Comienza la temporada en el Teatro Real con La Cenerentola de Rossini. En el programa Gregorio Marañón y Bertrán de Lys, que acaba de ser ratificado como presidente de la fundación de dicho teatro, la vende como una ópera para unos nuevos tiempos. Unos tiempos en los que se dejen atrás las tristezas de la pandemia y que se invita a reír y a entretenerse.

Javier del Real
La risa y el entretenimiento se pretenden con un cuento infantil. La historia de una huérfana, en este caso de madre viuda, que cuando esta muere se queda a vivir con su padrastro, con el que su madre se casó en segundas nupcias, y hermanastras. Aristócratas venidos a menos que ven en la huérfana una criada y en acogerla el poder aplicar caridad cristiana. El que la huérfana tenga que recoger las cenizas, y toda la mierda que se acumule en la casa, y mancharse es poco a cambio de la que le dan: cobijo y alimento.
En ese contexto llega el anuncio de que el príncipe busca esposa. Una santa. Y todas las mujeres nobles, incluidas las hermanas, unas lagartas, se lanzan, sin educación ni decoro según el montaje, a por “Él”. Él que ha tenido un encuentro de incognito con Cenicienta y ya había caído rendido ante ella, rendición que es correspondida.
Contado así la verdad es que la historia no llama a la risa. Lo cierto es que reír, lo que se dice reír, se ríe poco con este montaje. Carcajada sincera solo se escuchó una o dos veces en la sesión a la que pertenece esta crónica. No es porque no lo intente el director de escena, Stefan Herheim, sobre todo con el histriónico y coloreado personaje de Don Magnífico, que interpreta Renato Girolami. Hasta el director musical, Riccardo Frizza, hace una broma sobre, ejem, las siestas.
Tampoco es que la escenografía y el vestuario llamen a la alegría o el regocijo. La chimenea telescópica que a medida que se agranda delimita salones de palacio es negra con detalles dorados y parece un panteón. ¿Y cuándo los elementos de la chimenea se giran? Entonces se convierten en la vieja, destartalada y ruinosa casa en la que sirve la Cenerentola. La casa de un aristócrata más que arruinado, pues debe dinero. Una casa gris y amarronada, como de cuento triste, tristísimo de un país del este. La pregunta es ¿para qué tanta tramoya?
A lo que se añaden unos videos que se proyectan al fondo que tampoco es que llamen mucho a la alegría y son más bien toscos y pedestres. Habitualmente lo que se ve es un castillo que parece una mala copia del castillo de Disney, incluso hay un momento con fuegos artificiales. Parecen una copia hecha por un niño, pero sin la espontaneidad que estos le ponen. Nada que decir del escudo de armas de Don Magnífico y su pollino, imagen en la que insisten.
Habrá quien diga que tiene buenas ideas. Como que el carro de la limpieza se convierta en el carro que transporta a Cenicienta y a su príncipe. Dicho así parece interesante, pero lo que ocurre es que le ponen unos caballitos pintados y recortados a escala más pequeña que el carro y a tirar.
O la sempiterna presencia de Rossini que aparece en un inicio sobrevolando la escena en una nube. Luego se transforma en Don Magnífico. Y luego se multiplica con un coro disfrazado de Rossini. Bueno, se puede aceptar inicialmente, pero la reiteración cansa, mata el efecto perseguido. Y se convierte en una metáfora burda cuando se presenta al compositor como un Deux et machina de su ópera.
Y en cuanto al vestuario. Tampoco acompaña. Ni siquiera en aquellos casos, como el del Príncipe que busca esposa, que es colorido. No digamos ya cuando el traje con el que Cenicienta se presenta en el castillo buscando al novio se transforma en traje de bodas colocando un simple velo.
A eso se añade que en lo musical tampoco destaca ni la música, ni cómo se canta. Y que lo mejor es cómo suena la orquesta, que suena a música y no a músicos tocando sus instrumentos. Bien por Frizza. Y no hay mucho más que comentar al respecto a no ser que uno se quiera perder en los timbres en las notas que faltan o que se añaden, en si el aria tal y cual. ¿Qué aporta dicha disquisición técnica?
Por todo lo anterior se entiende poco, desde el punto de vista crítico, el aplauso en cada número. Y se comprende, más, que a pesar de estar abierto el aforo al cien por cien, se vieran butacas y asientos vacíos. Sobre todo los de poca o nula visibilidad. Igual que el aplauso final no fuera tan prolongado ni fervoroso como suele ser habitual
Así que si este es el caramelo que se pone al principio de la temporada para incentivar el entusiasmo del público con lo que está por venir, flaco favor se le ha hecho a la temporada que comienza. Y si la alternativa a los tiempos de pandemia, a la erupción del volcán de La Palma, al abandono de las mujeres afganas, a la subida del recibo de la luz es esta ópera, no se le ve la gracia ni que anuncie nuevos ni entusiasmantes tiempos.
Viendo y oyendo, uno se pregunta qué hubiera pasado si en vez de irse tan lejos a buscar equipos artísticos se hubiese mirado alrededor. Haber contado con directores de escena que dominan la comedia como Sanzol. Y en el sumun de rejuvenecer el teatro y de atrevimiento, haber llamado a la directora de escena Marta Eguillor que está pidiendo paso y cuyo humor y punto de vista le hubiera ido como anillo al dedo a esta ópera. Lo mismo se puede decir de los escenógrafos y vestuaristas locales, que hasta reciben Oscars o proveen de vestuario a grandes producciones cinematográficas internacionales.
Haber buscado jóvenes voces locales o no, como la mezzosoprano Carol García que hace de Tisbe y que ha recibido tan buenas críticas. Cantantes que fueran más cercanos a la edad que tienen los personajes, que haberlos haylos, entre los emergentes y asequibles. Y algún director musical local, incluso el propio Pablo Heras Casado, que está intentando italianizar a Wagner, que seguro que por ese interés y trayectoria lo hubiera bordado con un Rossini.
Sí, haber llamado a toda esa alegría de vivir y por vivir que ha caracterizado siempre a una parte de cultura española, sobre todo, la más popular. Que le hubiera ido tan bien a la música de Rossini. Haber salido de esa zona de confort, por la que el Teatro Real se ha convertido en el mejor teatro de ópera del mundo. Ahora ya le toca ser otra cosa, marcarse otros objetivos. Le toca be reloaded.
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