El Teatro Real anuncia su nueva temporada. La 2020-21. En la presentación, su director artístico, Joan Matabosch, se refiere a la necesidad de conquistar la normalidad en esa nueva situación de pandemia. Una conquista que dice que hay que hacer con valentía, sin olvidar la seguridad, y que para él se refleja en el programa que ha preparado.
La valentía tal vez se encuentre en la programación de Lessons in love and in violence la nueva de George Benjamin, como compositor, y Martin Crimp como libretista. El mismo montaje que se presentó y triunfó en la Royal Opera House.
Aunque seguramente también está en Marie de Germán Alonso y Tránsito de Jesús Torres. Dos estrenos absolutos en los que el teatro pone distancia. Es decir, pone su conocimiento musical, pero estrena en otros espacios que aportan su conocimiento teatral y sus salas.
Esos espacios son el Teatro de la Abadía y el Teatro Español, respectivamente. Lugares que ponen distancia de seguridad frente a un público de ópera tradicional y convencional, que de forma habitual no ve estos centros como un referente operístico ni musical, importándole poco o nada lo que pase en ellos, al menos musicalmente.
Distancia que, sin embargo, permite incorporar a la ópera a Lola Blasco, una de las dramaturgas actuales más interesantes, en Marie, y a un clásico como Max Aub, en Tránsito. La primera una amante de la música como demostró con Música y mal espectáculo estrenado en el Pavón Teatro kamikaze del que ya se habló en esta revista y que en la próxima temporada volverá a los escenarios, aunque, desgraciadamente, no al Teatro Real.
A partir de aquí, los riesgos son mucho más controlados. Desde Peter Grimes, el plato fuerte de la temporada, al menos por la importancia que se le dio en la presentación. Britten ha sido un habitual de los últimos años en este teatro. El estreno de esta nueva producción seguramente tratará de reeditar el éxito de público y crítica, nacional e internacional, que ya tuvo con Billy Bud. Tal vez por eso se la ha encargado al mismo equipo artístico encabezados por el director musical Ivor Bolton y la directora de escena Deborah Warner.
Habrá que esperar a abril del año 2021 para disfrutarlo. Mientras tanto, el aficionado podrá pasarlo bien con Un ballo in maschera de Verdi, Rusalka de Dvořák, Don Giovani de Mozart, Elektra de Strauss, Siegfried de Wagner, Norma de Bellini para acabar la temporada con la Tosca de Puccini.
En total siete clásicos de repertorio de las catorce producciones. Suficientes para no alterar los ánimos de aquella audiencia que quiere oír lo de siempre y, a ser posible, verlo como siempre. En las que los riesgos que se asumen son los justos para que nada cambie. Para que todo siga igual.
Así, entre los directores de orquesta aparecen nombres ya probados en el repertorio y en el tipo de obras programadas como Nicola Luisotti, el citado Ivor Bolton, Esa-Pekka Salonen, Maurizio Benini y, el cada vez más apreciado, Pablo Heras Casado que está dando el do de pecho con su dirección de la tetralogía del anillo. Lo mismo ocurre con los directores de escena elegidos. Muchos de ellos ya han estrenado en este teatro u otros con éxito. Desde Christof Loy a Claus Guth pasando por David Carsen o Paco Azorín.
No falta entre ellos Laurent Pelly que esta vez llega con Viva la mamma de Donizetti. Este director de escena siempre ha hecho las delicias del público madrileño. Esta vez su estilo debería brillar con esta comedia operística cuya voz principal, la de la mamma del título, está escrita para un barítono dispuesto a travestirse y divertirse, como es Carlos Álvarez.
Hablando de voces, tampoco anda corta esta temporada. Además del citado, se anuncia por enésima vez la presencia de Jonas Kauffman, nada menos que dos días, 19 y 22 de julio de 2021, en Tosca. Habrá que cruzar los dedos para que fiel a su tradición con este teatro, no cancele.
Siguiendo con las voces masculinas, se ven entre los anunciados las de Michael Fabiano, George Petean, Eric Cutler (buen cantante, pero que suele fallar como actor), Erwin Schortt, José Bros o Isaac Galán. A las que se añaden los conciertos de Javier Camarena y Philippe Jaroussky, dos voces que adoran los aficionados de este teatro.
Y entre las femeninas hay muchas más conocidas como Tatiana Serjan, María José Montiel, Karita Mattila, Irene Theorin (una de las Elektras actuales por excelencia como demostró en el Palau de Les Arts este año), entre otras. Reparto que enloquece cuando se habla de las tres divas que van a interpretar Tosca pues en este papel se van a alternar: Sondra Radvanovsky, Maria Agresta y la Netrebko.
Todas ellas acompañadas por Lucile Richardot en esa recuperación barroca que es El nacimiento del Rey Sol. Recuperación a la que se están entregando todos los teatros de ópera desde que Munich lo puso de moda. Y que en Esapaña, por ese nacionalismo mal entendido, se está acompañando de la recuperación de un patrimonio musical que en esta programación se refleja en Don Fernando, el emplazado de Valentín de Zubiaurre.
Una programación que se podría entender como el intento de mantener un equilibrio entre lo popular, el interés académico y la contemporaneidad. De la que es un fiel reflejo la brevísima temporada de ballet que incluye una coreografía de toda la vida como es Giselle del Ballet de Munich y el estreno absoluto de In memorian del moderno Ballet de Flandes. Entre ambos, un programa de la Compañía Nacional de Danza que va de lo clásico de Balanchine a la modernidad de Nacho Duato ya totalmente incorporada al main stream.
Equilibrio que tal vez se rompa en el caso de las propuestas del Real Junior. Programación para todos los públicos que incluye una nueva producción de Historia de un soldado de Stravinsky, Pedro y el lobo de Prokófiev, lo nuevo de Títeres Ecétera, Tontolín entredos, Cuentos al calor de la lumbre, Una sonrisa sin gato y un concierto con un título poco menos que chocante como es el de Johan Sebastián Jazz.
Una programación que no se la podrá acusar de falta de variedad o diversidad. Con muchas papeletas para volver a normalizar el ir a la ópera, al menos entre los aficionados y, dentro de estos, entre los abonados.
En la que quizás se eche en falta, no un discurso operístico, sobre la ópera y el teatro musical, pues lo hay, sino lo que la ópera tiene que decir sobre lo que pasa y lo que nos pasa. Situar a la ópera no como un fenómeno cultural de entretenimiento, con sus bonitas arias y puestas en escena, sino como el espacio público de reflexión que es. Claro que eso no sería lo normal, ni se podría mantener la distancia de seguridad.
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