Las noticias esperanzadoras hay que señalarlas con cierto énfasis. Madrid no es una capital europea que se distinga por su apoyo institucional a la creación musical, y encontrar unos indicadores, casi climáticos, de cierto cambio, es siempre una buena noticia.

Redacción
1 abril 2021
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Nos referimos a la creación musical en torno a lo que podría llamarse ópera de cámara o teatro musical, como seguramente prefiere denominar alguna corriente crítica que no quiere considerar ópera a lo que no esté dentro del canon belcantista. El caso es que hay varios indicadores interesantes que nos llevan a pensar en un futuro menos aciago para este tipo de creación, aunque quede muchísimo camino por recorrer. Nos referimos, por ejemplo, a la interesante iniciativa que ha emprendido el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid en colaboración con la Escuela Superior de Canto de la capital, bajo la coordinación de José María Sánchez-Verdú y Fernando Villanueva, y con Raúl Arbeloa como director de escena y escenógrafo. Durante la última semana de marzo se pudo asistir en el Teatro Bauer (espacio barroco de la ESCM) al montaje y representación de una recomposición de la primera ópera en español, La selva sin amor, con un texto de Lope de Vega, realizada por alumnos de composición y canto de ambas instituciones formativas y que parece venir a solventar una carencia escandalosa en este sentido del que hablamos: que los centros superiores de una capital europea no produzcan nada en ese terreno de lo escénico musical.

Pero, obviamente, esta buena noticia sería insuficiente para considerar que hay cierta esperanza de normalización si no observáramos otros indicadores que nos hacen ser un poco más optimistas que hace unos meses. Por ejemplo, la recién iniciada colaboración del Teatro Real con el Teatro de La Abadía para producir ópera de cámara contemporánea, que tuvo su primer ejemplo en Marie, de Germán Alonso sobre libreto de Lola Blasco, obra sobre la que conversamos con el compositor en nuestro número de febrero, así como con el centro Matadero, donde desde el 29 de mayo podrá verse la ópera Tránsito de Jesús Torres, sobre la obra homónima de Max Aub, con la dirección musical de Jordi Francés y escénica de Eduardo Vasco. Y otro buen ejemplo, también con visos de continuidad, es el iniciado por la Fundación Juan March en su recién estrenado espacio escénico, en este caso con la ópera de cámara Lilith, luna negra, de David del Puerto con texto de Mónica Maffía. Una representación que tuvo lugar a mediados del pasado mes bajo la dirección musical de Alexis Soriano y con la mezzosoprano Joana Thomé da Silva, la soprano Ruth González, soprano y el barítono Enrique Sánchez Ramos como solistas. Por otro lado, continúan vivos otros proyectos escénico-musicales de creación como EPOS Lab o los peculiares encargos de “zarzuela contemporánea” en el Instante Fundación, así como una cierta regularidad en los Teatros del Canal a la hora de presentar propuestas de este tipo (por ejemplo, la próxima será una ópera en la oscuridad de César Camarero).

En definitiva, esperanzadoras señales que deberían conducir a normalizar una situación que, desde la desaparecida Operadhoy –único proyecto solvente del panorama madrileño que vivió entre 2008 y 2015, junto con el ya histórico proyecto de los años 80-90 promovido por el INAEM- no había visto nada más que esporádicas piezas escénicas llegar a los escenarios de la ciudad. Esperemos que las señales se conviertan en certezas y una ciudad como Madrid tenga, por fin, una actividad de creación escénico-musical como sería lógico encontrar en la capital de un país europeo. Estaremos atentos.

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