabido, muy débil y con pocas instituciones potentes. Al final, la parte del león ha ido para muy pocas empresas e instituciones, y la mayor parte de los profesionales han quedado desasistidos. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene un crédito para un festival si va a ser imposible garantizar la devolución a través de unos ingresos que proceden, en su mayor parte, de unas subvenciones anuales casi siempre inciertas? La solución debe ser mucho más específica, pensada para un contexto que tiene unas necesidades y características bastante diferentes a otros sectores. Sólo los autónomos han podido acceder a ayudas, y en el ámbito cultural no es la situación que más abunda.

Ahora se anuncian estos 11.000 millones que, según aventuran todos los medios, van a repartirse entre la hostelería y el turismo, volviendo a dejar fuera a la cultura, siendo este un momento clave para inyectar unas cantidades que permitieran relanzar la actividad. El llamado –o mal llamado- “sector cultural” es un complejo heterogéneo muy difícil de definir y ordenar a la hora de plantear su reflote, pero para eso existe un ministerio y un ministro que, de nuevo, no parece estar especialmente activo. Podríamos retar a cualquiera a que nos dijera cuándo ha visto alguna actividad de Rodríguez Uribes en los últimos meses y sería improbable que alguien lo situara siquiera en la inauguración de una exposición. La inacción es llamativa y desproporcionada con la cantidad de profesionales dedicados al “sector” e incluso con la escasa actividad desplegada en la pandemia.

Se podrá decir que no paramos de llorar pero también que no hay mucho más que hacer para solucionar este enorme problema. Mientras la hostelería y el turismo (no digamos ya el deporte) tienen intereses repartidos en el entorno de los grandes grupos de comunicación que les sirven de eficaz altavoz, la cultura está relegada a cuatro grandes eventos que pueden hacer cierto ruido. Lo demás, el tejido real del país, como hemos dicho muy débil en músculo pero muy real en actividad, está claramente desatendido. Ya han caído muchos proyectos y caerán muchos más, pero es urgente salvar lo que todavía puede salvarse. Si se llega demasiado tarde pasaremos de tener un “sector” insuficiente a anecdótico, o directamente a no tener nada.

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