Puede que conozcamos muchos de los datos bibliográficos de Bernard Parmegiani, como puede ser que sepamos que fue un compositor francés de finales del siglo XX y principios del XXI.
Como que produjo música electrónica y acusmática, que formó parte del Grupo de Investigación de Música Concreta como alumno de Pierre Schaeffer y que estudió con compositores como Iannis Xenakis.
Como podríamos también ser conscientes de su influencia en autores como Aphex Twin, Autechre y Sonic Youth.
Lo que a lo mejor se nos escapa es alguna gema perdida de su paso por la composición para medios audiovisuales y lo que esta nos mostró sin querer.
Hoy vamos a tratar con el trabajo que realizó para el cortometraje A dirigido por Jan Lenica y que estuvo aparentemente perdido hasta que, en 2016, el usuario Namfooodle subió el film a la plataforma de Youtube.
En febrero de 1965 se estrenó el cortometraje A en el Festival de Cine de Oberhausen. Pero desde ese momento, la película estuvo considerada como perdida puesto que sólo existían dos copias físicas, siendo una propiedad de “Harvard Films”.
El cortometraje nos muestra un escritor atormentado por la letra “a”, que cuando por fin cree haberse deshecho de ella, encuentra la letra “b”, que le sigue torturando.
Parmegiani fue el encargado de los efectos sonoros. Y es importante el conocimiento de esta película para entender que ya en ese momento, Parmegiani prestaba más atención a los sonidos que a la propia música, aunque fue en 1975 cuando se dedicó única y exclusivamente a estudiarlos.
Sabemos que el compositor creció, como él mismo cuenta en la entrevista con Évelyne Gayou: “stuck between two pianos” o “encerrado entre dos pianos”, pues su padrastro y su madre eran pianistas profesionales. Por lo que entendemos que, desde una muy temprana edad, tuvo acceso a la música y fue instruido en ella.
Sin embargo, su tendencia a lo acusmático y la música concreta, nos muestran que, tal vez, sus composiciones son deseos por alejarse del canon y producir algo distinto.
Todo indicaba que crecería para convertirse en un gran pianista, pero él no lo hizo, pues nunca fue algo que él sintiera que debía hacer. Él quería hacer música, pero distinta a toda la que había conocido y con la que se había criado.
Sin embargo, nunca habría sido posible por mi parte entender ese desarraigo del artista de lo que podría haber sido su destino, si no hubiera sido por las reflexiones que se presentan en una película en la que “solo” se encargó de los efectos de sonido.
La metáfora en que se esconde todo el significado pertenece a Eugène Ionesco, y aparece partida, emitiéndose la mitad al principio del film, y el resto al final. Dice: “Era un hombre solitario, en paz, ni feliz, ni triste, antes de que se instalara un monstruo en mi casa… tristemente… el monstruo ‘B’ esperan en la puerta… y las letras del alfabeto son más de 26… más de 26… el alfabeto es un ciclo… el alfabeto es incapaz de cansarse”.
Y es así, como aun dedicándose a otro tipo de música, la de sus padres, incansable, le vigilaba y se colaba en algunas de sus obras, dejándonos con tantas composiciones diferentes y que marcaron ese nuevo género que aun nos parece extremadamente novedoso.
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