En este texto Diana Pérez Custodio nos habla de una obra de homenajes, escrita para clarinete contrabajo y octeto de contrabajos.
El 29 de noviembre de 2018 fallecía en Málaga el dramaturgo Miguel Romero Esteo. Muy arraigado en la vida cultura malagueña, Miguel fue un farolillo guía para muchos de los que nos dedicamos a esto de la creación artística. Él nos enseñó a ser libres y a ser valientes. La noticia de su muerte me afectó y despertó en mi un inconfundible sentimiento de horfandad. Estaba yo (¿casualidad?) por esa fecha acabando de componer una de mis obras más severas, De profundis, dedicada a la memoria de mi padre, Juan Pérez Díaz. Juan falleció en Cádiz el 24 de febrero de 1996, y cada día que pasa sin él desde hace ya casi veintiseis años me hace sentirme un poco más huérfana. Él, a su muy peculiar manera pero siempre desde el amor, me enseño a ser libre y a ser valiente. Finalmente De profundis, concluida en diciembre de 2018, quedó dedicada a la memoria de ambos.
Tengo la inmensa suerte de contar con dos músicos, que no sólo son excelentes sino también generosos y que han sido ya responsables del nacimiento de más de una de mis obras. Hablo del contrabajista Jorge Muñoz y del clarinetista Santiago Martínez Abad. Con ambos he aprendido mucho de lo que sé de sus respectivos instrumentos y sus posibilidades sonoras menos frecuentadas, y debo añadir que Santiago lleva años especializándose en clarinete bajo y contrabajo. De profundis está escrita para clarinete contrabajo y octeto de contrabajos, así que la obra también está compuesta para ellos dos desde el mayor de los agradecimientos por enseñarme cómo adentrarme en el oscuro territorio de los sonidos graves con paso firme.
Dice un extracto de la nota al programa que se incluye en la propia partitura:
De profundis utiliza el comienzo del famoso Salmo 130 despojándolo de cualquier restricción de corte religioso y apelando a una segunda persona del singular que cada cual puede situar donde prefiera y necesite. Así, los músicos de arco utilizan a modo de mantra ese texto, De profundis clamavi ad te (Desde lo más profundo te llamo a ti) en varios puntos importantes de la obra.
Y es que el territorio de los sentimientos está alfombrado de abismos. Cada vez que caemos en uno de ellos se despierta en nosotros la necesidad de pedir ayuda, de creer en que algo o alguien podrá tendernos una escala por la que subir.
Esta experiencia sonora, en fin, explora cuatro abismos emocionales (uno por cada uno de los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, fuego, agua y aire) en un recorrido asimétrico de ida y vuelta.
Con esto está dicho casi todo lo importante. El clarinete, en este caso solista, clama con su música usando siempre un mismo material melódico estratificado en cuatro niveles, uno por abismo; los contrabajos hacen de colchón sonoro al solista en cada estrato y conducen clamando con sus voces las transiciones entre un nivel y el siguiente. Pero las trayectorias de ambos en cada abismo son siempre divergentes, convergiendo sólo en las transiciones.
En el primer nivel, tierra, el magma de cuerdas es violento y áspero, contruído al unísono en canon por disminución desde el registro más grave del instrumento (cuarta cuerda); mientras tanto el clarinete contrabajo clama sutil y tierno en su registro más agudo, siendo prácticamente enmascarado por la masa casi todo el tiempo, como un ángel cantando en la lejanía sitiado por una tormenta. Las voces de los contrabajistas susurran el salmo para transicionar, en sintonía con el estado planteado por el solista y acompañadas por tan sólo rumor de arco. En el segundo nivel, fuego, la masa se traslada a la tercera cuerda formando un cluster microtonal con mucho movimiento rítmico interno, rotundo pero no violento; el clarinete baja de registro y sube de intensidad, más firme en su súplica pero aún por debajo de las cuerdas en cuanto a intensidad. Tras este abismo de fuego vuelven las voces, también más firmes y acompañadas por el sonido que producen los dedos al arrastrarse por la tapa trasera del instrumento, para conducir la pieza hasta el siguiente, el de agua. Las cuerdas completan los primeros armónicos de la serie de Re, la fundamental que emite la segunda cuerda de los contrabajos al aire, oscilando como el agua misma oscila, sirviendo de abrazo compasivo a un clarinete cada vez más desesperado, grave y forte. Y de nuevo voces, esta vez gritando el salmo sin medida y acompañadas por el bronco sonido del arco pasado por la parte libre del puente, que conducen hasta el aire. Y en el abismo de aire los contrabajos se congelan en una sutil pandiatonía de sol mixolidio, nutrida de la cuerda prima y de sus voces cantadas, siempre rozando el silencio, mientras el clarinete se desgañita suplicando con toda la fuerza posible en su registro más grave a base de sonidos rotos y multifónicos. Y a partir de ahí comienza el espejo, transicionando de nuevo al agua, luego al fuego y concluyendo en la tierra, ofreciendo un reflejo acortado y algo deformante de todos los procesos vividos pero ahora a la inversa.
La obra se estrenó el pasado 20 de octubre de 2021, en el Teatro Cánovas de Málaga y en el seno de un Concierto Homenaje a Romero Esteo. La dirección corrió a cargo de Álvaro Pérez Rubio y los intérpretes fueron el propio Santiago Martínez Abad al clarinete contrabajo y Amador del Pozo, Estefanía Gómez, Luna García, José Parra, Natalia Jiménez, Luis Rivas, Paula Barranco y Miguel Ángel Aranda a los contrabajos. Resulta indescriptible poder sentir en vivo y en directo cómo el poder de los sonidos graves te desarma por completo y te conduce sin remedio a ese territorio de los sentimientos, alfombrado de abismos…
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