El Teatro Real recupera Viva la Mamma! de Donizetti. Una ópera de repertorio que se ha visto y oído poco en España. Como es una comedia y una farsa sobre el teatro musical y, concretamente, sobre la ópera recurre al lucido director de escena Laurent Pelly, que tantas alegrías ha dado al público de este teatro, al que le gustan mucho sus montajes.

Javier del Real
A eso se le añaden que en el elenco está Carlos Álvarez y Nino Machaidze, en el primer reparto, y en el segundo, Sabina Puértolas y Luis Cansino. Además, del cantante emergente de la actualidad que es Xabier Anduaga, también en el primer reparto, que llega con los parabienes de la crítica.
Total, todo hecho para triunfar y salir por la puerta grande. ¿Ocurre esto? De atender a las risas y a los aplausos casi de cada número, parece que sí, que el público lo pasa bien. Aunque el primer signo que hace dudar es la duración de los aplausos. Larga como siempre pero más corta de lo habitual, al menos un viernes, sin toque de queda en un montaje que acaba más pronto de lo que suele ocurrir.
La historia es sencilla. Un empresario convoca al elenco de la ópera trágica que va a estrenar. Allí todos tienen sus dimes y diretes. Cada uno con su exigencia. La “prima donna”, marido muy afectado mediante, marcando la diferencia con respecto al resto. El resto reclamando su lugar.
En esto aparece la madre de la “seconda donna”, que, a manera de la madre de las folclóricas españolas, reclama más papel y mejores canciones para su hija. Incluso, ante la dimisión de cantantes, se ofrece para formar parte del elenco, incluso indica qué música componer.
Una madre que Carlos Álvarez interpreta como si se tratase de la popular Doña Croqueta que tanto gustaba en la televisión de los años ochenta, o, por tener referencias que todavía siguen vigentes en el imaginario colectivo, como la Mrs Doubtfire de Robin Williams, o del homosexual Albert que Nathan Lane interpretaba en Una jaula de grillos.
Como es de suponer todo esto da lugar a la broma. Una broma en la que hay que cantar bien, cantando mal. Es decir, que todos los cantantes representan a cantantes de cuarta regional y deben gallear y, por supuesto, sufrir con cada nota y movimiento en escena, excepto el primer tenor. Ya sea en la sala de ensayos, para lo que se ha creado un aparcamiento en la primera parte de la función, o en el teatro real, para el que se ha creado un pequeño Teatro Real con su lampara de araña y todo.
Con los mimbres anteriores el público, en general, ríe y aplaude. Ríe, con algunos chistes fáciles e insistentes, como el del apuntador. Y ríe, sobre todo, con la creación que hace Carlos Álvarez de la mamma con los referentes citados. Demostrando, como en el reciente Otello que se pudo ver en el Gran Teatro del Liceu, que no solo sabe cantar, sino que sabe interpretar, actuar.
Además, aplaude una música que en su momento tal vez fuese sorprendente, pero que en la actualidad suena a lo de siempre en una ópera italiana. Sin que ni la dirección musical de Evelino Pidó ni la orquesta saquen más cera de la que arde.
Si bien es cierto que el público tampoco le pide mucho más. Es como si fuera con la lección aprendida. Le han dicho que es una comedia y la ríe, que ya se tiene bastante con lo que pasa en el mundo. Puede que incluso sea un público informado, lo que podría explicar la desmedida reacción cuando sale Xabier Anduaga a saludar, que es cierto que ha cantado bien su aria de la escena en la que se despide del teatro, pero como los demás han hecho lo propio.
En definitiva, no se trata de una ópera que moleste. Tampoco lo que el aficionado medio considera un insufrible suplicio contemporáneo. Ni un dramón que ponga el corazón en un puño. Más bien lo que consigue esta ópera es rellenar la temporada con dos coartadas. La coartada cultural, la de la recuperación de una ópera olvidada. Y la coartada cómica, la de hacer reír al respetable en tiempos de pandemia.
¿Suficiente? A tenor de la crítica oficial, parece ser que sí. A tenor de la venta de entradas parece que no, ya que todavía quedan (buenos) tickets para todas las representaciones del anfiteatro para abajo, al menos a la hora de escribir esta crítica.
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