A continuación, se describe la trayectoria fragmentaria de la creación de un disco a lo largo de dos años cruzados por un estallido social y una pandemia global. A veces la música es solo un conjunto de sonidos evanescentes y no hace falta nada más, mientras otras veces proporcionamos signos adicionales para que los sonidos contengan todo aquello que es en sí inaudible. El resultado de este recorrido será el disco "Sobre el silencio del cielo" de Armando Saragoni y Sebastián Jatz, el que será presentado entre el 10 y 14 de enero en el teatro del Centro Cultural de España en Santiago, Chile.
Ex nihilo nihil fit.[1] Tantos encuentros a nuestras espaldas, tantos destellos mientras dormimos. Quisiéramos ver y saber, pero no solo se aparta una cara oculta, además debemos reconsiderar y reinterpretar, una y otra vez, aquello que hasta hace poco creíamos conocido y cierto. No basta amplificar nuestros aparatos sensibles y nuestro entendimiento si no volvemos de tanto en tanto al ciclo de la incertidumbre.
Entre el deseo y el miedo: curiosidad por la oscuridad. En Florencia, en 1476, casi al cumplir los veinticuatro años de edad, Leonardo da Vinci fue acusado de acostarse con un aprendiz de herrero local de solo diecisiete años, lo que podría haberle costado la vida, razón por la cual huyó y desapareció por dos años. Durante este período incierto escribió una de las pocas entradas de carácter personal en sus más de siete mil páginas de cuadernos de notas. En ella relata: “Después de caminar un trecho entre rocas lúgubres, llegué a la boca de una gran caverna, frente a la cual me detuve un momento, asombrado. Inclinándome hacia adelante y atrás, intenté ver si podía descubrir algo dentro, pero la oscuridad interior no lo permitía. De repente, surgieron en mí dos emociones contrarias, el miedo y el deseo: el miedo de la amenazante cueva oscura y el deseo de ver si había dentro algo maravilloso.”[2]
Diagrama de una rueda hidráulica. Leonardo Da Vinci, Códice Arundel, folio 51, Arundel 263, British Library. Ver: https://www.bl.uk/catalogues/illuminatedmanuscripts/record.asp?MSID=6454
Revoluciones por minuto y régimen de giro. Al concebir un disco, los sonidos son sonidos y el silencio es silencio. Al comenzar a grabarlo, los sonidos ya no son lo mismo y el silencio no es tal. Al finalizar y lanzar el disco, los sonidos vuelven a ser sonidos y el silencio, silencio.
Una invitación caída del cielo. A fines de agosto de 2018, fui convocado por el Centro Cultural de España a formar parte del programa Quyllur (“estrella” en Quechua), en colaboración con ESO (European Southern Observatory), un observatorio astronómico ubicado en La Silla, el lugar con las noches más oscuras de toda la tierra, construido en la frontera entre la regiones de Atacama y Coquimbo. Las condiciones eran ideales: diez días en un observatorio internacional desarrollando el proyecto que quisiera, con todos los gastos cubiertos, más honorarios y un presupuesto para una exhibición dos años después. El rechazo no solo era inconcebible si no absurdo. Después de la artista Cecilia Vicuña y el artista Enrique Ramírez vendría mi turno al año siguiente.
El bucle del tiempo. La trayectoria descrita por los estoicos: el mundo crece y crece hasta reventar y arder en llamas, y desde las cenizas y ascuas repetimos los mismos esfuerzos, hasta reencontrarnos con el fuego.
De tal palo, tal astilla. O de tanta luma, tal estallido. O tanto va el canto al frente que al final termina por romperlo. La tarde del 18 de octubre de 2019 iba a realizar la quinta versión de Las Metamórficas[3], una serie de tres conciertos anuales en el zócalo del Museo de Arte Contemporáneo (MAC, Universidad de Chile), una sala con diez segundos de reverberación. Cada concierto presentaba una música distinta a la anterior y desconocida por el público. Esa tarde, tres bateristas improvisarían simultáneamente, desatando cacofonías y luces discontinuas, metafóricamente haciendo arder Troya. Tres horas antes del concierto ordenaron evacuar el edificio. Se había detonado la explosión popular y la presión de la onda expansiva nos había atravesado.
La danza macabra. Los días que siguieron al estallido fueron un despliegue de estamentos contrarios: potenciados e impotentes testigos intempestivos, encerrados y volcados a la calle, celebrando y padeciendo el fin de esta era, ciegos y cegados, enmascarados y con el rostro en alto, todos enroscados en una coreografía extraña pero reconocible. Un mes después, y de mala gana por tener que alejarme, subía a un avión rumbo a La Silla.
Extramuros de la ciudadela. El territorio marciano más allá del complejo astronómico contiene dos secretos incrustados en sus piedras: la resonancia y el dibujo. Las piedras campana son rocas litofónicas con un alto contenido de hierro que al ser golpeadas suenan como metal. Desperdigadas por la superficie, de múltiples tamaños y tonos, me tomó menos de una hora reunir las piedras necesarias para interpretar El derecho de vivir en paz de Víctor Jara. Más allá, hacia la quebrada de Pedernales, hay más de quinientos bloques de granito y andesita cubiertos con grabados rupestres atribuidos a la cultura El Molle. Las reiteradas incisiones en la roca retratan figuras biomórficas y geometrías abstractas que hablan directamente al caminante de hoy y al de 1.600 años atrás. Por doquier, una y otra vez, personas y camélidos, recuerdos de la Yakana, la constelación oscura del mundo andino, el espacio vacío que perfila un camélido que deambula por el río de la Vía Láctea, bajando a la tierra a beber el agua del mar.
Como Céfiro llevando a Psique a la cueva de Eros. Caminando un par de horas hacia el sur por la vértebra de la montaña, a más de 2.400 metros de altura, no se oye más que tu propia respiración y tus pasos. Enormes cumbres y valles sin el más mínimo rastro de vida animal. Mientras avanzaba, me detuvo un rumor discordante: el alboroto de decenas de personas agitando una enorme bandera. Paralicé mi respiración, aguzando los sentidos en dirección a la loma de la cual debía despuntar una multitud. En cambio, vi hierbas flotando en el aire y antes de entender, una ráfaga de viento como un bloque denso de materia sólida me atravesó como un relámpago, continuando su camino en la dirección opuesta, sumiéndome otra vez en el silencio de mi respiración. Sentí, por primera vez y de cuerpo entero, la forma fugaz de lo invisible.
Magia, religión y ciencia. La capacidad de producir tonos musicales no está vinculada a los aspectos prácticos de la vida, lo que la vuelve un misterio de nuestras aspiraciones humanas. Los animistas ven espíritus en todo, y reconocen a la música como una vía que nos permite dialogar con animales y plantas, con piedras, fuerzas y espíritus. No es comunicación como la que practicamos entre humanos, si no una compenetración enigmática con el universo, un sentido potenciando a otro, como si entrásemos en la completa oscuridad de una cueva para explorarla con los oídos, adivinando formas a partir de la resonancia de nuestra voz.
El séptimo sello. No podemos contemplar el absoluto. Solo vemos silencio y escuchamos tinieblas. Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo durante una media hora. No se movió nada. No pasó nada. De la presencia nebulosa de Dios simplemente brotó silencio.
Las muertes parciales que llamamos cambio. Regresaría a los cielos del norte casi tres meses después con el colectivo Chusca[4], intentando comprender al reiterar desde el rito las muertes del estallido social que seguían en aumento. Llegamos hasta Monturaqui, el mayor cráter de impacto en Chile, perdido a 3.000 metros de altura al sur del Salar de Atacama. Realizamos Personas que encontraron la muerte aunque sabemos que son más[5] y durante la noche, sobre el silencio del cielo, vimos algo incomprensible: una caravana cósmica de decenas de luces dibujando un arco matemático en la bóveda oscura. Desconectados de la civilización, fuimos a dormir creyendo haber sido testigos de un fenómeno galáctico sobrenatural. Al día siguiente, bajando a la ciudad, la señal telefónica nos reveló que se trataba de Starlink, la constelación de satélites de Musk que pretende conectar todo el orbe a la red. No había sido un avistamiento de vida extraterrestre, sino algo quizás aún más revolucionario.
Marcas invisibles en la historia. Pienso en los instrumentos prehistóricos hechos con materias naturales que regresaron a la tierra, que se volvieron más simples y estables, desapareciendo sin huella, erosionados, oxidados, convertidos en sustrato.
Aislamiento forzado. Al regresar a Santiago, al poco andar cayó la pandemia, anulando todo lo que estaba en marcha. Por meses no elevaría la mirada al cielo, hasta contemplar a fin de año los dos minutos en que la luna ocultó el sol entre las nubes y la lluvia del sur. Tardaría un año en regresar al norte, esta vez donde Armando Saragoni en el Valle del Elqui, quien lleva años observando las estrellas desde su hogar. Mientras él recibía visitantes y les explicaba el firmamento, yo elegía entre su discoteca las músicas ideales para la situación: aquellas que conectaban directamente con el dócil sobrecogimiento que suscita en el espíritu el cielo nocturno. En el camino de regreso a Santiago, la máquina del tiempo que es la ventana del bus, me reveló que debía volver donde Armando y grabar un disco con él. Un disco sobre el silencio del cielo, una música para elevar la mirada.
El parpadeo de las luces a lo lejos. Al volver en invierno, durante una ventana pandémica, grabamos horas de sonidos cíclicos, inciertos y monótonos, resonantes y luminosos, tronadores, acuosos, procesados y estáticos, maquinales y orgánicos. Aprendí a preparar pan de masa madre observando microorganismos inflándose como nebulosas interestelares. Así, procedo ahora a cocinar estos sonidos, cultivándolos más allá del miedo y el deseo, oyendo atentamente el susurro del mundo natural que dice, sencillamente:
Fotografía de la obra Escalera del escultor Rodrigo Moraga Cirés presente en la panadería y supermercado Rivera en Pisco Elqui. Ver: http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/moraga_r/sources/moraga_r.pdf
Sebastián Jatz es compositor, traductor y campanero. En 2008 funda arsomnis (www.arsomnis. com) con la cual ha realizado proyectos de gran escala, además de numerosas intervenciones sonoras, individuales y colectivas, en espacios públicos e institucionales en Chile y el extranjero. La simultaneidad, una noción expandida de la música, lo colectivo y lo metafórico, son ejes constantes en su propuesta. Ha traducido numerosos libros y es miembro fundador de los Campaneros de Santiago.
Arsomnis: https://www.arsomnis.com/es
Proyecto Financiado por Fondart Regional, convocatoria 2021.
Notas
- ^ Locución latina atribuida a Parménides de Elea (h. 540 a.C. - id., h. 470 a.C.) traducida como “Nada surge de la nada”.
- ^ Leonardo Da Vinci, Códice Arundel 263, Folio 155, British Library. Traducción del autor. Ver: https://www.bl.uk/catalogues/illuminatedmanuscripts/ILLUMIN.ASP?Size=mid&IllID=58047
- ^ Ver: https://arsomnis.com/es/las_metamorficas
- ^ Colectivo artístico formado en noviembre de 2019 por Fernanda Fábrega, Bernardita Pérez, Andrés Gaete y Sebastián Jatz para realizar un trabajo de investigación sobre casos de muerte vinculados al estallido social del 18 de octubre de 2019. Ver: https://arsomnis.com/es/chusca
- ^ Composición que presentaba un listado en voz alta de las personas fallecidas desde el 18 de octubre de 2019 en relación a las movilizaciones sociales en todo el país. La pieza buscaba responder tres preguntas claves sobre dichas muertes: quién, cómo y cuándo. La lectura era intercalada por tres crescendi sucesivos de platillos, mientras un bombo golpeaba de manera continua con ritmo de kultrún. Ver: https://arsomnis.com/es/chusca
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