Se llega a ver Peter Grimes de Britten en el Teatro Real con las expectativas bien altas. Por la propia ópera. Por el equipo artístico, el mismo que puso en escena la premiadísima Billy Bud en este mismo teatro. Y, llegando con ese nivel de exigencia ¿qué ocurre? Que no defrauda.

Javier del Real
Es verdad que hay momentos en que la lógica musical, al menos desde el punto de oído del que escucha y mira, parecen no funcionar. Son muy puntuales y da la sensación de que son consecuencia de estar ante un espectáculo en directo. Del azar.
Cosas como, que a Maria Bengtsson hay veces que no se la escucha cuando comienza a cantar y no parece que sea porque la tape la orquesta. Como también le ocurre alguna vez a Allan Clayton, que hace de Peter Grimes, y a otros cantantes. Se ha de pensar que se debe a que el peine del teatro se come la voz y que la cantante, cambia de posición en cuanto se da cuenta.
También hay alguna sensación extraña, en la lógica de la música que se está escuchando, en las escenas de grupo. Por ejemplo, en la segunda escena, cuando Peter Grimes pide ayuda para atracar y nadie se la ofrece, una ligera cesura en la continuidad musical y escénica que cambia el clima de lo que se ve y oye. O en la escena de la fiesta nocturna, donde algunas de las arias o canciones de grupo no acaban de empastar con lo que canta el coro.
Todo lo anterior es para aquellos que se pongan tiquismiquis, porque la propuesta se disfruta. La música es, desde el punto de vista del espectador, sencillamente preciosa, sobre todo su leitmotiv, sus arias y sus interludios.
El libreto, también. Un libreto que permite cantar y reclamar a pleno pulmón, piedad y verdad. ¿No hay nadie en la sala que viendo la que está cayendo y oiga estas palabras con la belleza que las reclama Peter Grimes no piense lo mismo?
Porque esta obra tan poética es una obra eminentemente política que se canta a gentes poderosas y de gran poder adquisitivo (413 euros la butaca de patio) ¿Se quedarán solo con la música o también escucharán la letra en la que insiste Britten?
Una letra, los poemas de Crabbe, que fueron la chispa para que se crease esta historia. Una ópera que surge de un texto que cuenta la historia de un pescador pobre que vive en un pueblucho de pescadores, de poco nivel adquisitivo, en Reino Unido. Un raro, empeñado en hacer las cosas a su modo y no jugar ni compartir los modos y maneras de los otros.
Todo eso le hace sospechoso, ante la comunidad, de un crimen del que la justicia le absolvió. Tanto es así que el coco español, con el que se asusta a los niños cuando no se comportan bien, en ese pueblo se ha sustituido por el nombre de Peter Grimes. De tal manera que él se empeña en ganarse el respeto de sus paisanos. Algo que cree que solo logrará cuando sea un rico pescador. Creencia que forjará un carácter rígido y de trabajador estajanovista de cuidado, que va produciendo daño y dolor.
Comportamiento raro, que no cumple con la normalidad. ¿Qué normalidad? La de juntarse en la plaza para cotillear. La de juntarse en el pub y dedicarse a la borrachera infinita, pues no hay otra manera de divertirse ni de soportar los caprichos de la mar y los bancos de peces, es decir, la vida. La de mear en cualquier esquina. La del acoso a las mujeres por parte de los hombres. La de recurrir a prostitutas para aliviarse. La del cotilleo y meterse en los asuntos de los otros. La del tráfico de drogas. La del consumo de esas drogas. La del rezo de los domingos, como buen cristiano, antes de salir a divertirse de nuevo. Es decir, a participar en alguna de las actividades anteriores. Un mundo de vodevil y musical que suena y se oye mucho en esta obra. Y un mundo de oficio religioso, que también se escucha.
¿Hay que ajustarse a esas costumbres porque lo digan la mayoría? Según esta obra, si no se quiere ser un outsider, un marginal, sí. La alternativa, la de no formar parte de esa inmensa mayoría, es aceptar la más profunda soledad, una soledad siempre es sospechosa, en mundo que se explica como un cuerpo que siempre anhela la presencia de otro u otros cuerpos.
Peter Grimes es un ser marginal. Alguien que se entiende solo. Incapaz de ver la ayuda allí donde se le presenta, porque no es capaz siquiera de imaginarla. Una soledad que solo moverá a las personas verdaderamente empáticas que la presencian y que, tal vez, también han sufrido de esa soledad. Una soledad en la que uno se lo tiene que hacer todo por sí mismo.
Esta ópera es, en los tiempos que corren, más necesaria como obra política que como obra de arte, si es que una cosa se puede separar de la otra. Sobre todo, en este mundo donde avanza a marchas forzadas el discurso de la exclusión.
Una exclusión que no tiene piedad con el diferente. Una diferencia que no se basa en la evidencia, y, por tanto, no se basa en la verdad. Pues ni el idioma, ni la bandera, ni el género, ni la orientación sexual, política o religiosa, ni el color de piel diferencia a unas personas de otras. Todos pertenecemos a una sola raza, la raza humana, que no tiene nacionalidad ni credo.
Convertir al diferente en sospechoso. Observarlo con atención y en silencio para diferenciarlo. Recurrir a la religión, los falsos predicadores, la opinión pública, la política, los mass media, las redes sociales y a la ley para legitimar la sospecha y definir a los monstruos ¿no es el error en el que se está cayendo de nuevo? ¿No es el comienzo de la tragedia?
Hay que ir al Teatro Real y escuchar y ver ese mar, esa marea, que Deborah Warner ha colocado al fondo. Delante, los seres humanos reproducen conductas que tanto daño han hecho a la humanidad. ¿Será por todo esto que un clásico de repertorio sigue sonando tan contemporáneo? ¿Será por todo esto que a la salida se oía a algunos espectadores que era una historia rara para una ópera? ¿No han visto ni oído lo solas, por raras, que se cantan muchas de las protagonistas de las óperas?
Piedad y verdad es lo que reclama Grimes en una de sus más bellas arias. Lo hace con el mar de fondo. Ese mar que ocupa su imaginación y la de todos sus conciudadanos. Ese mar siempre presente al que las pasiones y necesidades humanas poco le importan. ¿Cómo se puede contar esta complejidad con tanta claridad? Solo hay que ir al Teatro Real y comprobarlo dejándose afectar por esta triste belleza.
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