Mezclar valses de Strauss con zarzuela, la Marcha Radetzky con la sardana y Wagner con El señor de los anillos en el arriesgado mundo del programador de conciertos.
Un artículo aparecido en La Vanguardia hace un par de días nos ha llamado la atención. En él se habla de la conmemoración de los 25 años de Simfònics al Palau, un ciclo que comenzó a final del pasado mes con un homenaje a las víctimas de la Covid y a los sanitarios. Así, de pronto, nada demasiado reseñable. Una orquesta, la Simfònica del Vallès (OSV), que cumple este meritorio aniversario con un programa para todos los públicos, de esos a los que estamos acostumbrados en una políticamente correcta conmemoración: O nata Lux de Morten Lauridsen, dedicada “a los sanitarios, a las víctimas de la COVID-19 y a sus familias”, seguido de la archiprogramada Carmina Burana de Orff. Después, un vistazo rápido al ciclo nos da una idea de por dónde van los tiros: varios programas todo Mozart, Scheherezade, Festival de Valses y Danzas, la Pastoral de Beethoven, Las cuatro estaciones, música de cine… Como decimos, nada extraño. Un programa diseñado para el gusto de un público poco exigente y poco indagador. Aquel que quiere escuchar lo que conoce y ha escuchado hasta la saciedad. Por supuesto, nada de música actual. Insistimos: nada que no conozcamos.
Sin embargo, nos fijamos en un párrafo, cuya lectura deja cierta inquietud:
“Entre medio, diez conciertos más y cuatro extraordinarios, como el habitual Festival de valses y danzas, el 19 y 20 de diciembre, que este año vinculará las melodías de los Strauss con piezas de la zarzuela catalana y que incluso presentará una versión sardanística de la popular Marcha Radetzky. Otros atrevimientos musicales destacados, muy propios de la formación vallesana, serán la unión de Wagner con la banda sonora de El señor de los anillos de Howard Shore el 17 de abril bajo la batuta de Pablo Rus o el Carnaval de los animales de Saint-Saëns con los Brodas Bros el 24 de abril.”
¿Otros atrevimientos? Entonces es que la mezcolanza Strauss con zarzuela y la Marcha Radetzky asardanada se considera un “atrevimiento”. Y luego los “otros” son unir al bueno del Richard con el mundo hobbit. Rabiosamente atrevido, sí señor.
Podemos tomarlo con media sonrisa, aunque ésta pueda acabar en mueca triste cuando pensemos en dónde se encuentra actualmente el listón del riesgo en este país. Luego diremos que por qué los programadores tiran siempre de la misma lista de repertorio para programar… Es evidente: el atrevimiento consiste en hacer mezcolanzas que a algunos les parecerán tontadas y a otros directamente estupideces. Luego, el periodista de turno lo calificará de “atrevimiento” y todos contentos a casa, con los deberes hechos y el sueldo ganado.
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