El abandono de infraestructura cultural es un mal endémico en nuestro país, fruto de una nefasta concepción política de lo público.
Hace unos días conocíamos que continúan las goteras en el maltrecho Palau de la Música de València, uno de los templos de la música en la capital levantina que sufre un nuevo retraso en su restauración. El problema se arrastra desde 2019 cuando se desprendió una concha acústica de la segunda sala. Una vez subsanado este asunto se han dado cuenta de que hay filtraciones procedentes de los jardines. No obstante, el Palau tiene anunciada su reapertura para el día 5 de octubre, según ha anunciado la actual alcaldesa María José Catalá.
No es extraño ver cómo infraestructuras monumentales caen víctimas del abandono en nuestro país. Auditorios que no llegan a inaugurarse o que cierran por falta de presupuesto para programación y mantenimiento no son casos exclusivos. Por poner unos pocos ejemplos, podríamos nombrar el auditorio al aire libre Juan Carlos I en Madrid, el de Higuerón Sur en Sevilla, el Pepe Sancho de Manises o el Teatro-Auditorio de Ciudad Real, con las obras paralizadas desde hace años, independientemente de las promesas de los políticos para arreglar la situación.
En la década de los 90 del pasado siglo, y también parte de los 2000, la construcción de centros públicos, muchos de ellos con una función cultural, fue una manera fácil de vender programa, de decir a los ciudadanos que tal o cual político hacía más y mejor por la ciudad o comunidad autónoma que quería gobernar. Sin embardo, dado que estos movimientos tenían, en general, el fin de convencer de las bondades de un partido determinado, las cosas se olvidan cuando dan problemas (siempre dan problemas, como todo), vienen las crisis y los tiempos donde no se sabe qué programar porque no se quieren contratar directores artísticos que programen (¿pagar un sueldo para eso?). O, simplemente, salen goteras en un edificio ya trillado o mal construido.
Una buena planificación cultural no mira a una legislatura ni a dos, debe ser un proyecto a largo plazo. Pero, ¡ay!, entonces el político de turno piensa que le dejará el buen legado a otro, y eso no lo va a permitir mientras la política se entienda de este modo partidista e individual. Lo público entendido como lo propio, una nefasta manera de mirar la política.
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