A Coruña, 19 de noviembre de 2022. Palacio de la Ópera. Nuria Lorenzo, mezzosoprano. Grupo Instrumental Siglo XX. Florian Vlashi, director. Manuel de Falla: Psyqué. 25 Micro-secuencias. Pierre Boulez: Le Marteau sans maître.
Integrado (principalmente) por músicos de la Orquesta Sinfónica de Galicia y formado en septiembre de 1996, el Grupo Instrumental Siglo XX ofreció su primer concierto el 8 de abril de 1997, en el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña, queriendo homenajear al que su fundador, el violinista y director albanés Florian Vlashi, califica como el «gran siglo» en el que tuvieron lugar los mayores cambios en la historia de la música.
Como celebración de las bodas de plata de aquel concierto fundacional, en el que se habían incluido obras de Francis Poulenc, Darius Milhaud, Samuel Barber, Iannis Xenakis e Ígor Stravinski, el GISXX y la Orquesta Sinfónica de Galicia nos han invitado a un nuevo encuentro con la contemporaneidad, siguiendo dos de los criterios que han caracterizado a los programas del GISXX desde hace veinticinco años: la presencia de algunos de los principales compositores internacionales en dicho repertorio y el fomento de la creación musical gallega, dando continuidad a toda una serie de estrenos que, desde 1997 hasta 2022, alcanzan un total de 189 partituras encargadas y/o dadas a conocer por el GISXX.
Con ello pretende Florian Vlashi (ya desde los años fundacionales del conjunto herculino) conectar nuestro presente musical con aquella Coruña en la que, a principios del siglo XX, programar repertorio contemporáneo era algo cotidiano, de la mano de grandes intérpretes de prestigio mundial, como Eugène Ysaÿe, Henryk Szeryng, Artur Rubinstein o Manuel Quiroga: protagonistas en conciertos como los de la Sociedad Filarmónica, incluyéndose la presentación en Galicia, en 1932 y por parte de Andrés Gaos, de las Ondas Martenot, con la participación de su propio creador.
A todos estos aspectos se refirió el propio Vlashi en su presentación del concierto, realizada junto al gerente de la OSG, Andrés Lacasa, y a la musicóloga Rosa Fernández; una presentación en la que hemos echado en falta que, junto con una entusiasta introducción a las principales obras del programa, se hubiese realizado un recorrido por los hitos del GISXX en su ya cuarto de siglo de historia, y no es que falten en la trayectoria del conjunto coruñés conciertos significativos, gracias a los cuales hemos podido escuchar importantes estrenos en Galicia de esos compositores a los que la OSG desatiende temporada tras temporada, o que, si los pone sobre sus atriles, no lo hace en su propia programación, sino lejos del Palacio de la Ópera: algo de lo cual soberbias partituras de Francisco Guerrero, Pierre Boulez, Enrique X. Macías o José María Sánchez-Verdú son tan reveladores como tristes ejemplos.
De este modo, entre los hitos interpretativos que enriquecen la historia del GISXX no podemos dejar de mencionar su ejecución en Galicia de obras tan significativas como el Pierrot Lunaire (1912) de Arnold Schönberg; el Cuarteto de cuerda Nº1 (1953-54) y el Kammerkonzert (1969-70) de György Ligeti; la Chamber Symphony (1992) de John Adams; Black Angels (1970), de George Crumb; Mikka (1971), de Iannis Xenakis; Toccatina (1986), de Helmut Lachenmann; Jelek, játékok és üzenetek (1989...), de György Kurtág; Kalligraphie (2007, rev. 2009), de Toshio Hosokawa, y un larguísimo etcétera que da una muy aquilatada muestra de algunas de las obras mayores del siglo XX, si bien en esta exquisita lista faltaba una partitura que Florian Vlashi ha tenido entre ceja y ceja desde la fundación del GISXX y que, por fin, ha dirigido a su conjunto: Le Marteau sans maître (1954, rev. 1957), de Pierre Boulez (Montbrison, 1925 - Baden-Baden, 2016), una obra, para Florian Vlashi, cumbre del siglo XX y que ha puesto la guinda a muchas de las piezas antes citadas.
Pero para disfrutar del estreno en Galicia del Marteau bouleziano tuvimos que esperar al final de un concierto que se abrió con otro guiño histórico: el lanzado a Manuel de Falla (Cádiz, 1876 - Alta Gracia, 1946) por medio de Psyqué (1924), una partitura un tanto anacrónica en un concierto como éste, pero que es parte del mismo interés que el propio Boulez tenía por la música de un Falla que dirigió (y grabó) en diversas ocasiones: la de la búsqueda de una modernidad presente en Psyqué en una línea similar a la del coetáneo Concierto para clave (1923-26) de Manuel de Falla (partitura de la que contamos con un extraordinario registro bouleziano para la CBS del 22 de marzo de 1975, con solistas de la New York Philharmonic e Igor Kipnis al clave).
La lectura del GISXX (con Florian Vlashi al violín) ha incidido, más que en la muy articulada modernidad que Pierre Boulez había enfatizado en su registro neoyorquino del Concierto para clave, en los perfumes afrancesados de Psyqué, desplegando una versión muy serena y suspendida, aunque algo pálida en lo instrumental, con excepción de algunos de los rasgueos de las cuerdas evocando los de la guitarra: especialmente acertados en Florian Vlashi y Ruslana Prokopenko, dos de los puntales del GISXX. Más cálida y con mayores perfiles sonó la voz Nuria Lorenzo, mezzosoprano viguesa que en este repertorio se encuentra (aún) más cómoda que en el más tenso y extremo de Pierre Boulez, trazando un arco poético francés que ha mostrado dos formas tan diferentes de articular el canto desde el texto: dos buenos ejemplos de lo que esta relación fue antes y después de la Segunda Guerra Mundial como punto de quiebra y posterior reinvención de ese «gran siglo» al que Florian Vlashi se refería en su presentación del concierto.
La segunda propuesta a la que el GISXX nos invitó el pasado 19 de noviembre lo era, en realidad, múltiple, pues incluía veinticinco estrenos que, a modo de regalo de cumpleaños, veinticinco compositores gallegos (o residentes en Galicia) han ofrecido al conjunto herculino: un formato inspirado, por un lado, en los aforismos de Anton Webern, y por otro, en las Sequenze (1958-2002) de Luciano Berio, con sus fuertes vínculos entre compositor, partitura e intérprete (como suponemos que habrá sido aquí el caso durante los meses previos al concierto).
Con estos planteamientos, de entre las decenas de compositores con los que el GISXX ha trabajado para alcanzar sus 189 estrenos hasta la fecha, Florian Vlashi ha seleccionado un conjunto que sólo parcialmente muestra la rica pluralidad compositiva gallega de nuestro tiempo, pues se han echado en falta compositores que, o bien no han trabajado nunca con el GISXX, como Ramón Souto, Miguel Matamoro, Hachè Costa o Xoán-Xil, o bien han tenido ya varios estrenos con dicho grupo pero, incomprensiblemente, no se encontraban entre los veinticinco seleccionados, como el compositor coruñés Hugo Gómez-Chao, director de un festival, RESIS, en el que el GISXX ha participado en diversas ocasiones.
La presencia de Hugo Gómez-Chao ―por restringirnos a aquellos compositores que ya han estrenado con el GISXX― hubiese elevado el nivel de estas 25 Micro-secuencias, ya que, en global, éstas han incidido en esa línea de estrenos anclados en claves estéticas costumbristas y demodés que tanto ha fomentado el GISXX desde su fundación, evidenciando un fuerte contraste entre la genialidad de algunos de los maestros internacionales antes mencionados y la irrelevancia artística de lo que ha sido el estreno medio de compositores gallegos por parte conjunto de Florian Vlashi desde 1997 (mimetizando el perfil de los sucesivos estrenos de la OSG desde su fundación).
Así, entre partituras repletas de lugares comunes, ecos folclóricos y no pocas sonoridades que producirían la estupefacción de cualquiera que conozca qué se destila hoy en la mejor música actual, sólo contadas excepciones entre estas 25 Micro-secuencias han destacado por ofrecernos un lenguaje de nuestro tiempo, cierta personalidad o algo de inventiva. Entre ellas, diría que en un primerísimo lugar ha figurado Haiku para 25 primaveras (2022), de Jacobo Gaspar (Mos, 1975), partitura para violín solo de impronta sciarriniana en la que Florian Vlashi ha trabajado con unos materiales mínimos, provocando reflejos armónicos de una gran intensidad y belleza, convirtiendo su instrumento en un calidoscopio de pequeños cristales acústicos ampliados en unos últimos compases que descomprimen el espectro armónico y resuelven las tensiones previas, multiplicando horizontes: esquema tripartito tan propio de la poesía japonesa a la que el título de la partitura nos remite.
De este modo, lo que en conjunto ha sido un recorrido circular a lo largo de estas 25 Micro-secuencias (nacido en el violín de Florian Vlashi, con una partitura de Paulino Pereiro, y finalizado de nuevo en el instrumento del músico albanés, con una pieza de Julián Rodríguez), ha tenido su punto álgido en Haiku para 25 primaveras, si bien algunas otras propuestas han llamado nuestra atención positivamente, como Memoria da luz (2022), de Ramón Otero Moreira (Pontevedra, 1982), una obra cuyo centelleante y ramificado piano parecía dialogar con Pierre Boulez, aunque no menos se dejen escuchar reverberaciones (nuevamente) de Salvatore Sciarrino, por sus granularidades y melismas: ésos que progresivamente han jugado a espejar teclado y cordal, creando un doble plano tímbrico de gran belleza y exigencia en cuanto a ritmo, digitación y estilo, algo en lo que lejos ha estado de brillar una pianista, Alicia Permuy, que vuelve a mostrar sus limitaciones en este repertorio y la necesidad de que el GISXX encuentre un músico de reconocida solvencia para tan importante puesto, dentro de un ensemble, como el piano.
En el otro extremo (en cuanto a calidad interpretativa), la joven compositora lucense Carme Rodríguez (Ribadeo, 1996) se ha beneficiado de que su partitura, Órbita I (2022), haya sido estrenada por un fagotista tan exquisito como Steve Harriswangler, que confirió a este estreno un sonido repleto de ecos, entre los de una tradición reformulada, a través de un discurso melódico quebrado, y un juego de flatterzunge y percusión de teclas que dibuja paisajes más contemporáneos, con lo que la partitura alcanza un muy interesante equilibrio estilístico y una elocuente expresividad.
También es digno de destacar el trabajo de ese enorme trombonista que es Jon Etterbeck, principal de la OSG que en Pieza W” (2022), de Jesús González (Vigo, 1965), rescató, por medio de sus glissandi y de un sentido teatral con dejes humorísticos, ecos de una partitura compuesta, precisamente, en el año en que Jesús González nació: la Sequenza V (1965) de Luciano Berio, convocando la presencia del compositor vigués, como siempre que lo escuchamos en Galicia, el recuerdo de aquel Taller Instrumental del CGAC que, en los años 90 del pasado siglo, fue el más importante precedente del GISXX en el repertorio contemporáneo en nuestra comunidad autónoma, y con el que convivió apenas un año, hasta la defenestración del Taller del CGAC en 1998 por obra y desgracia de Miguel Fernández-Cid: actual director del MARCO vigués y de su silente vida sin música contemporánea (cuando otrora también la tuvo).
Dentro de tan variopintas propuestas, es obligado destacar el trabajo del percusionista alicantino Noè Rodrigo en la xilorimba, un instrumento en el que habría de sobresalir poderosamente dentro del sexteto instrumental que culminó este concierto con Le Marteau sans maître. En buena medida, ello es debido a su ya larga experiencia en el repertorio contemporáneo, formando parte de conjuntos como el prestigioso Schönberg Ensemble neerlandés, con el que Rodrigo toca regularmente en diversos escenarios de Europa, a lo que hemos de sumar, desde este 2022, su participación en el Arxis Ensemble (agrupación de la propia Coruña) como percusionista y director artístico.
La intensión y la intención de cada nota en la xilorimba de Noè Rodrigo han sido las que más se han acercado a lo que la mayoría del público presente en el Palacio de la Ópera tiene como memoria auditiva de Le Marteau sans maître, una partitura rara vez interpretada en vivo en España y cuyo recuerdo suele venir de la mano de las sucesivas grabaciones del propio Boulez al frente de un grupo de músicos por él mismo seleccionado y entre los que se solían encontrar algunos de los mejores intérpretes en sus respectivos instrumentos. Así, de entre las cuatro grabaciones discográficas de Le Marteau sans maître que en manos de Boulez conozco, es la del año 1964 mi predilecta, tanto por sus tempi como por su estilo. Lejos ha estado el GISXX de tal grado de perfección en el lenguaje bouleziano, siendo su lectura más cercana al último registro del compositor galo: el del año 2002 con Hilary Summers en la voz y el Ensemble intercontemporain en el sexteto instrumental (una versión más lenta y suspendida que las de los años 1956 y 1964).
La dirigida por Florian Vlashi se le acerca en tempo, aunque concebido de un modo muy distinto, pues en el registro de la Deutsche Grammophon se ralentizaba la velocidad para ganar en resonancias y juegos de pares tímbrico-armónicos, mientras que la lectura del GISXX ha puesto el freno para asegurarse de que las dificultades técnicas; especialmente, de orden rítmico, no desbaratasen su interpretación. Aunque, gracias a esa gran contención y extremo cuidado, Florian Vlashi y el GISXX han salvado con corrección este estreno de Le Marteau sans maître en Galicia, permitiendo al público herculino el lujo de haber asistido en vivo a una primicia que, en todo caso, llega con décadas de retraso, para que esta música nos hubiese impactado poderosamente, se habrían tenido que extremar más las dinámicas y la articulación, buscando ese estilo del propio Boulez en sus grabaciones de 1956 y 1964. Claro que, para ello, haría falta un grupo instrumental de primera fila internacional y con experiencia previa en la obra, pues por número de ensayos y dedicación, me consta, no ha quedado la cosa, ya que Florian Vlashi y sus músicos han trabajado a conciencia desde hace meses, tanto en sus partes individuales como en conjunto.
Dentro de ese conjunto, nos encontramos con ciertos altibajos y, así, el viola Raymond Arteaga muestra un estilo muy romo y gris para una partitura como Le Marteau sans maître, donde se precisa más sonido, carácter y presencia en sus partes, para que éstas no queden solapadas por el trío de percusión.
La flauta de Claudia Walker muestra una mayor seguridad y, aunque se echa mucho en falta la articulación y los contrastes dinámicos de un Severino Gazzelloni (en la grabación bouleziana de 1964), su dúo con Nuria Lorenzo en «l’artisanat furieux» sí convoca otros ecos que nunca están de más en la música de Pierre Boulez, explicitando sus filiaciones genético-musicales: las que lo conducen, por el tronco de la música francesa, hasta Claude Debussy. En el resto de movimientos, la flautista norteamericana ha dejado destellos de ese perfumado mundo del ayer, suavizando los contornos de su instrumento y encontrando, así, un delicado punto de encuentro con la voz, tanto en canto como en pasajes murmurados.
Por su parte, Ramón Carnota ha estado solvente, aunque sin especial protagonismo, más allá de algunos pasajes en los que su guitarra ha apostado por una mayor contundencia, como en esa suerte de remedos de los pizzicati Bartók que, reformulados sobre el mástil de su instrumento, exponen efectos netamente percusivos que dialogan con un trío de percusionistas que ha puesto el punto más alto en esta versión herculina, con una mención especialísima para Noè Rodrigo en una xilorimba que, por color, precisión técnica, exactitud rítmica y fraseo, ha sido el instrumento mejor tocado. Dentro de este trío de percusión, el set más rico en colores y timbres es el central, confiado a José Trigueros, músico que comenzó un tanto timorato, a pesar de los tan variados materiales que maneja, para ir ganando una progresiva presencia y carácter, alcanzando pasajes realmente disfrutables en los compases finales, ya con Noè Rodrigo apagando su set de tam-tams, ya en solitario, rubricando la partitura. Por último, Alejandro Sanz ha sonado muy solvente y serio en su vibráfono, con perfiles propios dentro del sexteto y una muy cuidada medida rítmica, en un instrumento tan importante tanto para crear texturas como para la cohesión métrica del conjunto.
Desde luego, para alcanzar tal cohesión ha sido crucial un Florian Vlashi que ha marcado con firmeza y espoleado a sus músicos en no pocos compases, para intentar conseguir mayores contrastes y contundencia, aunque esto sólo lo haya logrado a medida que su lectura se iba desarrollando y, el sexteto, ganando en seguridad, pues el comienzo resultó demasiado frío y contenido. La emoción que se observaba en el rostro del director albanés al finalizar el concierto, tras su gran trabajo, muestra a las claras quién es el eje central no sólo de la cohesión rítmica de este Marteau, sino del propio GISXX, un conjunto cuyo espíritu y supervivencia no tengo duda van de la mano de los muchos y denodados esfuerzos del músico albanés.
Entre esos esfuerzos desde hace ya un cuarto de siglo, está el haber encontrado en la propia Galicia una voz para dar cuenta de la partitura de Pierre Boulez: búsqueda que ha culminado con éxito, pues la mezzosoprano Nuria Lorenzo nos ha dejado buenas impresiones, y aunque no haya alcanzado los sobresalientes niveles de Marie-Thérèse Cahn o Jeanne Deroubaix (en los registros de 1956 y 1964), sí muestra personalidad y dominio de la técnica, así como adecuación a los registros del sexteto, desde lo más incisivo a lo más lírico (en la ya antes citada «l’artisanat furieux»). Nuria Lorenzo despliega una plasticidad capaz de dotar a su canto de perfiles que lindan la sonoridad instrumental: técnica muy importante para los diálogos tímbricos dentro del que podríamos decir septeto, cuando tal registro Nuria Lorenzo adopta; entre otros momentos, en sus compases murmurados y con la boca cerrada: técnica implosiva en la que los ecos postimpresionistas previos se repliegan sobre sí mismos, concentrando toda una historia del canto a lo largo de la primera mitad del siglo XX, pues Boulez también incluye en el aparato vocal una sublimación afrancesada del sprechgesang schonberguiano. Todo ello, con un sutil respeto a las texturas, al portamento y a los volúmenes de caudal de aire y rangos dinámicos: cuestiones en absoluto sencillas, ya no sólo individualmente —por la escritura que especifica Boulez—, sino a nivel de balance con el sexteto; especialmente, con instrumentos de tan diferente naturaleza tímbrico-armónica como la guitarra y el trío de percusión (pues los vínculos de Nuria Lorenzo con flauta y viola le facilitan esos puentes con el sexteto). Así pues, notable trabajo por parte de la mezzo viguesa e interesante encuentro con una voz que, aunque se pueda ver en Boulez a un adalid de la nueva música, no hace sino condensar numerosos ecos del pasado y unos planteamientos propios del serialismo integral tan en boga en la segunda posguerra. En apenas unos años, compositores como Mauricio Kagel, Luciano Berio, John Cage, György Ligeti, Morton Feldman o Helmut Lachenmann habrían de llevar la voz mucho más lejos que lo nunca conseguido por Boulez (abriendo nuevos horizontes que el GISXX debe recorrer, para progresivamente actualizar su repertorio).
Se cerraba, así, un concierto bien recibido por el público herculino en cuanto a sus aplausos finales, con una asistencia que rondó el ochenta por ciento de la zona A del Palacio de la Ópera, algo que nos hace pensar que la gratuidad del mismo, en paralelo a la ubicación de este evento fuera del programa de abono de la OSG, ha sido, quizás, un regalo envenenado, pues si el propio Marteau hubiese figurado como primera parte de un concierto de temporada, muchas más personas habrían conocido esta partitura por primera vez en directo, así como la labor del GISXX, que es de lo que se trata. En muchos auditorios de Europa, esta combinación de primera parte con grupo de cámara y una segunda con orquesta sinfónica es habitual, desencorsetando unas rutinas en España tan anquilosadas y dañinas para la creatividad artística a la hora de programar: algo que buena falta le hará a la OSG y al GISXX en un contexto, el gallego, en el que la presencia tanto de Vertixe Sonora como del recién creado Arxis Ensemble, junto con el ilusionante nombramiento de Baldur Brönnimann como titular de la Real Filharmonía, hacen que el nivel de los festivales y programas de música actual haya subido muchos enteros. Si no afrontan tales retos, este tipo de conciertos, más que celebraciones, podrían acabar siendo verdaderos cantos del cisne...
...que lo sean del ave fénix, si el Grupo Instrumental Siglo XX vuelve a estar más presente en nuestros auditorios (como otrora lo estaba), y con esas grandes piezas del repertorio contemporáneo en las que tanto (aún) puede aportar. Le deseamos al GISXX, así pues, que cumpla otros veinticinco años más.
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