Quizá prestamos demasiada atención a las tonterías que ciertos personajes van dejando en ciertos lugares. Rhodes es uno de ellos. Nos preguntamos por qué tanto interés en esta figura con tan poco que decir.

Redacción
1 diciembre 2021
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Si estos días hacemos una búsqueda con Google utilizando el nombre de un famoso “pianista”, James Rhodes, obtendremos –además de su biografía en wikipedia, su web y bastantes páginas más- un conjunto de noticias llamativas.

En La Voz de Galicia: “James Rhodes: En unos meses tengo la fiesta de mi boda y va a sonar reguetón”. En El Español: “Dale más gasolina, James Rhodes: otro 'progre' esnob contra el reguetón”.  En El Diario: “Respuestas para James Rhodes sobre Bad Bunny y ‘la popularidad del reguetón’”. Da igual la tendencia política del medio, ahí está la tontería reflejada como noticia de interés.

Resulta curioso que un personaje como Rhodes despierte tanto interés mediático cuando sus logros son tan limitados (tanto en el plano musical como en el social o el político, que ha frecuentado también). Parecería que una declaración de este individuo despertara el interés –también, y muy especialmente, en redes sociales- de mucha gente, seguramente demasiada. Pero lo curioso del asunto es que el fondo de la supuesta polémica de estos días está lanzando a los cuatro vientos algo que está (o debería estar) más que superado en nuestro tiempo: que si el reguetón no perdurará y la música clásica sí; que si hay elitismo en sus declaraciones; que si “este tío no tiene ni idea y va a opinar de la música que se escucha masivamente desde un punto de vista interesado”…

El caso, en realidad, debería ser intrascendente, si no es porque se amplifica hasta niveles más que exagerados y, sobre todo, porque se le da carta de naturaleza al ser invitado por instituciones como la Fundación BBVA (allí Rhodes declaró este reciente “Explicadme, por favor, lo del reguetón y Bad Bunny. Os juro que no estoy diciendo que sea una mierda, pero no entiendo su popularidad”). Si esa institución bancaria, que también promueve y otorga los Premios Fronteras del Conocimiento a compositores como Peter Eötvös, Kaija Saariaho, Sofia Gubaidulina, Georges Aperghis, György Kurtág o Pierre Boulez (entre bastantes otros), invita a alguien de este nivel está dejando por los suelos todos sus intentos de prestigio a través de premios y otras acciones. Muchas de ellas en torno a la música actual. No olvidemos sus ciclos en Madrid y Bilbao o su participación en el sello Neos.

El caso de la Fundación BBVA no deja de ser anecdótico en un cúmulo de despropósitos que parece caracterizar nuestro tiempo: sacamos a un personaje sin más que algo de márquetin encima, lo aupamos a las redes sociales por la vía rápida de un cierto prestigio (Cadena Ser, sin ir más lejos), y todo va rodado. Presidente del Gobierno incluido. Mientras, queremos dar una imagen de seriedad que, a la vez, desmentimos con todo esto. En definitiva, el asunto no deja de pertenecer a esa falta de coherencia del momento que vivimos. Quizá no tenga demasiada importancia este caso –seguro que no- pero nos da, de algún modo, la medida de una sociedad, digamos, algo marciana (por no decir otra cosa). Veremos mucho más por el mismo camino, sin duda. Mientras tanto, la casa por barrer.

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