Este texto toma como pretexto los pasados Juegos Olímpicos para reflexionar en cuanto a las dificultades interpretativas, y musicales en general, planteadas por la estética denominada como nueva complejidad.
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A propósito de los pasados Juegos Olímpicos de Tokio “2020” pero en el 2021 y toda la polémica que surgió en cuanto a si se debían o no realizar. Evidentemente una polémica válida si tenemos en cuenta que aún no hemos salido del todo de la pandemia causada por la covid-19 y que más aún en la actualidad hay nuevos temores por las variantes que han surgido y los posibles estragos que podrían causar. Todo esto sumado a una gran cantidad de personas entre temerosas o con teorías conspiratorias en contra de las vacunas actuales. Dejando de lado esto creo que era evidente que el factor económico iba a primar sobre la salud pública, evidentemente tener un evento como los Juegos Olímpicos en Stand by no es rentable y mucho menos en medio de una crisis económica mundial. De todo esto podrían salir volúmenes hablando del neoliberalismo, el posfordismo y demás.
A pesar de todo lo anterior, me parece bastante loable el esfuerzo que hacen todos los atletas para dar lo mejor de sí en este tipo de certámenes. Creo que es indiscutible el compromiso y la dedicación que tienen con cada una de las disciplinas a las que pertenecen. Vale la pena mencionar que para esta ocasión fueron agregados otros deportes como parte de los Juegos Olímpicos. Todo este esfuerzo y dedicación es aún más notables es los atletas que provienen de países en donde no se apoya ningún deporte, y mucho menos la investigación. Atletas que llegan a representar un país no solo por su esfuerzo físico y mental, sino también buscando recursos de cualquier lado para cumplir un sueño. De nuevo, podríamos hablar del neoliberalismo y la repartición del capital pero por ahora dejémoslo ahí.
Curiosamente, ver a todos estos atletas y pensar en el esfuerzo, la constancia y el trabajo dedicado para poder llegar ahí me hizo pensar en la nueva complejidad, parece bastante rebuscado ¿no? Pero ya iremos viendo el porqué. Antes de proseguir quiero hacer una confesión, nunca he dirigido o interpretado una obra musical que pueda ser considerada como perteneciente a la denominada estética de la nueva complejidad. Sin embargo, desde luego que he escuchado obras, las he analizado y he tratado de documentarme al respecto. Habiendo dicho esto, y teniendo en cuenta mi nula experiencia como intérprete de este repertorio, la gran mayoría de los pensamientos que expondré a continuación son suposiciones.
Ahora ¿qué tienen que ver los atletas olímpicos y la nueva complejidad? Mi respuesta sería otra pregunta ¿acaso nunca has visto y leído una partitura de la nueva complejidad? Es evidente que para poder interpretar alguna de estas obras se requiere de un compromiso y dedicación increíble, no tengo ni idea de cuánto tiempo le tomará a un interprete para decir “ahora sí la tocaré en público”. La verdad siempre me ha sorprendido que alguien se anime a tocar algo de este repertorio, creo que no hay duda que son obras altamente complejas y que evidentemente requieren de una concentración y esfuerzo tremendos.
Precisamente del trabajo intenso que me imagino que tienen todos los intérpretes que se animan, o arriesgan, a montar este repertorio y de la misma dedicación que tienen los atletas es que surgió esta conexión. No obstante debo decir que soy muy desconfiado con esta estética. Entiendo la intención en cuanto al compromiso que se solicita a los intérpretes para ejecutar estas obras, me parece muy interesante la idea de fluctuación de energía que se crea en esta estética, siento que es como si una tensión se fuera acumulando en el tiempo y luego por momentos, o de golpe, se liberara. La sonoridad en general me parece muy llamativa y el concepto de fondo ligado al compromiso e imaginativa de los intérpretes me gusta mucho.
Pero no todo es bueno, la desconfianza que mencionaba antes surge precisamente de la lectura y la escucha de las obras. Esto se debe a que creo que la mayoría de los interpretes nunca logran tocar exactamente lo que está escrito ¿pero qué ser humano podría? A veces pienso que el interpretar estas obras se compara a tratar de interpretar un estudio para pianola de Nancarrow, habrá aproximaciones a lo escrito pero la relación entre lo que se pide y lo que se entrega está bastante alejada. Lo cual me recuerda a una frase de Umberto Eco:
Así pues, incluso cuando se sostiene –legítimamente- la imposibilidad de la traducción, en la práctica nos encontramos siempre ante la paradoja de Aquiles y de la tortuga: en teoría, Aquiles no debería alcanzar jamás a la tortuga, pero de hecho (como enseña la experiencia) la adelanta. Quizá la teoría aspira a una pureza de la cual la experiencia puede prescindir; ahora bien, el problema interesante es de qué puede prescindir la experiencia y hasta qué punto. De ahí la idea de que la traducción se basa en procesos de negociación, siendo la negociación, precisamente, un proceso según el cual para obtener una cosa se renuncia a otra, y al final, las partes en juego deberían salir con una sensación de razonable y recíproca satisfacción a la luz del principio áureo por el que no es posible tenerlo todo. (Eco, 2008, p. 25)
Si la idea no es la exactitud entre lo escrito y el sonido ¿para qué tantos detalles que se omiten? Al final ¿si se llega a la sensación de satisfacción recíproca entre intérpretes y compositores? Bueno, para ya desde antes estuvo el indeterminismo y las llamadas partituras gráficas, traigo esto a colación ya que la gran mayoría de las veces no hay una relación directa entre la partitura y el resultado sonoro, por lo menos no en la manera tradicional así que ¿por qué no? Es decir, aparentemente en este contexto sí se llegaba a un grado de satisfacción por ambas partes. Una queja que escuchaba constantemente hacia algunos compositores, menos reconocidos, de la nueva complejidad es que ni ellos mismo sabían si lo que estaba sonando era su obra o la de otra persona, sin embargo creo que esta crítica es válida por el tipo de escritura que se usa pero lo mismo pasa con una obra indeterminada. Así qué ¿el problema será por la escritura y no por la estética en sí? Claro, evidentemente la estética y la escritura van de la mano aquí. Pero todo esto me lleva a recordar algunos recursos de Francisco Guerrero Marín en donde muchas veces se combinaban elementos indeterminados con texturas determinadas lo que auditivamente producía una sensación de complejidad increíble.
Pese a todo esto, creo que el esfuerzo y el tiempo que dedican quienes se animan a montar estas obras es increíble. Sin embargo me pregunto ¿será que siempre tienen la sensación de una interpretación imperfecta? Pero como artistas ¿cuándo se alcanza la perfección? El problema, o la característica, de los artistas es que entre su realidad y el ideal de perfección al que aspiran alcanzar suele haber un desfase tremendo, pero creo que precisamente de ahí surge una mejora constante… Tal vez por ahora debería dejar de pensar en la música y disfrutar más de los deportes.
Referencias:
- Eco, U (2008) Decir casi lo mismo. Lumen.
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