En el noveno mes de pandemia en España, milagrosamente, se mantienen muchos ciclos y festivales que, dada la situación, sería fácil pensar que hubieran cancelado sus programaciones. Analizamos someramente esta situación y algunas de las causas.
Noveno mes de pandemia en nuestro país, y todo sigue igual de incierto que en marzo. Más si cabe estos días en los que ya se habla de un nuevo confinamiento domiciliario, que las autoridades –cada vez más torpes en su gestión de la crisis- no han sabido ni podido evitar.
Sin embargo, el mundo de la música continúa empecinadamente proponiendo proyectos, sin certezas pero manteniendo el tipo en un momento en el que lo más fácil sería arriar velas y esperar a mejores vientos. Lo que ocurre es que, para muchos, ese parón sin fecha de apertura a la vista supondría quizá el cierre definitivo. Así, una gran cantidad de proyectos siguen intentando mantener sus programaciones para no caer en el riesgo de no volver a levantarse. Una de las razones puede parecer absurda, pero es real: aquel festival o ciclo, por poner un tipo de proyecto que todos identificamos, que deje de solicitar subvenciones después de haberlo hecho –y haberlas recibido- durante años, tiene el temor no infundado de que es posible que no las reciba una vez pasada la pandemia, cuando todo vuelva a la normalidad y se presente de nuevo a la convocatoria. Sea porque otros se han colocado en ese espacio (y la financiación pública, siempre escasa, no da para todos) o bien porque las comisiones que deciden estas ayudas en las administraciones culturales valoran negativamente el no presentarse un año, muchos ciclos intentan seguir al pie del cañón aun a riesgo de que su programación caiga de golpe en un pico de la crisis, con lo que supone algo así.
Por otro lado está el compromiso. En una valoración subjetiva, podemos pensar que organizar un festival sin gran infraestructura tiene algo de quijotesco. ¿Qué impide llevar la locura algo más allá si la alternativa es tirar todo ese ingente trabajo por la borda? El programador comprometido no va a dejar de serlo en una situación así, la costumbre de lidiar con imposibles es cotidiana. Un escalón de dificultad más (o diez escalones) a muchos no les asusta lo suficiente comparado con la perspectiva de cancelarlo todo.
Todo esto, en sí mismo, puede verse como un acto de valor –y lo es, por supuesto- pero también tiene el riesgo innegable de la suspensión. Y este riesgo tiene consecuencias. La más clara es la económica y el desastre para quien gestiona. Un ejemplo sería el intérprete que viene de otro lugar diferente a la población del festival. Los gastos de una cancelación son asumidos, bien por el festival, bien por el propio artista. Si es lo primero, se produce un agujero en el presupuesto sin la contrapartida de la reprogramación, que en cualquier caso generaría gastos secundarios. Si es el intérprete el que lo paga de su bolsillo, será difícil volver a traerle aun en una situación normalizada.
De este modo, lo cierto es que para muchos ciclos de música actual no parece quedar más opción que seguir adelante. Y son bastantes los que estas semanas han iniciado su programación o están a punto de hacerlo, así como otros que la han cumplido enteramente como ENSEMS o After Cage. Entre los que inician ahora están las Jornadas de Música Contemporánea de Segovia/CNDM, el NueBo Festival, el Festival Encuentros Sonoros o el Encontre Internacional de Compositors, por poner algunos ejemplos. Por supuesto, también están aquellos que ya han comenzado y continúan su andadura en noviembre como, por ejemplo, el Festival COMA, el Ciclo de Música Actual de Badajoz/CNDM, los Encuentros Kuraia o el Bernaola Festival. En definitiva, un recuento que nos da una idea del rico panorama de música actual que se mantiene a pesar de esta situación y de lo poco cuidado que está el tejido cultural por parte de las administraciones públicas.
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