Jorge Castro es nuestro invitado a esta sección El resonador, dedicada a difundir obras que nos parecen interesantes, acompañadas de un comentario del propio autor. La obra escogida es Al final del laberinto estaba el punto de partida, escrita para cuarteto de saxofones, percusión y piano.

Redacción
1 abril 2021
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La pieza de mi repertorio que quiero sugerir para la escucha se titula: Al final del laberinto estaba el punto de partida. Es una obra para cuarteto de saxofones, percusión y piano; compuesta para el Grupo Sax Ensemble. Fue estrenada en el Festival de Música Contemporánea de Madrid (COMA'20) bajo la dirección de Santiago Serrate en el Conservatorio Profesional de Música de Getafe.

No soy muy partidario de explicar la música, salvo que sea un análisis pormenorizado, lo cual excede el propósito de este texto. Creo más conveniente explicar brevemente mis inquietudes y los rasgos estéticos de mi obra. Como en toda mi música, en esta pieza intento buscar la expresividad; este punto es para mí algo fundamental. Opino que la música no debe ser solamente un ejercicio intelectual, sino que debe también provocar emociones. Primero de todo, cuando compongo, intento que el resultado me satisfaga, tanto intelectual como emocionalmente, y creo que debe haber un equilibrio entre razón e intuición; entre objetividad y subjetividad. Muchas veces he oído hablar de forma negativa tanto de la intuición como de la subjetividad, lo cual no comparto, y siempre busco encontrar la relación entre los opuestos anteriormente mencionados. La subjetividad es un punto fundamental (siempre bajo mi humilde opinión) que todo creador debe utilizar, o al menos, no dar de lado completamente. No ansío un sistema que me lleve a una especie de perfección ideal de la música, es más, opino que la perfección no existe; ni en la naturaleza, ni en el arte. Me ha pasado infinidad de veces que, observando una obra de arte aparentemente “perfecta” tanto en su razonamiento como en la técnica, no ha conseguido remover absolutamente nada dentro de mí. Por ese motivo no me interesa lo más mínimo el arte conceptual, ya que como dije al principio de este texto, no soy partidario de explicar la música, ni creo que se deba explicar el arte. Opino que si el arte se ha de explicar, algo no funciona. Mi objetivo a la hora de componer (lo mismo que cuando escribo poesía o canto) es en primer lugar hacer algo que me hubiera gustado escuchar (o leer) si no fuera un trabajo mío, y en segundo lugar, intentar transmitir algo al oyente y cómo no, al músico que interpreta y defiende mi música, sin dejar de lado el aspecto lúdico de la misma, ya que supongo que todos nos hemos iniciado en la música “jugando” y en ciertos aspectos no debemos de dejar de hacerlo.

Por mencionar algunos aspectos técnicos de mi música, reivindico plenamente el uso de la melodía (¿por qué no utilizarla?) y el contrapunto. Por supuesto, no me cierro a ninguna técnica siempre que la considere absolutamente necesaria para lo que quiero expresar en cada momento. Tanto las melodías como las armonías que utilizo tienen un marcado carácter interválico, reflejando la tensión o la relajación que pretendo imprimir en cada instante de la música. En mi humilde opinión, esas alternancias, ya sean de forma abrupta o progresiva, son fundamentales para crear un discurso coherente y con contrastes que hagan más interesante e inteligible la música. Un ejemplo de este aumento de tensión paulatino lo podemos encontrar cuando entran los saxofones (1' 48''). El piano comienza con un acorde de máxima estabilidad (cuartas justas y quintas justas) utilizando intervalos melódicos de segunda mayor y tercera mayor (y sus inversiones). Esos mismos intervalos son utilizados por los saxofones (tanto melódica como armónicamente) hasta que poco a poco, vamos escuchando intervalos más disonantes: primero, en el piano; después, en los saxofones;  posteriormente, en la marimba; para terminar en un acorde mucho más disonante que resuelve en otro mucho menos tenso (2'30''). Un ejemplo abrupto lo podemos encontrar en el 8'38'' cuando el cluster del piano rompe, por decirlo de alguna manera, con la estabilidad armónica del saxo barítono y el saxo soprano. Durante unos instantes sentimos que la música se detiene. También me interesa en ciertos momentos buscar la polaridad en una altura (o varias). Una nota puede llamar la atención de muchas formas, ya sea por medio de la repetición, o porque ocurre algo en el instante en que esa nota aparece, o porque tenga un timbre especial, etc. Un ejemplo de esto lo podemos escuchar durante varios compases desde el 4'25''. En esta ocasión enfatizo el la bemol comenzando las melodías de los saxofones en esa altura, lo cual resulta muy evidente. Otro ejemplo aún más evidente podremos encontrarlo en la parte rítmica del final: la incidencia en el si durante el ostinato del piano. En este fragmento, además, suena siempre en la misma altura y los saxofones no utilizan las notas del piano por lo que podemos aislar completamente estas notas, resaltando sobre todo el si (9'31'').

Para terminar, me gustaría añadir que creo que es completamente válido utilizar técnicas y procedimientos sin ningún tipo de restricciones, siempre y cuando sean necesarios para lograr el objetivo marcado. No creo en la rigidez de los dogmas ni en el encasillamiento en el que a veces, parece que deberíamos estar los creadores. La creación no tiene barreras y debemos disfrutar plenamente de la libertad que impera en nuestros días. Debemos ser conscientes de la riqueza de la música de nueva creación, ya que nunca ha habido tanta variedad ni tantas estéticas como hay actualmente, y ninguna es más válida que otra, ya que dependerá, una vez más incido en este término, de nuestra legítima subjetividad. Sin más, espero que disfruten de la música.

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