¿Ópera contemporánea japonesa? Sí, existe. La prueba es Asters. Composición de Akira Nishimura con libreto de Mikirō Sasaki basada en una novela de Jun Ishikawa. Ópera que se estrenó el año pasado en el Nuevo Teatro Nacional de Tokyo con gran éxito. Tanto que está nominada entre los Premios de la Ópera 2020. La nominación se entiende viéndola en streaming durante el breve periodo que dicho teatro la ha puesto on-line.

Antonio Hernández Nieto
1 junio 2020
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Asters de Akira Nishimura

Una producción que no solo atrae por su sabor japonés. Un sabor que se comprueba en su historia. Un cuento japonés para adultos. Historia de un joven de rica familia al que se compromete con una princesa. Un joven al que se le ha educado para continuar la tradición artística y poética de la familia que ni quiere a la princesa ni quiere ser poeta. Sobre todo, después de esta falsificación que son los matrimonios amañados.

Él prefiere salir al campo y dominar el arte del tiro con arco. De hecho, huye y en esa huida se encuentra con la mujer de su vida. Una mujer encantada por la que él se enfrentará a la familia, que no da crédito a su rebeldía por el riesgo en que pone su fortuna. También a la hipocresía social de los matrimonios amañados para mantener y conseguir poder. Incluso, se rebela frente a los dioses para liberar a la amada del encantamiento al que está sometida.

Todo acompañado de mucho kimono y traje tradicional japonés. Mucha imaginería de lo que occidentalmente se entiende por Japón. En un escenario abstracto que se usa muy eficazmente. Valiendo tanto para una fiesta orgiástica, como para la intimidad de una fogosa noche de amor en un futón y confesiones íntimas o para mostrar una montaña.

Sin embargo, mantiene todo el sabor y la tradición de la ópera occidental. Y, si bien es cierto que se trata de una ópera contemporánea, arrítmica y poco armónica, no reniega de ser popular. Por eso tiene una corta obertura de clara tradición wagneriana o arias que recuerdan a la Sonata Erótica de Erwin Schullhoff y se pueden apreciar en algunos momentos notas de Porgy and Bess. Y también tiene grandes coros, arias, duetos y canciones de grupo que harán las delicias de los amantes de la ópera, como lo hizo de los asistentes a esta representación que se grabó en una de sus pocas representaciones y que se tradujo en una larga ovación para todos los componentes.

Lo merecen, sí. Merecido en su conjunto y en las partes que la conforman. Desde los cantantes hasta como suena la orquesta. Todos al servicio de una historia, del drama, que lejos de ser ininteligible, como lo describen en Opera Today, se vuelve claro y diáfano en este montaje, al menos a los ojos de un occidental, más allá de su temática japonesa. Y que, en cierta medida, recuerda al trabajo de Kaija Saariaho, sobre todo, de L’amour de loin.

Una historia que reivindica a los artistas, y en concreto a los poetas, como aquellos seres que buscan activamente la verdad. Tratan con sus débiles arcos y sus pocas flechas dar en el centro de la diana. Como hombres y mujeres de acción que son tienen un objetivo. Huyen de la simulación, en este caso, de la simulación del amor al que es sometido el protagonista al comprometerlo con una mujer, una princesa, que ni quiere ni le atrae. Lo mismo que le pasa a ella con él.

Los artistas como seres que se rebelan y que tienen un propósito noble por el que se atreven a ir más allá. De llegar hasta los dioses, esos seres a los que apenas se les vislumbra la cara. Como el Buda que se encuentra en lo alto de la montaña a la que sube el protagonista al final de la obra. Momento decisivo para todo artista que se precie. En el que tiene que decidir si dedica su vida a iluminar humildemente la cara de un dios que se resiste a hacerse presente, o si se rebela frente al mismo, usurpar su puesto, por el que este le castigará. En ambos casos, no hay salida, porque es dedicarse a perder la vida.

Ideal romántico del artista y de la vida muy querido del público operístico, al menos cuando lo ven y oyen sobre la escena. Ideal que atraviesa toda la obra y, aunque no lo parezca, también la partitura. Todo ello debería asegurarle una larga vida en los teatros de ópera. Al menos dentro del repertorio contemporáneo operístico, como el que tiene la ya citada L’amour de loin.

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