Ópera Orphée. Música y adaptación de Philip Glass basada en la película de Jean Cocteau. Dirección musical de Jordi Francés; Dirección escénica y figurinismo de Rafael R. Villalobos; Edward Nelson, Orfeo; Sylvia Schwartz Eurídice; María Rey-Joly, la princesa; Mikeldi Atxalandabaso, Heurtebise; Pablo García-López, Cégeste; Emmanuel Faraldo, el reportero y Glazier; Karina Demurova, Aglaonice; Cristian Díaz, el poeta; David Sánchez, el juez; Tomeu Bibiloni, el comisario. Orquesta Titular del Teatro Real. Sala Roja, Teatros del Canal.

 

Álvaro Siddharta
1 octubre 2022
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Pablo Lorente

Los teatros del canal traen a España una nueva revisión del mito de Orfeo para nuestra sociedad actual. Para ello, la Sala Roja abre su foso dando vida a la obra operística de Philip Glass. Su música vuelve de la mano del Teatro Real, quien ya había colaborado con el compositor en otras ocasiones, como en el estreno absoluto de the perfect american (2013). ¿Hacia dónde viajará su música con este mito?

El compositor toma como punto de partida la célebre y compleja película de Orfeo, del cineasta Jean Cocteau. Ya la premisa promete ser, como decimos, compleja. Tal vez por ello, Glass apuesta por una música que acompaña a la trama. Esto nos recuerda a los orígenes de la ópera con Monteverdi, donde se representaba teatro musicalizado. Sin duda, la trama nos atrapa y mantiene atentos. Su orquestación es bastante variada y juega con repetir los mismos motivos con diferentes timbres. Al rato, su música repetitiva nos hipnotiza y nos guía hacia el no-tiempo, donde los personajes pierden la noción temporal. Además, la obra está trufada con una búsqueda de efectos musicales que contribuyen a la trama y sorprenden al espectador. Incluso juega con el silencio, como con la muerte de Cégeste, lo que resulta un efecto realmente impactante. Así, Jordi Francés encamina con rigor a la orquesta empleando dinámicas rossinianas, con esos interminables crescendi.

Para la comprensión de este viaje, una pieza clave es su puesta en escena. Rafael R. Villalobos aboga por una puesta de trazos finos en un no-lugar. Un espacio simbólico que acoge el “infierno de Orfeo”, que en la obra de Cocteau es el lugar de los recuerdos humanos y las ruinas de las costumbres. Y dentro de esa caja escénica, solo un andamio en dos dimensiones, con pantallas que nos recuerdan a la famosa Times Square. En ella, los personajes viajan hacia el inframundo, y toda la estructura cambia dotando de significado el espacio, ayudado por las luces, que hacen un gran juego de claroscuros y colores tenebrosos, lo que embellece estéticamente el espectáculo.

Los cantantes supieron resolver con soltura los roles abordados, intercalando interpretativamente momentos fríos con otros más pasionales. Mikeldi Atxalandabaso destacó por su generoso volumen en un teatro de acústica tan seca como la sala Roja de Teatros del Canal.

En resumen, unos cantantes comprometidos, un equipo escénico espectacular y una orquestación al servicio del texto hicieron del mito de Orfeo todo un viaje para el espectador.

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