Con motivo de la edición de su disco compacto OCHRA, recientemente publicado por el sello Contrastes, el guitarrista italiano Giuseppe Mennuti me pidió, en 2022, que redactara unas notas en las que me adentrase en el recorrido vital y musical del compositor español José María Sánchez en relación con la guitarra. Puesto que dicho disco incluye estas notas únicamente en su traducción al inglés (por parte de Alessandra Maino), publicamos en Sul Ponticello el texto original en castellano, agradeciendo tanto a Giuseppe Mennuti como a José María Sánchez-Verdú y a Contrastes las facilidades dadas a nuestra revista para su publicación.
Autor de obras de raigambre helénica, como ARGO (2017-18) o Hacia la luz (... ἐς φάος ...) (2019-20), el compositor español José María Sánchez-Verdú es un buen conocedor de la literatura griega que sabe que todo viaje tiene un punto de partida y abre una ruta de conocimiento. Ello hará que el regreso, el nostos (νόστος) homérico, nunca encuentre una Ítaca como la que se había abandonado, así como Odiseo ya no podrá volver a ser el mismo.
En el catálogo de José María Sánchez-Verdú, ese primer paso como compositor se dio con una partitura para guitarra sola cuyo título ya evocaba el movimiento, el viaje como proceso: Tránsito (1989). Si Sergiu Celibidache nos decía, fiel a su comprensión fenomenológica del hecho musical, que «el final está en el principio», Tránsito anticipaba, según Germán Gan Quesada, una buena parte del Sánchez-Verdú futuro, incluida su extensa creación para guitarra(s), que encuentra su última Ítaca en OCHRA (2020-21), la partitura más reciente de este compacto. En palabras de Gan Quesada, Tránsito «adopta desde el inicio la forma de un ostinato rítmico cuyo proceso de crescendo dinámico lineal se compagina con una clara intención restrictiva del material temático, la búsqueda del contraste, incluso excesivo, entre pasajes de tempi diversos y el uso de elementos disruptores de la regularidad rítmica».
Esa incisiva direccionalidad, repleta de pálpitos y contrastes, será una característica recurrente en la producción para guitarra(s) de José María Sánchez-Verdú; una creación marcada ya no por la voluntad de crear un «metainstrumento» (uno de los tópicos de la nueva música europea), sino de convocar en la guitarra clásica ecos de otros espacios y tiempos, de forma que el instrumento se convierta en alquitara de diferentes tradiciones culturales. Así, si las primeras piezas para guitarra del compositor andaluz aún mostraban influencias de las vanguardias centroeuropeas, en el siglo XXI Sánchez-Verdú ha redefinido una guitarra «muy lejana y distinta a la de la tradición», así como más personal e individualizada, impeliendo al instrumento a abrirse al mundo, cual ágora en seis cuerdas y una caja de resonancias.
De acuerdo con Sánchez-Verdú, ello supone «“olvidar” este legado para recrear con el mismo instrumento un aura muy distinta», con el objeto de «redefinir el maravilloso mundo sonoro que la guitarra atesora sin recurrir a todos esos clichés y estereotipos que constituyen el corpus del repertorio tradicional. El recurrir a instrumentos de mi tradición significa, sobre todo, crear un diálogo en el que el instrumento debe enriquecerse y ofrecer una dimensión que reinterprete su mundo expresivo, estético y técnico, y que reivindique además ese pasado como un legado vivo y no sólo museístico».
De este modo, a la guitarra de José María Sánchez-Verdú llegarán ecos de Oriente Medio y del Mediterráneo, como los del laúd árabe, modificando la guitarra clásica mediante la scordatura y un trabajo muy refinado de los armónicos y la microtonalidad. Otro instrumento que amplía los horizontes a través de los cuales la interculturalidad reinventa la guitarra es el shamisen japonés, que como el laúd árabe toca y explora el propio Verdú en su estudio madrileño: verdadero Aleph desde cuya inmovilidad el compositor no deja de viajar a través de la cultura, en una lectura que podríamos efectuar en una clave mística que le es tan querida. En otros casos, ese diálogo se realiza explícitamente por medio de dúos con instrumentos provenientes de otros acervos, como en la obra para shakuhachi y guitarra Mizu no oto (1997), que busca puntos de encuentro para que la guitarra se reinvente armónicamente.
Los dúos con instrumentos occidentales, como La persistencia de la memoria (1991) y Bagatellen (1995), para flauta y guitarra; Luz negra (2019) y Dhatar (1997), para acordeón y guitarra; o NADA (2007), para guitarra y violonchelo, posibilitan a Sánchez-Verdú el adentrarse en la gran cultura europea: desde la literatura a la arquitectura, de la filosofía a la pintura; esta última, tan presente en el ciclo para quinteto con guitarra LUX EX TENEBRIS (2003-09), del que NADA forma parte, dialogando con el universo de Francisco de Goya. La obra del artista aragonés inspira, igualmente, los Tres caprichos (2003-05) para guitarra sola, revelando la austera paleta cromática del último Goya: uno de los muchos matices del color que Sánchez-Verdú incorpora a la guitarra.
Partituras como OCHRA o la «musica per chitarra e orchestra» Memoria del ocre (2020) vuelven a convocar explícitamente las dramaturgias cromáticas en la guitarra, así como reflexiones sobre la materialidad del color: otra forma de viaje «sinestésico a la vez que pictórico, plástico y cultural sobre una deriva que recorre todo un mundo sonoro que transpira con procesos naturales y de percepción». Son relaciones entre la armonía y el color que la guitarra de José María Sánchez-Verdú transita sumergiéndose en la historia y reapareciendo de múltiples formas en su catálogo: desde piezas para solista, como el metálico y vibrante Cuaderno de Friedenau (1998), a dúos de guitarras, como Seis más seis (1995-96), o cuartetos y partituras camerísticas que integran a este instrumento, como el ciclo Kitab (1995-98). La presencia de la guitarra en plantillas de mayor orgánico depara nuevas evocaciones y diálogos, como la aparición diegética de este instrumento en La chute de la maison Usher (2019), banda sonora en cuya guitarra reverberan la literatura de Edgar Allan Poe y el cinematógrafo de Jean Epstein.
Desde su riqueza y sus limitaciones, desde sus muy diversas formas y tradiciones, es un desafío para José María Sánchez-Verdú el formular «otro tipo de guitarra que recrea resonancias sorprendentes, mundos acústicos muy refinados y posibilidades técnicas que crean un aura distinta en el instrumento». La última partitura del disco, YAD (2018), nos transporta a otra guitarra, la eléctrica, ya trabajada por Verdú en su cuarteto OXIDE (2011). En dicho instrumento, el compositor explora nuevos y rugosos paisajes, conectándolos con «la lectura, la escritura y el rol místico, simbólico y espiritual de las letras en el judaísmo». Tiempo, espacio, caligrafía y geometría se concentran en la guitarra eléctrica como en el puntero utilizado para leer la Torá que da título a esta partitura: una nueva forma de interdisciplinariedad transcultural.
Antes, incluso, de que se hubiese compuesto esa Ítaca que en el catálogo de José María Sánchez-Verdú es Tránsito, un tiempo previo ya nos hablaba de la imposibilidad física y cultural de un punto cero en la obra de un artista. En los años setenta del pasado siglo, los primeros instrumentos que el compositor tocó en la Granada de su infancia fueron la bandurria, el laúd y la guitarra. La posterior querencia que Sánchez-Verdú ha mostrado, a lo largo de su carrera, por esta familia de instrumentos, ha hecho que la guitarra recorra todo su catálogo, desde 1989 hasta el presente. Sin duda, una buena parte de esa pasión proviene de tales experiencias epifánicas, de aquella revelación musical en la infancia. Si Juan Goytisolo afirmaba que «el compromiso del escritor es devolver a la comunidad lingüística a la que pertenece un lenguaje distinto del que existía al empezar su creación», no cabe duda de que, fiel al pensamiento de un autor con el que José María Sánchez-Verdú tanto ha dialogado, el compositor andaluz ha devuelto a la música una guitarra distinta: una Ítaca enriquecida por matices y resonancias tan propios de los ecos del mundo como de sus vibraciones y viajes más personales.
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