Tercera parte del ciclo que analiza la figura de (los) Boulez más allá de la "pura música" incluyendo sobre todo su dimensión político-económica.

Joan Gómez Alemany
1 octubre 2021
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La praxis musical parece haber quebrado definitivamente todas las barreras éticas y fronteras estéticas existentes y se ha revelado como el "arte de nunca jamás", sujeto a las sucesivas implementaciones informáticas y a la imparable invención de nuevos instrumentos. El arte de los sonidos se ha vuelto más rizomático y participativo, holográfico y complejo, pero también más urgente, anodino e inconsistente.

Luigi Nono se preguntaba si "no ha habido en otras épocas alguna relación entre la razón histórica y la imaginación creadora? ¿no ha podido haber alguna relación entre el Siglo de las Luces francés y Mozart, entre las conquistas del pensamiento burgués salidas de la Revolución francesa y Beethoven, entre la ebullición del movimiento nacionalista del Risorgimento y Verdi, incluso la creación de la nación rusa y Mussorgsky, hasta Janáček, Bartók o Schoenberg en relación con la tragedia del pueblo hebreo; o Dallapiccola, quien, debido a su elección de textos católicos, no hace otra cosa que enfrentarse a los grandes heréticos? Cada música, afirmó el compositor veneciano, tiene su propio punto de vista sobre el mundo que le rodea y cada decisión es, al mismo tiempo, una decisión parcial y política; es decir, no adopta una autonomía aristocrática, sino que está ligada a la actual estructura social; y así, el músico espiritualiza en las abstracciones metafísicas o magnifica la belleza y la pureza de los sonidos, cree que su compromiso personal se acaba en la moral, o anuncia la unicidad de un momento o de un proceso tecnológico, asocia la música a las interacciones pragmáticas o elije por tema el budismo, la cocaína o la cólera blasfema."

Estas decisiones implican asimismo la respuesta a las tres preguntas que Jean-Paul Sartre plantea a la literatura: ¿Qué se debe escribir? ¿Por qué se escribe? ¿Para qué se escribe? [1]

Por todo esto, como explica la larga cita, las figuras de los Boulez (y los Karajan) son "mucho más que simples músicos". ¿Qué ocurre con aquellos que no pactan con los lacayos? Estratégicamente son borrados del mapa... A penas se enseñan en las universidades, no se programan, etc. Pongamos el ejemplo del poco conocido Hans Eisler, uno de los mejores alumnos de Schönberg (él mismo remarcó que tenía mucho talento) y que debería estar en igual condiciones dentro de la Segunda Escuela de Viena, junto a los otros dos grandes compositores llamados Alban Berg y Anton Webern. Hanns Eisler (quien compuso incluso más música que los dos compositores anteriores juntos y en vida fue más famoso que ellos), resulta hoy día muy desconocido (y ocultado), entre otras cosas por su compromiso social y radicalismo político. Llevado por los norteamericanos al banquillo del tribunal (igual que a Brecht, supuestamente por sus "actividades antiamericanas"), Eisler fue tildado por esos gangsters del "Karl Marx de la música"[2]. Este radicalismo no les ocurre a los Berg y Webern, tímidos y más ambiguos políticamente. Por ejemplo, los musicólogos aún no saben dónde "colocar" a Webern, ya que se piensa que fue un defensor y colaborador de la Viena Roja, pero también posteriormente de los nazis. La institución oficial, aunque no los programe mucho porque su música es de vanguardia, no tiene ningún problema en aceptarlos y alabarlos. Webern y Berg tienen una estrella en el paseo de la fama vienesa, en esa repugnante copia hollywoodiense donde como es de esperar, Pierre Boulez tiene otra estrella y Karajan también.

Previsiblemente (y por fortuna de él) el estigmatizado Hanns Eisler no tiene ninguna estrella.  Lo mismo le ocurre a Paul Dessau (admirado por Luigi Nono quien le dedica una gran pieza titulada Für Paul Dessau). Eisler y Dessau son buenos compositores, con grandes logros en lo musical y en cómo entendían y utilizaban la música, desde su integridad personal y política. Ambos "eliminados de la Historia Oficial" únicamente por sus ideales, sin que su música sea realmente tomada en cuenta. Pero ya hemos demostrado que a la Historia Oficial de la Música poco le importa la música, sino más bien su uso y poder. Por contra, se escucha y programa frecuentemente con pompa y gloria compositores de segunda fila, mediocres y vulgares como Franz Lehár. Éste último compositor fue muy estimado y recompensado por Hitler, quien le dio la Medalla Goethe y "perdonó" a su mujer por ser judía, otorgándole a ella el sorprendente título nobiliario de "Aria Honorífica". Una vez más demostrando la hipocresía, falta de coherencia y absurdo de su postura ideológica. Otro de estos mediocres compositores es el llamado Camille Saint-Saëns, bien posicionado en su tiempo, ocupando grandes cargos "político-musicales" (muy al estilo de Boulez) como la recalcitrante y casposa dirección del Conservatorio de París. Parecido al anterior encontramos también a Giacomo Rossini, un gran negociante, compositor muy cotizado y famoso en su época, que una vez ganó suficiente dinero se apartó casi totalmente de la composición para dedicarse a sus frívolas aficiones (principalmente la cocina, del que fue famoso por inventar unos canelones que llevan su nombre...). Si les hubiesen preguntado quién era el compositor más célebre e importante, muchas personas en la Europa en torno a 1825 habrían respondido que no era Beethoven, sino Gioachino Rossini.[3] ¿Qué estúpido pondría hoy a Rossini por encima de Beethoven? La música de Rossini con sus vulgares y banales bufonadas, propias para entretener e idiotizar a las masas, sigue militarmente programada hoy en los teatros de ópera. Ya que este compositor responde perfectamente a los "ideales" de programación que entienden y promocionan esos circos (clasificados como óperas). Nadie negará que el tiempo ha sabido corregir inteligentemente las estúpidas opiniones de aquellos tiempos (opiniones fundamentadas en el negocio capitalista). Beethoven hoy, no cabe duda, es mucho más célebre e importante para la historia de la música. No sólo por la calidad de su obra, sino también por su influencia, su vida, ideales, etc. A pesar de haber transcurrido casi dos siglos desde su muerte, la figura y la obra de Beethoven continúan suscitando innumerables reflexiones y acalorados debates entre musicólogos y compositores. Creadores de la talla intelectual y artística de Luigi Nono, Karlheinz Stockhausen, John Cage, Pierre Boulez o Mauricio Kagel revisan y discuten sobre cuál ha de ser el papel que debe jugar un artista en la sociedad, cuál debe de ser su posicionamiento ideológico y político, en definitiva, su compromiso ante el mundo en el que se encuentra inmerso.[4] De Rossini en nuestros tiempos, podemos decir que nadie se interesa por él, a excepción de la oficial Historia de la Música que se enseña en los conservadores conservatorios o universidades. También el compositor está a salvo en los teatros de ópera, que concienzudamente calculan las ganancias que pueden obtener vendiendo la mercancía-Rossini. Como mucho, el compositor es citado o estudiado como símbolo perfecto de una música característicamente ligera, graciosa y vulgar (así lo cita Shostakovich por ejemplo en su Sinfonía n.15). No cabe duda que Rossini es un antecedente de la actual música de consumo pop...

La historia de la música la crean sus protagonistas, es decir, sus músicos que con su trabajo quieren hacer algo digno de ser recordado. Y sus protagonistas en vida, suelen ser sombras e intrusos, más que radiantes y lumínicas "Stars". Los "aparatos que rodean a la música" con su propaganda,  básicamente se dedican a explotarla para aprovecharse de ella y del trabajo de sus creadores. Por eso queda claro que no todos deseamos ni podemos aspirar a pertenecer a la Historia de la Música en Mayúsculas. Mejor quedar en los márgenes para que sea la música (y no su envoltorio), lo que pueda ser disfrutado. Una música que verdaderamente interesa y su prioridad es escuchar los sonidos, antes de ver el precio que cuestan y su rentabilidad... En Boulez nos vamos dando cuenta de la relación entre su ostentosa presencia oficial, y su carencia de presencia verdadera. Un fantasma que nadie sabe realmente lo que es, pero que lo controla todo desde su "omnipresencia". Típica relación esquizofrénica entre la imagen ideal que le dan y que uno mismo quiere dar, frente a la imagen real, material y factual de sí mismo en sí mismo, sin ornamentos y vanidades. Si Pierre Boulez no se hubiera interesado tanto por la vulgaridad y la frivolidad del poder, a lo mejor hubiera podido seguir el camino de un gran compositor, como nuestro reverenciado Johann Sebastian Bach (durante su vida muy poco conocido), dejándonos un legado de muchas obras de grandísima calidad. Para Bach por encima de todo estaba su música dedicada a su humilde Dios. En cambio para Boulez lo primero de todo era rendir culto (y cuentas) a su avaricioso Capital. En ese sentido es muy fácil de entender que a Boulez se le pueda considerar en toda regla un compositor fracasado. Porque poco a poco dejó de componer, para dedicarse a "entretener", es decir, hacer dinero. Tomó la dirección (en sus múltiples significados) como su única misión... No es casualidad que en la entrevista que le realizó Paco Yáñez a Helmut Lachenmann, éste citando su maestro Luigi Nono, dice de él: Boulez realizaba hermosas estructuras, que aderezaba con Mallarmé, por eso para Nono era un entretenedor sofisticado.[5]

Atengamos a los significados de una palabra no muy común utilizada en la cita (aderezar). Pero perfecta para definir como Boulez hace uso de sus interesantes referentes radicales (Mallarmé) y por eso tan contrarios al "último" Boulez, dedicado más a entretener, que a la creación artística y el pensar:

aderezar:

  1. tr. Componer, adornar, hermosear. U. t. c. prnl.
  2. tr. Guisar, condimentar o sazonar los alimentos.
  3. tr. Disponer o preparar una casa, un cuarto, una estancia, etc. U. t. c. prnl.
  4. tr. Remendar o componer algo.
  5. tr. Componer con ciertos ingredientes algunas bebidas, como los vinos y licores, para mejorar su calidad o para que se parezcan a otras.
  6. tr. Preparar con goma u otros ingredientes algunos tejidos para que tomen consistencia y parezcan mejor.
  7. tr. Guiar, dirigir, encaminar. U. t. c. prnl.
  8. tr. Acompañar una acción con algo que le añade gracia o adorno.[6]

La hipocresía es la esencia del capitalista, Boulez la conoce muy bien. Dijo que había que quemar todos los teatros de ópera, pero luego lo vemos dirigiendo los más famosos, incluido Bayreuth. En 2013, cuando Boulez ya es la figura que "todos" conocemos, declara en un periódico como El país: A mí lo que me mueve es la transgresión.[7] Esta frase no sólo puede calificarse de extremadamente hipócrita, sino también de cinismo morboso... Algo así como que un banco dice a la prensa que su misión es ayudar a la humanidad hacia la utopía comunista. El absurdo del absurdo, como la frase de Boulez... Una frase muy del estilo panfletario, que tanto gusta a los periódicos poner en los titulares (y es ahí donde la leemos). Por eso Boulez ha sido elegido para salir en este tipo de medios de (in)comunicación, porque haciendo el payaso y diciendo estupideces, es como uno se hace de notar en el show business. Así se muestra esa gente, que sin darse cuenta de que hacen el ridículo, se creen que son honrados y dicen la verdad... Tal vez con el tiempo las capacidades creativas y mentales de Boulez fueron menguando (se podría demostrar al constatar que no cambió de sistema y estilo en casi toda su producción musical), mientras que sus aspiraciones codiciosas iban en aumento. Ya que sabía muy bien que dadas las actuales condiciones sociales, el salario obtenido por crear una composición durante muchos meses, es similar al que recibe un director por el trabajo de pocas semanas. El modelo industrial de máxima ganancia en el mínimo tiempo, Boulez lo conocía muy bien y por tanto sabía cómo hacer dinero rápidamente. Boulez todo y que era un gran practicante del serialismo integral, él mismo no era muy íntegro... Como buen oportunista, según le convenía cambiaba el color y la forma de su guante. Él fue de esas personas que prefieren el jolgorio de la vida pública, en vez de la soledad del compositor. La reclusión en el silencio del estudio y la reflexión privada, no eran su estilo. Claro, la vida pública es siempre la que el vulgo prefiere (y las masas siempre aman el teatro, como dijo Nietzsche). De la misma manera el "espacio público" es el lugar del mercado, es decir, del intercambio y la prostitución de mercancías. Es allí donde se compra el "famoso prestigio" y su "mediática realidad". Pierre Boulez, otra vez, quien postula que no hay ninguna relación posible entre música y revolución y que si el músico quiere hacer la revolución que coja el fusil, es titulado por Nono de fascista por aquello de que «aquí se trabaja, no se habla de política».[8] Concluyamos comparando esta última idea de Boulez, con las Brecht:

El peor analfabeto es el analfabeto político.

No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.

No sabe que el coste de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.

No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.[9]

Notas

  1. [1] GALIANA, Josep Lluís. Escritos desde la intimidad. 2016. EdictOràlia. p. 19.
  2. ^ https://es.wikipedia.org/wiki/Hanns_Eisler
  3. ^ VV.AA. Historia de la música occidental. 2008. Alianza Música. p.742.
  4. ^ GALIANA, Josep Lluís. Emociones sonoras. 2020. EdictOràlia. p. 214.
  5. ^ https://www.mundoclasico.com/articulo/28022/Entrevista-con-Helmut-Lachenmann-IVIV-12-de-diciembre-de-2015
  6. ^ https://dle.rae.es/aderezar
  7. ^ https://elpais.com/elpais/2013/06/18/eps/1371549174_474928.html
  8. ^ GALIANA, Josep Lluís. Emociones sonoras. 2020. EdictOràlia. p. 239.
  9. ^ BRECHT, Bertolt. Las cinco dificultades para decir la verdad. Caum Edición. Serie clásicos del pensamiento crítico. 2013. p. 26.

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