Viendo el nuevo montaje de Tosca de Puccini en el Teatro Real, se piensa que la costumbre es mala consejera. En el sentido de que, durante los últimos años, ya desde la época Mortier, se programa un título popular y de repertorio en verano para hacer rugir la taquilla. A la que el equipo actual le ha sumado la de traer voces. ¿Resultado? Seguramente bueno para la recaudación ¿y el artístico?

Antonio Hernández Nieto
20 julio 2021
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Javier del Real

Que Nicola Luisotti es un director adecuado para este repertorio, no hay duda. Pero esta vez la orquesta suena varios decibelios por encima de lo esperado y los instrumentos de viento se oyen demasiado cada vez que intervienen con respecto al resto.

Las voces, las que corresponden al primer reparto, escuchadas un martes y trece, que ni te cases ni te embarques, vale son buenas y adecuadas al papel. El mejor este día, sin duda, Joseph Calleja, su aria E lucevan le stelle antes de encontrarse con Tosca, emocionante, tal vez, por eso el público hizo el amago de pasarse de aplauso en los saludos. Aunque pronto recordó lo que ha dicho la crítica oficial, que es un poco flojo, que Carlos Álvarez mucho mejor y la Radvanovsky ni te cuento, que el primer día hizo un bis, por cierto, algo más habitual de lo que parece para toda cantante que lo canta solo hay que mirar You Tube. Así que brava, brava, brava.

Lo cierto es que se echó en falta la capacidad interpretativa de Carlos Álvarez. Un cantante que, en la estela de Plácido Domingo, sabe actuar. Solo hay que recordar su Yago en el Otello que se ha podido ver en el Teatre del Liceu y su mamma en Viva la mamma que se ha podido ver recientemente en el Teatro Real. Seguramente su vertiente zarzuelera le ha ayudado mucho en desarrollar esta capacidad.

Y la Radavnovsky, bien. De verdad. Pero tanto ella como Carlos luchaban con los decibelios de la orquesta y, quizás, eso les distrajese de interpretar. No de cantar. Sino de dotar de actitudes e intenciones a lo que cantan y a como lo cantan. De hacerlo para en escena ser Tosca y Scarpia, no representarlos. Cosa que Calleja no tenía problema. Puede ser que se sabía sentenciado por la crítica y, liberado, podía dar rienda suelta al arte.

Hasta aquí, aunque con más detalle, suele llegar la crítica oficial o habitual. Algunas se van un poco más allá. Meten datos históricos sobre la obra y las representaciones en este teatro. Los hay que se atreven a señalar aspectos de la dirección de escena, habitualmente confundidos con la escenografía, señalando, sobre todo si son directores que están en la cresta de la ola, es decir, son demasiado modernos, que lo hacen más mal que bien. Sí, se arriesgan y se equivocan, bienvenido sea el error (artístico).

El caso es que Paco Azorín, el director de escena, les ha quitado un poco la faja a los personajes. Scarpia no es tan malo malísimo como canta, la Tosca es más sentida que sufrida y Caravadosi es una suerte de Falstaff. Tal vez por el aspecto grandullón que tiene. y que el día que cante Kauffman posiblemente tenga que recurrir al sex-appeal y la voz, si no es que los ha perdido con el tiempo, como cuentan las ¿malas? lenguas que han seguido y siguen su carrera.

El caso es que este personaje disfruta del arte, de la revolución, de su amante, de los amigos, de las aventuras. Todo lo que le sucede le resulta excitante, hasta la muerte, el momento antes la asume de manera vital. y así lo transmite. Sí, se entiende bien, no como en otras producciones, porque Caravadosi le gusta a Tosca y porque con Scarpia, ni agua. A pesar de su aspecto pulcro, de señor. Caravadosi es la vida. La que se revoluciona y se revuelve. Scarpia y su pulcritud, mancha, ensucia, todo lo que merece la pena ser vivido y disfrutado. Mata y, sobre todo, mata el amor.

Algo que el Paco Azorín escenógrafo, pues tiene los dos roles en esta producción, marca con referencias pictóricas. Sea con las vírgenes de la época que decoran la Iglesia, modelos de mujer que se imponían a la población. Sea con las mujeres desnudas que ocupaban los gabinetes privados de los nobles, para goce y disfrute del señor, de donde tal vez venga la costumbre de poner desnudos en los dormitorios adultos.

Unas metáforas pictóricas que mantiene para otras referencias. Como esa insistencia en la mirada de los ojos de cuadros clásicos que proyecta. Una continuidad que da aspecto de pesadilla. O esas referencias a Cristos en la cruz o los martirios de santos que se descubren cuando caen los rojos cortinones que decoran el Palacio Farnesse. La belleza del poder escondiendo lo que tiene de más feo ¿qué se vería si se levantasen las alfombras rojas que se usan ahora?

Lo que por algún motivo no acaba de funcionar. Posiblemente por evidente, por demasiado señalado. Algo que desaparece de un plumazo en el tercer acto. No se sabe si por el uso de la maquinaria escénica para ilustrar el mundo de Scarpia que desaparece, se hunde, a medida que la revolución avanza. Por cierto, la revolución femenina, porque es Tosca la que mata al mal y al capital.

Un momento en el que desde el profundísimo foso se ve llegar el techo de la prisión del Castel Sant’Angelo, que no deja de ser el retablo del primer acto y las paredes del segundo acto del Palacio Farnesse tumbados. Es ese momento cuando Paco Azorín da con la clave de una forma artística, tanto en el arco dramático que dibuja un director de escena como en la construcción del espacio para que la acción suceda en su papel de escenógrafo. Donde se da el tiempo en el que suena la música para que luego se pueda cantar.

Es el momento que el tenor Joseph Calleja, muestra inteligencia artística, al estilo que tenía Plácido Domingo (que de nuevo vuelve a salir en esta crítica ¿por qué será?), y aprovecha ese púlpito que le da Azorín para regalar uno de los momentos más hermosos de la noche, haciendo brillar las estrellas que Caravadossi echa en falta. Y que es de esperar que Kaufman aproveche y lo cante como lo cantó en el concierto de estrellas de la ópera que el Metropolitan retransmitió en streaming en julio del año pasado para recaudar los fondos que el covid le ha quitado.

Por tanto, sí, el resultado económico será, sin duda, algo que los gestores podrán mostrar para ponerse una medalla frente a patronos, políticos y benefactores del teatro. En la cultura económica en la que se vive, la de la llamada cuenta de resultados que llevan los contables en un Excell y los gestores cantan anualmente como unos opositores que llevasen años estudiando ante un tribunal que controla que la ortodoxia se cumpla.

Sin embargo, el resultado artístico se oculta bajo nombres suficientemente conocidos por profesionales y público. Ninguna de las tres Toscas puede cantar mal, porque son fiables, profesionales y reconocidas como buenas cantantes. Lo mismo pasa con los Scarpias y los Caravadossi. Luisotti, el director de orquesta es uno de los más demandados por los grandes teatros de ópera para el repertorio italiano. Y Paco Azorín, un director de escena eficaz, que también lo ha demostrado allá donde le han contratado. ¿Quién va a decir nada?

Pero a esta producción le falta riesgo artístico. Riesgo de verdad. Ese que descubre un nuevo equipo artístico que da un vuelco a la forma de ver y oír la ópera que se está montando. Ese que genera revuelo porque obliga a mirar de nuevo y en presente el repertorio, a ver otro punto de vista, a salir del confort que ofrecen las butacas de un carísimo teatro de ópera. Que deja entrar la vida que palpita en dos que se quieren y todo lo que se opone a que se quieran, hasta la revolución que dice que va a liberarlos y que, al final, los conduce al cadalso. La imposibilidad del amor, de quererse, a la que tan bien le pone música Puccini, un artista. Habrá que recordarlo.

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