
Paco Villalta
Sin duda alguna, los Teatros del Canal lo consiguieron. Consiguieron atraer la atención mediática por su apertura. ¿Por lo que programaban? No, por la imagen de un patio de butacas lleno de plantas y maniquíes para tratar de mantener la distancia de seguridad entre espectadores. Una vez más la danza, la hermana pobre de las artes escénicas, que esta vez iba a dar la campanada por ser la primera en abrir a lo grande con un festival, quedaba opacada por lo mediático.
Y eso, teniendo en cuenta que el cartel del Festival Madrid en Danza era de campanillas. Israel Galván, Olga Pericet y Rocío Molina, tres estrellas de la danza que llegaban con sus últimos espectáculos. Los primeros en agotar las entradas a la voz de ya. A los que acompañaba, Fandango Avenue de Sara Calero y otros dos espectáculos de artistas mucho menos conocidos a nivel popular.
En cualquier caso, el festival ha tenido el favor del público que consiguió una entrada. Y, si es de creer lo que se veía y oía en streaming, se deshizo en aplausos con Un cuerpo infinito de Olga Pericet y Caída del cielo de Rocío Molina. Salió descontento con El amor brujo de Israel Galván. Lo pasó bien con Fandango Avenue de Sara Calero y con Origen de Marco Flores e Ignacio Prego. Y se sorprendió mucho, y para bien, con Al desnudo de Metamorphosis Dance.
Espectáculos que poco tenían que ver o contar sobre la danza de tiempos postcovid o tiempos de crisis de la que se habló en las dos conferencias que acompañaron el festival. A parte del uso de las mascarillas en Caída del cielo o las pantallas faciales en algún momento de Un cuerpo infinito, eran, en general, espectáculos pre-covid, en el que las costumbres de antes se mantenían. O al menos, eso parecía en la pantalla del ordenador.
Tal vez, la era covid se objetivaba en el hecho de que, debido a las restricciones de viaje, todas las compañías eran locales. ¿Y qué ofrecen esas compañías locales? Flamenco, mucho flamenco. Aunque sea en su vertiente más contemporánea y arriesgada. Quizás por eso resultaba fresco e innovador Al desnudo de Metamorphosis Dance. El estreno absoluto del festival. Interesante construcción a base de cuerpo, tecno y luces. Un baile energético y contagioso. Tanto que daban ganas de bailar con ellos.
Otra de las características de festival, ha sido la fusión de estilos. Ninguna de las coreografías presentadas podría considerarse pura, de un solo palo. Todos los espectáculos eran mestizos. Incluso algunos que se presentaban como danza, daban la sensación de ser espectáculos musicales antes que dancísticos. Este era el caso de Fandango Avenue u Origen. Propuestas en las que la música ocupaba mucho espacio y tiempo, robándoselo al baile.
Un baile en el que de forma consciente o inconsciente aparecían los famosos pasos de moonwalker de Michael Jackson. Pasos citados como a pie de página. Introducidos en las coreografías. Acompañados de un taconear que algunas veces recordaban al claqué.
También ha sido la constatación de la necesidad de que los coreógrafos, bailarines y directores de escena se acerquen. En este sentido Un cuerpo infinito es paradigmático. La combinación Olga Pericet y Carlota Ferrer permiten construir un espectáculo no solo bello en concepto coreográfico sino en progresión dramática. Porque el público, incluso el más aficionado, no vive únicamente de baile.
Necesidad que se nota más cuando se ven El amor brujo de Israel Galván y Caída del cielo de Rocío Molina. Sobre todo en el primero donde hay muchos detalles que desconciertan sin necesidad. Como, por ejemplo, esa escena de las gafas cogidas por una tijera. Lo mismo que la continuidad entre las dos partes en las que se divide el espectáculo, que los hace parecer, desde la butaca, dos obras distintas. Cada una con su interés. La primera por ese travestismo desde el que un Galván sentado mueve unas botas que no se pueden dejar de mirar por sí mismas y por como las mueve. La segunda por esa combinación de música de piano modificado y cantaor.
La necesidad de un director de escena, es menos evidente en Caída del cielo de Rocío Molina. Más que nada porque los distintos números están llenos de lo que ella sabe hacer, moverse y mover el espacio, con garra y con fuerza. Y crear imágenes bellas y, esta vez, con humor, como el número de las patatas Lays que cuelga de sus partes pudendas y donde ella y los que le acompañan meten mano para comer. Características que mantienen a la audiencia pegada a las butacas mientras la bailaora esté en escena (sin menospreciar al resto del elenco.) Pero dando un paso atrás, el espectáculo parece una sucesión de buenos e interesantes números de baile surgidos de la música y/o de imágenes que resultan difícil de hilar como conjunto.
Pasa así, una edición del festival más. Cuya contribución principal, a pesar de la calidad mostrada en los días que ha durado, ha sido la de normalizar la actividad de ir a un teatro y permitir el reencuentro con un espacio y unos artistas que, como decía el video promocional, tenían ganas de bailar. Esas ganas que han mostrado todos, del primero hasta el último, por dar continuidad a lo que es su vida y a la de los espectadores.
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