Por fin llegó Nixon en China de John Adams a la cartelera española de la mano del Teatro Real. Hubo excitación y rechazo. Excitación por poder ver algo nuevo ¿nuevo? ¿Una ópera que tiene unos treinta y cinco años? ¿Alguien diría que La ley del deseo de Pedro Almodóvar, una película estrenada en 1987 el mismo año que se estrenó esta ópera, es una película contemporánea?

Antonio Hernández Nieto
1 julio 2023
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Javier del Real

Rechazo porque a priori todo lo que se presenta como contemporáneo resuena en la imaginación del aficionado a la ópera como algo que va a ser una modernez cualquiera. Excusa que no tiene ninguna justificación después de los varios Phillip Glass que se han visto y/u oído en este mismo teatro y en otros de la capital, incluido el Auditorio Nacional.

Tampoco tendría que generar rechazo por el tema o la historia que cuenta. Una historia real. La primera visita que hace un presidente norteamericano a China, el gigante comunista asiático, en 1972. Digamos una historia política, pero que está contada desde las perspectivas individuales de sus protagonistas. La pareja presidencial norteamericana, Nixon y Pat, junto a la primera pareja china, Mao y Jiang Qing, su esposa, y los correspondientes soportes y apoyos directos que tenían: Henry Kissinger, subsecretario de estado, y Zhou Enlai, primer ministro chino.

Una visita que fue usada por ambos mandatarios para mejorar su imagen y para atrapar con ellas la imaginación de sus compatriotas/votantes en prime time. Aunque lo interesante es como sus aspiraciones, deseos y necesidades individuales, incluidas las de afecto, juegan en ese contexto político. Cómo la política y sus juegos de poder condicionan las vidas humanas y viceversa. Lo mismo que en Tosca, por poner un ejemplo.

El montaje parte de esa idea de que es un suceso real e histórico. Por lo que toda la documentación sobre el mismo debe ser preservada y custodiada. De ahí esas pilas de archivos acumuladas en escena y perfectamente ordenadas. Y los guantes blancos de los actores y parte del coro, como si fueran a manejar incunables. Con los que seleccionarán cajas, de donde sacarán recortes de prensa, fotografías y objetos de la época que se proyectan sobre los archivadores, como si estuviéramos asistiendo a la representación de un teatro de objetos.

Una documentación en la que también guardan las fotos de todos los que, siguiendo el ejemplo de Nixon, fueron a mostrar sus respetos a China y sus mandatarios. Una serie fotográfica que llega hasta nuestros días con una de Pedro Sánchez, el Presidente del Gobiernos Español, visitando a a Xi Jinping, Presidente de la República Popular China en nombre de la Unión Europea.

Esas pilas de archivadores se moverán para crear espacios. Lugares en los que suceda la acción. Desde la llegada de Nixon y señora, con la icónica bajada del avión. Hasta la Ópera de Beijing. Todo en colores marronáceos. Más bien oscuros, con las excepciones de los trajes de Pat Nixon. Similar a la producción original y las que conozco que vinieron después. Una producción en la que todo tiene un tempo bien ajustado para que las cosas sucedan, los personajes se desarrollen. En general bastante deudoras de la icónica dirección de escena de Peter Sellars.

A lo anterior se añade que es la primera vez que en este teatro la dirección musical se le encarga a una mujer: Olivia Lee-Gunderman. Una directora que focaliza su dirección musical más en la técnica del sonido que en su componente poético o artístico. Más en responder a una tradición de cómo debe sonar de esta ópera que al teatro musical que es. Formas o maneras que tienen entre el público sus valedores y sus detractores. Una dirección que parecía no tener lógica en cómo sonaba la percusión.

Así que, teniendo en cuenta todos estos factores, un público de ópera, al que se suele definir como conservador, aplaude a rabiar en este caso. Se felicita. Ah, ¿qué esto es contemporáneo? se pregunta. Y se responde que le gusta de verdad, y puede decirlo sin ponerle peros ni pegas. Puede hasta congratularse de haber asistido. Y seguir sacando pecho por su teatro. Un teatro que le permite sentirse al día de lo último.

Sin embargo, esta moneda tiene otra cara. Y en la mente crítica, que según políticos, educadores, instituciones, etcétera, es la que se quiere crear en la población en general, surge una duda. La pregunta de si es necesario comprarse un John Adams, para la tener la cole completa. Ahora que se han tenido Wagneres, Puccinis, Verdis y tantos otros clásicos al lado de algún que otro contemporáneo con Phillip Glass, Henze y Britten a/en la cabeza.

Es una pregunta que resuena gracias al aria de Zhou Enlai, el primer ministro chino, en el actor tercero. En el que preguntándose como llegó a tener ese cargo, repite varias veces que la revolución es un juego de jóvenes. El tipo de revolución que esta ópera generó en el momento de su estreno.

Cuando John Adams, su compositor, Alice Goodman, su libretista, y Peter Sellars, su director de escena, unos treinta añeros, fueron capaces de imaginarla. Y con esa imaginación rompieron esquemas, allá lejos, en Houston. Fuera de los centros de ópera de referencia. Pues era, en cierto modo, revolucionario subir un hecho real, histórico y cercano en el tiempo a escena. Con unos personajes que el público conocía de sobra y sobre los que tenían una opinión teñida de mucha Guerra Fría, mucho Vietnam, mucho anticomunismo y mucha amenaza de guerra nuclear.

Es esa revolución la que falta en esta propuesta del Teatro Real. Este shock artístico que hiciese replantearse qué puede ser o no material operístico y cómo ese material debe sonar e interpretarse en tiempos actuales.

Algo así como que el director de escena, John Fulljames, hubiera imaginado un Nixon en China de otro color y sin escalera de avión. Un Nixon menos sonriente y un Kissinger que diera más miedo, con la información que se tiene sobre él en la actualidad. Y que la directora musical hubiera hecho una relectura menos apegada a la tradición con la que se interpreta, tratando de hacerla sonar más de hoy en día, en la medida que la partitura lo permitiese.

De tal manera que la noticia no fuese que esta ópera se representa por primera vez o que también por primera vez la orquesta del Teatro Real es dirigida por una mujer. Sino la propia ópera como fenómeno artístico. Con el riesgo de que el público la rechazase, tal vez con el apoyo de la crítica especializada y la opinión sin más de referentes culturales, más pendientes de preservar, conservar, que innovar o cambiar.

En este sentido se ha preferido andar con pies de plomo, porque se piensa que el auditorio, y más el abonado, rechaza lo contemporáneo por sistema. Idea que, en una mentalidad capitalista, de inversión y beneficio económico, refuerzan los resultados de taquilla. Pues es raro que estas propuestas se acompañen de grandes y/o rápidas ventas de entradas como sí lo hacen y harán las dos próximas producciones operísticas: Il turco en Italia y Turandot.

Así que sí, que es estupendo que haya llegado Nixon en China. Y que el público la disfrute y la celebre. Que por fin se le de la oportunidad de sentirse bien ante un fenómeno calificado de contemporáneo. Desde el punto de vista de la venta de un producto y de lo contemporáneo mismo, nunca viene mal generar buenas experiencias.

Aunque objetivamente hablando Nixon en China sea ya una ópera de repertorio. Una ópera que entra de forma regular en la programación de los teatros de ópera como muchas otras. lo interesante no es su reproducción sino su lectura en términos de lo que pueda contar hoy sobre lo que pasa, más allá de la foto citada con el presidente del gobierno.

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