Al interpretar algunas obras, con mayor o menor grado de indeterminación, a veces surge la pregunta de si finalmente la obra es de quien la firma o de quien(es) la realiza(n). En realidad, esta pregunta se podría trasladar, de alguna manera, a cualquier tipo de obra como reflexiona Barthes. No obstante, en la música dicha reflexión suele darse de manera habitual al interpretar obras indeterminadas o experimentales. Además, finalmente si la obra puede variar con cada interpretación, entonces ¿qué terminaría siendo la obra en sí?

Gabriel Mora-Betancur
1 marzo 2021
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¿Qué tanto queda del autor en una obra que implica la participación creativa y colaborativa de quienes la interpretan? Esa suele ser una pregunta recurrente al interpretar obras indeterminadas, o que impliquen en mayor o menor medida algún tipo de improvisación, procedimiento aleatorio o de azar. Esta pregunta suele aparecer, principalmente, si para el montaje de la obra se dio un proceso de reflexión en torno a la pieza. Muchas veces estos procesos implican meses o días de preparación, en donde con cada ensayo surgen nuevas posibilidades de abordar la obra hasta que se logra llegar a una versión consensuada que no es más que el producto de la participación y reflexión colectiva del ensamble.

En este caso se podría decir que la obra, o más bien “esa versión de la obra”, es en sí misma la creación de quienes participaron en su montaje. Lo que implica un alto grado de compromiso y dedicación por parte de los intérpretes con la obra. Sin embargo, todo este tipo de compromisos, como lo es el asumir una posición ética hacia la obra y el quehacer musical, llevan finalmente a algunos intérpretes a realizarse la pregunta con la que abrimos este texto.

Antes de llegar a vislumbrar un poco hacia dónde nos podría llevar esta pregunta, vale la pena resaltar que anteriormente he abordado esta inquietud desde la música y, tal vez delimitando mucho, por medio de unas prácticas que implican un tipo de partituras que suelen estar vinculadas a unas estéticas, sobre todo pertenecientes a los siglos XX y XXI. Por eso mismo, antes de proseguir, quiero resaltar de la manera más directa que esta no es una pregunta exclusiva de este tipo de estéticas musicales, aunque ciertamente si que permiten que surja de una manera más natural. Aún más importante, es dejar claro que esta pregunta, o este tipo de preguntas, no son para nada exclusivas de la música en sí misma.

La muerte del autor

"El nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor."
(Barthes, 1968, p.5)

Como se mencionó en el párrafo anterior, la pregunta sobre la creación o autoría no es exclusiva de la música y mucho menos de las músicas de los últimos dos siglos. Roland Barthes se preguntaba sobre la presencia del autor en la escritura. Qué pasa con el autor al momento de escribir, y qué tipo de relación surge entre el lector, la obra y el autor. O puesto de otro modo ¿en donde termina la autoría del escritor y comienza la imaginación y el bagaje cultural del lector?

Barthes ve en la escritura, y creo que esto también tiene que ver con su concepción de texto, un lugar intermedio, una zona gris en donde las identidades, y en especial la del autor se empiezan a desdibujar. Tan pronto el autor escribe empieza a desvanecerse a causa del medio que lo hace ser lo que es.  De acuerdo a Barthes (1968): “La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.” (p. 1) Aunque creo, que esto no se da solamente por el acto de escribir en sí mismo, sino más bien, por lo que estamos llevando a cabo en este preciso momento, creando una relación entre lector y escritor.  Allí en donde empieza tu interpretación comienza mi desvanecimiento.

Más adelante Barthes nos dice:

"En cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, es decir, en definitiva, sin más función que el propio ejercicio del símbolo, se produce esa ruptura, la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura." (Barthes, 1968, p. 1)

Pregúntese el lector ¿la partitura es la música? Cuando suelo preguntarle a otros músicos si la partitura es la música, generalmente esto hace que entren en crisis y que se de un momento de reflexión. Lo anterior, porque finalmente lo que hace una partitura de manera muy resumida es indicar, o sugerir, ciertas acciones con algún tipo de duración, bien sea sobre, o con, un objeto que cumple el papel de instrumento o con el propio cuerpo como productor de sonidos o gestos. Ahora este pequeña reflexión es pertinente porque la partitura sí pide que se lleven a cabo cierto tipo de acciones con una duración para cada una de las mismas y generalmente con algún tipo de orden, dado por diferentes medios. Sin embargo, la partitura por sí misma es totalmente incapaz de llevar a cabo las acciones que solicita, y siempre necesita de un “otro” para alcanzar su propio devenir. Como afirma Barthes:

"Es que (o se sigue que) escribir ya no puede seguir designando una operación de registro, de constatación, de representación, de “pintura” (como decían los Clásicos), sino que más bien es lo que los lingüistas, siguiendo la filosofía oxfordiana, llaman un performativo, forma verbal extraña (que se da exclusivamente en primera persona y presente) en la que la enunciación no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere." (Barthes, 1968, p. 3)

Llevando todo esto al contexto musical se podría decir, muy bruscamente, que tan pronto como se necesite de un intérprete comienza, de alguna manera, la muerte de su creador.

La obra abierta

Cuando una obra presenta muchos pretextos, muchos significados y, sobre todo, muchas facetas y muchas maneras de ser comprendida y amada, entonces es sin duda interesantísima, entonces es una pura expresión de la personalidad. (Citado en Eco, 1984, p. 35)

Como ya se ha mencionado antes, la reflexión en cuanto a qué tanto aportan los intérpretes a la obra, suele darse de manera más constante en piezas pertenecientes a estéticas recientes. Sin embargo, como vimos en el apartado anterior, esto no es algo que sea, o que deba ser, exclusivo de este tipo de estéticas. No obstante, el carácter “abierto” de muchas de estas obras, al involucrar de manera directa al intérprete en cuanto a la toma de decisiones, bien sea dejando algunos parámetros abiertos como contenido o forma, es lo que suele promover este tipo de reflexiones o inquietudes. Como manifiesta Eco:

"Estas nuevas obras musicales consisten, en cambio, no en un mensaje concluso y definido, no en una forma organizada unívocamente, sino en una posibilidad de varias organizaciones confiadas a la iniciativa del intérprete, y se presentan, por consiguiente, no como obras terminadas que piden ser revividas y comprendidas en una dirección estructural dada, sino como obras "abiertas" que son llevadas a su término por el intérprete en el mismo momento en que las goza estéticamente." (Eco, 1984, p. 33)

Claro está, que este tipo de reflexión sólo se dará si para el montaje de la obra se elaboran ensayos y reflexiones concernientes a la misma. En algunos casos, ciertas personas creen que el interpretar este tipo de obras es “hacer cualquier cosa” y salir del compromiso, lo que lleva a que nunca lleguen a comprender realmente lo que interpretan. Peor aún es que este tipo de actitud no sucede exclusivamente con este tipo de repertorio.

Con respecto a este tipo de obras “abiertas”, creo que la analogía más concreta, retomando una idea de Merelau-Ponty, seria la de observar un objeto. Al observar cualquier objeto no se nos presenta simultáneamente en todas sus caras, siempre hay algo que se oculta para nosotros. Sin embargo, con cada fragmento que observamos de ese objeto lo llegamos a conocer un poco más. De la misma manera, creo que cada interpretación de una obra de este tipo es como ver una parte, una cara, de un objeto que nunca terminamos de explorar. En resumen, cada versión es propia de los intérpretes pero también hace parte de la construcción general y atemporal de la obra como tal. Como afirma Eco:

"Observamos la tendencia a lograr que cada ejecución de la obra no coincida nunca con una definición última de ella; cada ejecución la explica, pero no la agota; cada ejecución realiza la obra, pero todas son complementarias entre sí; cada ejecución, por último, nos da la obra de un modo completo y satisfactorio, pero al mismo tiempo nos la da incompleta, puesto que nos da en conjunto todos los demás resultados en los que la obra podía identificarse." (Eco, 1984, p. 41)

Pese a la apertura que suele hacerse presente en este tipo de obras, no se puede desdibujar totalmente la presencia del autor. Esto es muy claro, ya que aunque la obra deje abiertas muchas posibilidades para su interpretación, suele haber otros parámetros que no lo son. Muchas veces cuando la forma es abierta no lo es el contenido o viceversa. Es cierto que hay casos en donde no se indica ni forma ni contenido sino tal vez una actitud, como puede pasar en algunas obras del tipo fluxus. Sin embargo, es alrededor de esa idea, o carácter, que se reúnen los intérpretes para realizar la obra, y eso ya pone de manifiesto algún tipo de decisión creativa, lo que implica a un autor. Volviendo a Eco:

La obra en movimiento, en suma, es posibilidad de una multiplicidad de intervenciones personales, pero no una invitación amorfa a la intervención indiscriminada: es la invitación no necesaria ni unívoca a la intervención orientada, a insertarnos libremente en un mundo que, sin embargo, es siempre el deseado por el autor. (Eco, 1984, p. 43)

A manera de cierre, o quizás de apertura…

[sobre el equipo de trabajo]Es esencial el que no sean, de ninguna manera, simples empleados a las ordenes de uno; deben de participar como lo que son: artistas creativos, y se les debe permitir el compartir lo que uno siente y piensa. (Tarkovski, 2016, p. 148)

Es verdad que el autor comienza a desdibujarse, hasta cierto punto, con cada interpretación y que, por lo tanto, comienza a “morir” como afirma Barthes. Sin embargo, creo que es imposible que el autor se desvanezca del todo, esto porque siempre queda algo de la idea creadora. O por lo menos, queda una idea o pretexto que nos invita a reunirnos para hacer música en comunidad.

También es cierto, que en este tipo de creaciones quienes le dan vida a la obra no son meros ejecutantes sino en realidad intérpretes. A lo que me refiero, es que se espera un grado de participación, colaboración y, por qué no, coautoría en cada uno de los posibles guiños que nos hace la obra al ser realizada. La diferencia entre un ejecutante técnicamente habilidoso y un intérprete, es que el ejecutante casi nunca llega a comprender lo que ejecuta aunque muchas veces tenga una técnica impecable, muy diferente a un intérprete, quien se compromete y analiza la obra,  no siendo una mera máquina, sino buscando hacer de la obra suya, su versión. Se podría decir que el ejecutante desarrolla un proceso mecánico mientras el intérprete busca una proximidad intelectual y emocional.

Bibliografía:

  • Eco, Umberto (1984) Obra abierta. Planeta-Agostini.
  • Barthes, Roland (1968) La muerte del autor. Traducción C. Fernández Medrano.
  • Tarkovski, Andrei (2016) Esculpir el tiempo. Universidad Nacional de México.

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