A medio camino entre un festival y un ciclo de conciertos, Soundtrips es una iniciativa dedicada a la improvisación y la nueva música que tiene lugar en varias ciudades de Renania del Norte-Westfalia. Esta es una crónica de su edición número 46, pero también una aproximación a los orígenes de una cita imprescindible para los aficionados a los sonidos libres.

Foto: Petra Cvelbar | Gunda Gottschalk y Joëlle Léandre
Joëlle Léandre sube al escenario con la arrolladora energía que la caracteriza. La sala ORT, que se asemeja a una galería, está abarrotada. Antes de empezar a tocar su contrabajo, se dirige (en inglés) a un público que es evidente que ha venido por ella, aunque haya otros artistas programados en este Soundtrips. Cuando el murmullo se torna en silencio la artista francesa se remonta hasta su época de veinteañera. Léandre rememora con emoción una historia que tiene mucho que ver con que estemos allí una noche de noviembre de 2019. Se trata de su encuentro en el Londres de 1978 con su "hermano mayor", el también contrabajista Peter Kowald, el mismo que entonces la invitó a tocar por vez primera en la ciudad en la que va a tener lugar el concierto: Wuppertal.
Al igual que lo fue su “hermano”, Léandre es una viajera empedernida, tanto que incluso hay gente, como John Coldwell, que escribe a la sección de cartas de una revista como The Wire para señalar que semejante modus vivendi es una amenaza para el planeta. Si Kowald continuase entre nosotros, supongo que hubiera sido objeto de críticas similares. La razón es que con tanto vuelo, en una gira París-Brasil-México-Londres la improvisadora habría contribuido a la emisión de 16 toneladas de CO2. Sin ánimo de frivolizar sobre el cambio climático y huella de carbono al margen, hay que reconocer que Léandre es una figura cuya valía es difícil de entender, como le ocurre a otros tantos músicos, sin ese continuo peregrinar de acá para allá, compartiendo, aprendiendo, tocando.
Sin embargo, son contadas las grabaciones en las que poder escuchar a ambos músicos en la misma sesión. Uno de los escasos ejemplos lo podemos encontrar en el monumental Duos: Europa, America, Japan. Un cuaderno de bitácora en forma de triple álbum que ha sido reeditado el pasado octubre por el sello Be! Jazz. Firmado a nombre de Kowald, el contrabajista alemán, y antaño tubista, se propuso armar una colección de registros que reflejase su agitada actividad musical y social. El resultado se asemeja a una antología de encuentros con espíritus afines del mundo de la improvisación: Léandre claro está, pero también Evan Parker, Derek Bailey, Tom Cora, Jeanne Lee, Irene Schweizer... En realidad, algunas de las piezas son composiciones, y en ciertos casos los colaboradores son maestros de las músicas tradicionales, como ocurre con los japoneses Junko Handa y Tadao Sawai, incluidos en el tercer volumen. Con todo, esta obra, publicada originalmente en 1991 por la célebre editora FMP, funciona como una excelente introducción al universo de las músicas libres, al menos en un momento concreto, la década de los ochenta. Además de permitir escuchar los intercambios de un músico en continuo tránsito, siempre deseoso de colaborar, Duos también traza una suerte de cartografía, puesto que las grabaciones fueron realizadas en Atenas, Berlín, Copenhage, Nueva York, Tokio y, sí, también en Wuppertal. Una ciudad no tan conocida como las anteriores pero no por eso menos importante.
Ventajas de no salir de casa
Coincidencias de la vida, a pocos días de que la reedición de Duos salga a la venta me encuentro viajando a Wuppertal, ejem, en avión y tren. Durante unos días esa será mi “base”, desde la que desplazarme a varios de los eventos de Soundtrips. Una propuesta, a medio camino entre un festival y un ciclo de conciertos, dedicada a la improvisación y la nueva música. Desde finales de octubre y hasta bien entrado noviembre tiene lugar la edición número 46 de esta cita para aficionados a las músicas libres; la novena en lo que va de año.
Situada en la región de Renania del Norte-Westfalia, Wuppertal, es una pequeña población de algo más de 350.000 habitantes. En los primeros sesenta, la ciudad sirvió de escenario para las primeras tentativas sonoras de un Kowald todavía adolescente. Algunas de ellas en compañía de otro joven, Peter Brötzmann, que se había mudado allí con la intención de convertirse en pintor. El saxofonista sería el responsable de convencer a su tocayo de que empezase a tocar el contrabajo e indirectamente, para desgracia de sus padres, de que Kowald decidiera dejar los estudios para entregarse a tiempo completo a la música, comenzando una vida en perpetuo movimiento. Al respecto, no hay que olvidar las motivaciones tras la aparición de la música libre en la Alemania de la generación de posguerra. Ya que como cuenta el propio Brötzmann en el libro We thought that we could change the world, no se trataba de una simple recontextualización del free jazz afro-norteamericano, sino un intento visceral por sacudirse el sentimiento de vergüenza ante el legado cultural de un Viejo Mundo, responsable de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial.
En 1994, poco antes de su cincuenta aniversario, Kowald decidió apartarse de la vida en la carretera, al menos por un año. No era cuestión de tomarse un sabático, sino más bien de encontrar un hueco para un proyecto como 365 Tage am ORT (365 días in situ). De esta manera, las puertas de su casa y espacio de trabajo se abrieron a músicos, pensadores y artistas visuales. La iniciativa surgió cuando Kowald reparó en que pese haber recorrido medio planeta, sus propios vecinos de Wuppertal tal vez no habían tenido la posibilidad de escuchar la música que hacía. Como recoge Monika Werner-Staude en su artículo Ein Experiment: 365 Tage am Ort, fueron doce meses en los que el domicilio de Luisenstraße 116 acogería más de sesenta conciertos, además de exposiciones, debates, e incluso la creación de un ensemble propio. Una de ellos, la violinista Gunda Gottschalk -futura integrante junto a Kowald del grupo Global Village, comentaría durante mi estancia que en aquel período las únicas actuaciones que el contrabajista daría fuera de su propia casa serían aquellas a las que podría desplazarse, instrumento a la espalda, en su bicicleta.

Foto: Petra Cvelbar | Torben Snekkestad
La red hace la fuerza
Aquel año que parecía una pausa y terminó siendo un período de actividad imparable sembró la semilla de lo que sería Soundtrips. Cuando Kowald falleció en 2002, amigos y seguidores decidieron continuar su legado convirtiendo Luisenstraße 116 en las instalaciones de una asociación que lleva su nombre. ¿Su objetivo? Propiciar encuentros entre creadores de distintas disciplinas, incluso un programa de residencias artísticas. Una labor no muy diferente de la de otras asociaciones culturales de Renania del Norte-Westfalia, donde es común que los músicos dirijan y programen sus propios espacios, como es el caso de Cuba Cultur en Münster.
Activo desde 2010, Soundtrips es el resultado de la existencia de este tipo de espacios, dispersos a lo largo de la región, y su deseo por sumar esfuerzos a fin de hacer posibles giras en poblaciones que quedarían fuera de un circuito en principio reservado a las grandes ciudades. Todo ello con la intención de fomentar la movilidad de improvisadores internacionales y locales. Poniendo así en contacto, y aquí pienso en Walter Benjamin, tanto a quien tiene algo que contar porque viene de lejos, como a quienes sin salir de casa conocen bien las historias del lugar.
De este unir fuerzas, y gracias al respaldo de organismos públicos como el NRW KULTURsekretariat, el festival se plantea desde lo reticular, con un carácter descentralizado e itinerante. Su programación no se ciñe a la ciudad de la que venimos hablando sino que se expande a otras de Renania del Norte-Westfalia: Bielefeld, Bochum, Bonn, Colonia, Duisburg, Düsseldorf, Essen, Hagen, Münster y Witten, en ocasiones, incluso algunas más. En cada edición cuenta con un artista como invitado especial, condición que le convierte en el único nombre presente en todos y cada uno de los eventos programados. Entre los invitados de las ediciones más recientes, Susan Alcorn, Sofia Jernberg o Steve Beresford, y en el caso de la que aquí se da cuenta el danés Torben Snekkestad. Ante la imposibilidad de relatar la totalidad de veladas de este Soundtrips, lo que sigue a continuación es una crónica, un diario de viaje si se quiere, de lo sucedido en tres de ellas: Bonn, Wuppertal y Münster.
Bonn: De la abstracción a lo tangible
Si bien esta edición de Soundtrips arrancó en Moers, la primera jornada del festival a la que pude asistir fue la de Bonn. Allí el Kreuzung an Sankt Helena, fue el inusual espacio, al menos para nuestros estándares, para celebrar este evento. Inusual porque entre sus principios se encuentra la pretensión de generar diálogos entre la cultura contemporánea y la Iglesia cristiana. Sin embargo, en los últimos cinco años ha acogido las actividades del colectivo local In Situ, integrado en la red de Soundtrips y responsable de traer a la ciudad a artistas como Paal Nilssen-Love, Ken Vandermark o incluso a los Acid Mothers Temple de Kawabata Makoto.
Antes de que los conciertos dieran comienzo tuvo lugar el simposio Filosofías de la Improvisación, en el que se sucedieron varias conferencias, culminando en una mesa redonda con todos los ponentes: George Paul, Simon Rose, David Toop, Christian Grüny y Nicola Hein. Como era de esperar, la ausencia de mujeres entre los invitados fue sacada a colación en el turno de preguntas. Pero incluso antes de que aquello ocurriera no pude evitar pensar en Azioni, el documental sobre los inicios del Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza. En la película, hay un momento en el que Ivan Vandor, hablando del Gruppo, comenta resignado “Toujours des hommes...” Los organizadores del simposio, conscientes del tropiezo, pidieron disculpas, atribuyendo esta notoria omisión a un problema de agendas que impidió la asistencia de otras ponentes invitadas.

Petra Cvelbar | George Paul, Carl Ludwig Hübsch, Martin Verborg y Martin Blume
Durante la mesa redonda el moderador, Carl Ludwig Hübsch, preguntó "¿necesitamos una filosofía de la improvisación?", a lo que Grüny respondió "no, pero sí aproximaciones filosóficas a la improvisación". Pese a las buenas intenciones y una disposición a la apertura y la escucha, varias de esas aproximaciones pecaron de articularse desconectadas de ejemplos concretos, dando lugar a resultados un tanto farragosos. La excepción vino dada por David Toop, quien partió de sus experiencias como músico, y subrayó que la improvisación es ante todo una práctica, no reducible a categorías abstractas, o por decirlo parafraseando el título del libro de George Rose: "a lived experience". Contra todo pronóstico, terminados los conversatorios, las ideas expuestas durante la jornada comenzaron a cobrar más sentido a la luz de los conciertos.
El invitado del festival, Torben Snekkestad ofreció una excelente actuación en solitario, en la estela de su trilogía The Poetics of a Multiphonic Landscape. Apoyándose en la técnica de la respiración circular el danés fue construyendo una imponente masa sonora, para la que también se valió del uso de lo que parecían pregrabados, que lanzaba por medio de un laptop y una controladora. Esto le permitía implicarse en una especie de conversación múltiple consigo mismo. En determinado momento, Snekkestad viró hacia el reduccionismo, finalizando su concierto soplando la boquilla, separada del saxo, como único instrumento. Una delicada coda para una inmersiva sesión de escucha.
Procedentes también de tierras nórdicas, la velada contó con Nakama, un cuarteto milenial llegado desde Oslo -en realidad quinteto, pues el batería Andreas Wildhagen no pudo asistir. Nakama, "camarada" en japonés, están liderados por el contrabajista Christian Meaas Svendsen, que junto a la pianista de origen nipón Ayumi Tanaka, son los dos únicos miembros originales de la formación, la cual a día de hoy completan a los vientos Klaus Ellerhusen Holm y el gran, en todos los sentidos, Andreas Røysum.
Quede claro que cuando digo milenial es sin maldad, más bien como guiño a The worst generation, su álbum dedicado a las cinco generaciones que conviven en nuestra época, entre ellas, baby boomers y aquellos que un día fuimos jóvenes de la generación x, de una u otra manera el grueso del público asistente al festival. A diferencia de en aquel trabajo, fruto de la pura improvisación, su concierto se movió en las aguas de lo que Steve Lacy denominó en su día poly free, esto es, composiciones abiertas a momentos de creación espontánea. En este caso, firmadas en su práctica totalidad por el líder del grupo. En estas coordenadas, abordaron algunas piezas de sus primeros discos, como es el caso de End Point procedente de esa maravillosa exploración del silencio que es su debut, Before the Storm, y, si la memoria no me falla, Daily Choices, de su segundo álbum. Incluso hubo momentos para el humor como cuando, de manera muy valiente, tocaron, como si de un standard se tratase, Nostalgia of Island, un tema, en clave de exótica, escrito por Tatsuro Yamashita y aparecido en un disco compartido con dos Yellow Magic Orchestra: Haruomi Hosono y Ryuchi Sakamoto.
Tanto Snekkestad como Nakama actuaron intercalados entre tres cuartetos formados ad hoc, mano inocente mediante, entre los doce comisarios de la red que conforma Soundtrips, reunidos de manera extraordinaria en Bonn. Una magnífica manera de conocer el buen estado de la escena local. Abrió la velada el combo formado por la chelista Sue Schlotte, Nicola Hein a la guitarra eléctrica, Sebastian Büscher al saxo barítono y Florian Walter al saxo contrabajo. Los cuatro alternaron disonancia y quietud, intentando no llevar las cosas demasiado lejos, tal vez conscientes de que su actuación debía de ser el prólogo de una larga noche. Llegados al ecuador, fue el turno para el cuarteto de la violinista Gunda Gottschalk, el guitarrista Erhard Hirt, el pianista Martin Theurer y Philippe Micol al clarinete bajo. Pese a una primera parte engañosamente titubeante, finalmente desplegaron una energía verdaderamente volcánica, en las antípodas del minimalismo lowercase. Por último, justo después de Nakama, el cierre corrió a cargo del conjunto formado por Martin Blume a la batería, George Paul al saxo tenor, Martin Verborg al violín y Carl Ludwig Hübsch a la tuba. Inicialmente Paul parecía llevar las riendas, pero súbitamente fue desbancado por un desbocado Hübsch que terminó abandonando su instrumento para pasar a realizar unas vocalizaciones que en ocasiones podían recordar al Phil Minton más feroz, pero también a un ritual de posesión. Aquel trance podría haber durado probablemente horas, pero alguien tenía que ponerle fin, y fue la violinista Gottschalk quien decidió diligentemente, y casi a golpe de arco, dar cerrojazo a este primer día. Atrás quedaban tres horas verdaderamente intensas.
Wuppertal: reencuentros
Hablar de la segunda noche, o según se mire tercera, de Soundtrips, obliga a volver una vez más a Wuppertal, y en particular a ORT, donde unas setenta personas -un poco más de la media de lo que congregan este tipo de eventos- esperaban expectantes en una sala que iba a ser escenario de reencuentros.
Lejos de la atmósfera contemplativa de su última actuación, Snekkestad se adentró en sonoridades más fieras en el seno del quinteto que compartió con el batería Martin Blume, un Carl Ludgwid Hüsch mucho más relajado que la noche anterior, así como de Erhard Hirt y Nicola Hein, exploradores de las posibilidades expresivas de la guitarra eléctrica. Ambos procesaron sus instrumentos por una amplísima variedad de efectos (pedales pero también software), hasta hacerlos sonar difícilmente familiares. Aquellos deseosos de hacerse una idea, harán bien en acercarse al reciente cd del prolífico Hein: The Oxymothastic Objectar. Hirt, por su parte, no se prodiga tanto en disco.

Petra Cvelbar | Nakama
Nakama dieron una actuación tan interesante como la ofrecida un día antes, pero para algunos se dilató demasiado. Tal vez porque además de reinterpretar parte de su repertorio en nuevas direcciones, optaron incluir una pieza de larga duración como es la ambiciosa Grand Line, de su álbum homónimo. Esta segunda noche también permitió volver a escuchar Nostalgia from the island, pero esta vez un tanto menos preciosista, y en la que Svendsen aprovechó para introducir recitaciones de ecos orientales, similares a los sutras que pueden escucharse en ese acercamiento al budismo zen que constituye su reciente proyecto New Rituals.

Petra Cvelbar | Jöelle Léandre
Svendsen era la segunda ocasión que pisaba ORT, ya que según mencionó al inicio de su concierto, había estado allí a principios de la década. Aunque tuvo a bien en reconocer que por entonces, cosas de juventud, ignoraba por completo quién era Peter Kowald, lo que casi le cuesta una reprimenda. Por supuesto, quien conoció bien al contrabajista y no tenía problemas en admitir su influencia fue Jöelle Léandre. Discípula de luminarias como Cage, Scelsi y el Feminist Improvising Group, Léandre brindó un concierto que pudo sentirse como un sincero homenaje, casi me atrevería a decir que una invocación. A lo largo de tres secciones, complementó el dominio de su instrumento de cuatro cuerdas con un trabajo vocal vigoroso y expresionista, hasta rayar en lo teatral. Por momentos, me hizo recordar el único concierto que he podido presenciar de Henry Grimes y Patty Waters tocando a dúo, solo que en el caso de Léandre parecía como si ambas leyendas del free norteamericano hubieran sido absorbidas por la fuerza de un remolino.
Terminada la performance, la audiencia era puro entusiasmo. Sentado a mi lado, Hannes, crítico y promotor de conciertos de Múnich, me comentó que de las casi veinte veces que había visto tocar a Léandre probablemente ésta fuera de las mejores, sino la mejor, de los últimos años.
Tras la ovación, la improvisadora aprovechó para mencionar las dificultades de llevar prácticamente toda una vida en la carretera. Por contra, en su discurso no había ínfulas heroicas sino más bien una llamada desde la experiencia, a la reflexión y a la acción: “¡Resistimos! ¡Y seguiremos resistiendo!" Sus palabras dejaban claro una profunda preocupación por cuestiones que van más allá de lo estrictamente musical y entran en el terreno de lo sociopolítico. De hecho, antes de subir a tocar se la podía oír hablando con viejos amigos de que su nomadismo la estaba llevando a comprobar de primer mano cómo el malestar se está apoderando de una Europa cada vez más tendente a la involución.
Última parada: Münster
Münster representaba el final de mi periplo por Soundtrips, así que la tarde del 3 de noviembre tenía cierto aire de despedida. En esta ocasión la sala Black Box, que gestiona la asociación Cuba Cultur, acogía una noche de dúos y tríos. En esta tesitura quedaba excluida la posibilidad de volver a disfrutar de un Snekkestad afrontando una actuación en solitario. Sin embargo, fue una alternativa igual de estimulante escucharle al saxo soprano en compañía de Philippe Micol, quien elegiría el mismo instrumento. Micol volvería a sorprender, recurriendo al clarinete bajo, junto a Gottschalk y Hirt.
La novedad de la noche era encontrar en el programa a David Toop. Y es que tras varios años siguiendo su labor como escritor y conferenciante me daba cuenta de que nunca había podido verle en el marco de un concierto. Sus dos intervenciones fueron parte de performances colectivas: primero, completando la terna formada por Snekkestad y Léandre; y más tarde, en tándem junto a Erhard Hirt. En ambas, Toop se mostró discreto -no es un reproche- sirviéndose de un amplio repertorio de instrumentos, que iban desde flautas a pequeños objetos mecánicos, pasando por una curiosa gama de papeles de distinta composición y textura. Con ellos, al parecer pretendía, amplificación mediante, liberar micro-sonidos. Una estrategia tan sutil como eficaz a la de hora de hacer que el público focalice su atención durante el concierto, ya que se trata de emisiones sonoras casi imperceptibles.

Petra Cvelbar | David Toop
Cuando Gottschalk, Hirt y Micol tomaron el relevo bajo los focos otro tipo de ímpetu se puso en movimiento. Algo aún más evidente durante la actuación ofrecida por el binomio Gottschalk-Léandre, responsable de clausurar esta tercera jornada, y a la vez el momento más apasionado de la misma. Especialmente, en su recta final con la violinista dibujando vertiginosamente filigranas con su instrumento sobre el sonido grave, a veces casi cercano a un drone, que generaba el contrabajo. Mientras, Léandre, en esta ocasión alejada del canto, parecía enfrascada en una especie de automatismo, verbalizando a viva voz su flujo de pensamientos y sensaciones: “Il faut tout changer... il faut changer tout... c'est pas terrible... au fond... il faut rire et se moquer… il faut rire mes amis...” Demasiado inconexo para encontrarle un significado, pero sin que eso fuera un obstáculo a la hora de encontrarlo fascinante.
Una vez que las últimas notas ya se habían desvanecido por completo y mientras ambas improvisadoras saludaban al público durante los aplausos, Léandre volvió a lanzar, entre carcajadas, una de esas frases suyas que tan bien funcionan a modo de epilogo: “Oh, mes amis... quelle désastre... On s’accroche, on s’accroche...”, es decir, “nos aferramos, nos agarramos con fuerza”. Lejos de tener una sensación de déjà vu, la verdad que no se me ocurre mejor forma de poner punto y final a una velada semejante y a tres días de conciertos. De poder estar allí, su amigo Peter estaría encantado.
Agradecimientos: Réjean Beaucage, Petra Cvelbar, Tomás Gris, NRW Kultur y Eloísa Suárez.
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