" El público todavía se tiene que reconciliar con los lenguajes de las óperas de la primera mitad del siglo XX."

A. Bofill
El comienzo de la temporada del Gran Teatre del Liceu de Barcelona facilita el encuentro con Víctor García de Gomar, su director artístico. Un director artístico que fue cura antes que fraile. Es decir, que ha cantado en el Orfeó Catalá e hizo sus pinitos como barítono en varias producciones operísticas. Aunque, debido a su licenciatura en derecho y su formación empresarial fue poco a poco dirigiéndose a la gestión cultural. Pasando por el departamento musical de la Fundación La Caixa, la dirección artística de festivales y orquestas, fundamentalmente barrocas, por el departamento de música de la UNESCO hasta llegar al Palau de la Música y, por último, al Liceu.
Antonio Hernández: El lema de la temporada es “Redescubrir el paraíso” ¿A qué tipo de paraíso se refiere?
Víctor García de Gomar: Este tipo de títulos tratan de poner la temporada alrededor de una idea. Lo que hace es que se busquen operas cuyos personajes sufren un magnetismo alrededor de esa idea. Permite establecer un relato con personalidad.
En el caso de Ariadne aux Naxos, la ópera con la que comienza la temporada, el paraíso es la idea de un buen amor. Le sigue el Requiem de Guerra de Britten, que pone de manifiesto la imposibilidad de que haya paraíso mientras haya guerra. El paraíso es la paz.
En Norma hay dos paraísos. El que ofrece la protección de la comunidad religiosa y el que ofrece el amor. La protagonista se encuentra en medio de esos dos paraísos. Entre el paraíso de la obligación y el de la pasión.
Al programar alrededor de una idea se pretende explicar una historia y hacer del teatro un complejo centro de actividades alrededor de esa historia. Activando no solo el entretenimiento, sino el conocimiento y la capacidad que tienen las personas de querer ser transformadas. Una incitación al disfrute, pero también al crecimiento de las personas.
A.H.: Se suele identificar a los teatros de ópera con un público muy tradicional que quiere óperas de reportorio, de siempre y como siempre se han representado ¿Cree que esta propuesta de transformación va a ser bien acogida por los espectadores del Liceu?
V.G.G.: No tengo ninguna duda al respecto. De todas maneras, los teatros de ópera como los auditorios de música sinfónica no tienen un solo tipo de espectador. Tienen un cosmos de públicos y habrá que intentar captar a esos públicos diferentes con propuestas diferentes.
Por eso en nuestra programación puede encontrarse una producción de corte tradicional como La dama de Picas con dirección de escena de Gilbert Deflo con Sondra Radvanovsky. Al lado de Réquiem de Guerra de Britten, una obra sinfónica, escenificada, algo que no se suele hacer, con puesta en escena de Daniel Kramer. Tratamos de configurar una programación compleja con propuestas que diversifiquen el riesgo, la conceptualización y las estéticas. Me parece importante dar algo a todos los públicos.
La ópera es el sujeto principal de la programación. Sin embargo, somos diversos a la hora de ofrecerla. Accionando cada título desde ópticas diferentes. Clásicas, modernas, conceptuales, narrativas. Tratamos de responder de forma diferente a cada tipo de público.
A.H.: ¿En qué producción o actividades de la próxima temporada se va a dar el encuentro de todo ese público diverso? ¿De volver a formar una comunidad operística?
V.G.G.: Hay muchos proyectos. Como Ariadne auf Naxos firmada por Katie Mitchell, que como creadora teatral es indiscutible, en la que cantará Irene Teorin que es adorada en nuestro teatro. Esta propuesta será el ying.
El yang será la Norma con la que acaba la temporada. Cantada por Marina Rebeka y Sonya Yoncheva, con muchas referencias de corte clásico. Un montaje de Alex Ollé de La Fura dels Baus sobre el fanatismo religioso y su influencia en cómo se quieren las personas. Esa encrucijada que se produce entre la fe y la pasión.
A su lado tendremos a Javier Camarena debutando en La flauta mágica dirigida por Dudamel. Suficientemente atractivo para que confluyan los públicos. O el especial que hacemos con Netrebko para celebrar el 175 aniversario del teatro, en el que la soprano cantará el segundo acto de Macbeth de Verdi, el de La Boheme y el de Turandot. O la trilogía Mozart – Daponte que se podrá ver en días consecutivos dirigidas por Marc Marc Minkowski, un director de orquesta especialista en el repertorio mozartiano. En este ciclo lo interesante es ver cómo cambia cada uno de estos títulos cuando se ven y se escuchan el uno detrás de otro, pues estamos acostumbrados a verlos de forma aislada. Al contrastarlos, adquieren, de golpe, una significación diferente.
En este sentido, creo que el público va a redescubrir el Wozzeck de Alban Berg. Se me hace arriesgado decir que será un título popular, aunque puede serlo porque lo canta Matthias Goerne y lo dirige William Kentridge, que es nuestro artista de referencia para este año, quien también firma el cartel de esta temporada. No es un espectáculo pop todavía, pero creo que después de la primera función, el boca-oreja hará que todo el mundo desee verlo y agotará entradas.
Mientas que la mayoría de los teatros europeos ofrecen para la temporada postpandemia títulos de siempre, nosotros hemos querido mantener las referencias a ese canon específico que se está formando con las óperas de la primera mitad del siglo XX. Títulos a los que el público se resiste a abrazar como si fueran un Puccini o un Mozart. Obras de las que se habla mucho, pero que suenan poco. Óperas con cuyos lenguajes todavía nos tenemos que reconciliar y que nosotros vamos a intentar conseguirlo a través de montajes que marquen una época.
A.H.: Como nos ha comentado ha programado tres Mozart seguidos en una temporada dedicada al paraíso ¿cree que es la música de este compositor la música del paraíso?
V.G.G.: En el paraíso suena siempre Bach, pero cuando el Dj duerme, suena Mozart, incluso en algún momento Messiaen [dice riendo].
Realmente no lo sé. Aunque es cierto que la perfección llega cuando la música llega a manos de Mozart. Si coges la trilogía en sí misma, se podría decir que es uno de los legados musicales más importantes antes de que Beethoven compusiese sus nueve sinfonías.
En términos de las emociones y las pasiones humanas, se encuentra un manual completo. Un manual para la vida. Son óperas que hablan desde la muerte al poder de la seducción, hasta del perdón. Todo lo que puede pasar en la vida de una persona está ahí. Si no hubiera más óperas en la Tierra, se podría decir que es un manual para contar lo que está bien y lo que está mal. Esta trilogía nos permitiría distinguirlo.
Es una especie de festival. Algo que no se ha hecho antes en este país. Que, como ya he dicho, dirige Minkowski y con una serie de jóvenes voces no muy conocidas, excepto Lea Desandre, pero que van a dar mucho que hablar en los próximos años. Nombres que dentro del circuito profesional son ya muy cotizados. Que seguramente dentro de poco estarán dominando los teatros. Entonces miraremos para atrás y diremos que todas esas estrellas coincidieron en el Liceu.
A.H.: ¿Son estos Mozart el lado amable del paraíso y otras, como el Wozzeck, es la cara amarga del mismo?
V.G.G.: La ausencia del paraíso es lo que nos hace anhelarlo más. La expulsión de Adán y Eva del paraíso es lo que hace que lo echemos en falta. Pero también creo que eso hace que como humanos podamos aceptar el error.
En el caso del soldado Wozzeck hace del infierno su vida cotidiana hasta que la traición, como en Rigoletto, activa una espiral destructiva. Una espiral que los lleva a aniquilar a los seres queridos hasta aniquilarse a sí mismo. Es esa pérdida del paraíso, que en el caso del Wozzeck es la pérdida del hogar, la que lleva el anhelo de este hasta sus últimas consecuencias para algunos personajes y algunas personas. Lo que sucede por ser una perdida muy iluminadora y reveladora.
Todos los seres humanos para seguir siendo humanos necesitamos un sueño. Ese sueño, en el fondo, es nuestro paraíso perdido.
A.H.: La infancia siempre es descrita como un paraíso ¿Qué paraíso musical tiene organizado el Liceu para los más pequeños esta temporada?
V.G.G.: ¿Te refieres a una programación para todos los públicos? La tenemos. Estamos preparando un gran ballet de Cascanueces. Aunque nos interesan mucho los niños de cero a tres años pues son a esas edades cuando se instala el ritmo y cierta predisposición al gusto musical. Es un momento fundacional. Por eso vamos a hacer otro Cascanueces con música de jazz para los niños de esta edad. Además, les estamos preparando Espejos (Miralls). Un espectáculo sobre el reconocimiento de uno mismo cuando se pone ante el espejo que es algo que ocurre antes de los tres años.
También hemos preparado dos pequeños paraísos para los jóvenes. Creemos que es en ese momento entre la infancia y la edad adulta, cuando suelen perder la conexión con la música. Uno es La cocina de Rossini que en colaboración con la Fundación Pau Gasol se trata de promover hábitos de alimentación saludable para luchar contra la obesidad. Un espectáculo musical en el que Rossini abre una hamburguesería o monta un servicio de pizzas a domicilio.
Y reponemos El monstruo en el laberinto de Jonathan Dove. Una ópera participativa en la que esperamos que este año participen institutos diferentes del año anterior.
A.H.: El Teatro Real y el Palau de Les Arts tienen promociones específicas para el público menor de treinta años ¿Y el Liceu?
V.G.G.: Nosotros tenemos el under thirty five para los menores de 35 años. Este año incluimos seis espectáculos entre operas y ballets por 30 euros. Sesiones única y exclusivamente para jóvenes.
Tratamos de inculcar, sin prejuicios, cual es el valor de la ópera hoy. Lo hacemos en un formato distendido. Por ejemplo, habilitamos un food truck o en las pausas hay Djs. Se intenta dar la bienvenida a los menores de treinta y cinco, evitando los rituales típicos de la ópera que suelen expulsar al público que no la conoce y a los más jóvenes.
A.H.: Usted tiene el objetivo de convertir al Gran Teatre del Liceu en un centro de reflexión, de pensamiento ¿por qué?
V.G.G.: El género operístico está cayendo en la decadencia. Es necesario que se regenere, que adquiera un espíritu y una actitud diferente. No solo en la forma en la que el público se acerca a la ópera, sino también en cómo se presentan los diferentes títulos.
Por eso, se proponen sujetos que vertebran las temporadas, como el paraíso para este año, y conferencias, audiciones y otras actividades paralelas al programa general.
Para ello se suele elegir un artista visual o varios, este año es William Kentridge. Además, dos fotógrafos específicos serán los que hagan las fotos de esta temporada; tendremos una poeta residente, que esta temporada será Anne Carson [Premio Princesa de Asturias de Las Letras]; y un filósofo, como Ramón Andrés.
Se pretende que estos artistas estiren el concepto de paraíso. Que generen una serie de reflexiones que sean útiles. Que conviertan la ópera en un elemento fundamental de la vida de las personas. Hoy en día cualquier teatro de ópera, como institución cultural tiene que ser algo más que un teatro de ópera.
Creo que en la actualidad las instituciones culturales no deben ceñirse única y exclusivamente para la misión para la que fueron creadas. Tienen que ser un poco distópicas e ir más allá de su misión. Deben generar momentos inesperados.
Es verdad que los teatros de ópera tienen que ser previsibles en términos operísticos. Lógicamente una Aida tiene que ser siempre una Aida. Deben tener a cantantes como Camarena o Radanovsky o Bezcala. Pero no solo. También deben tener y contar un relato. En este sentido, he querido que el Liceu sea un teatro de ópera, que va más allá del sujeto para el que fue creado. Unas actividades que estimulen nuestra curiosidad y que unan la vida y las artes.
A.H.: ¿Qué cabida tiene la música contemporánea, la que se compone hoy, en este relato que intenta crear del Liceu?
V.G.G.: La música contemporánea, la creada por autores vivos, es algo que produce mucha tensión en los teatros de ópera.
En el caso del Liceu era una pregunta recurrente. Por eso hemos querido vertebrar una pirámide. Esa pirámide tiene un primer escalón de microoperas, óperas de corta duración compuestas por compositores menores de cuarenta años. Para ser incluidos tienen que haber trabajado la música y encontrarse en un primer estadio de reconocimiento, pero no deben haber trabajado todavía en ópera. Serán los compositores seleccionados los que elegirán el tema y el libreto de esas microoperas. Nuestra labor consiste en poner en contacto a las partes, incluso con directores de escena y escenógrafos de escuelas de Barcelona, también menores de cuarenta años. Los que consigan un mayor reconocimiento en este primer escalón de microoperas pasarían al siguiente escalón de la pirámide. Se les encargarán óperas de cámara de sesenta o noventa minutos. Óperas que se estrenarían fuera del Liceu, en el Teatre Nacional de Catalunya, en el Romea o en el Mercat de les Flors. Aquellos que recibieran más reconocimiento en este estadio, podrían volver al Teatro Liceu con una nueva ópera de dos horas o más. Una ópera que se estrenaría en la sala principal y para la que se buscaría coproducción. Este es un proceso a largo plazo. Para no tener que esperar tanto tiempo para ver y escuchar óperas que se crean en la actualidad, ya se han hecho encargos y búsqueda de productores.
Lo anterior ha surgido de la idea de que el teatro tenía que ordenar y gestionar la creación contemporánea. Identificar a los compositores que aportan valor con sus nuevas creaciones para las generaciones que están por venir. Hacerlo a través de un consenso con los profesionales y darles nuevas oportunidades.
Lo que no nos encajaba era hacer representaciones de obras contemporáneas muy separadas en el tiempo. Una ópera contemporánea cada cinco o diez años. En mi opinión esto no crea nada, excepto más inestabilidad en el sector. Lo que se pretende es dar nuevas oportunidades, evitando tratar a todos por igual. Hacerlo con prudencia, pero con rigor y, como ya se ha dicho, contando con el consenso de los profesionales del sector. De hecho, ya tenemos identificados a los compositores que van a componer las microoperas en los próximos cinco años.
A.H.: Para continuar con la idea del paraíso ¿qué tiene el Liceu de paraíso? ¿Y qué le falta?
V.G.G.: Tenemos una marca emblemática. Símbolo para catalanes, españoles y extranjeros que vienen atraídos por dicha marca, una sala bellísima y la programación que ha habido. Su historia de ciento setenta y cinco años lo convierte automáticamente en un paraíso de la ópera.
Pero para poder seguir siendo un paraíso operístico no podemos confiar solo en la tradición y en la historia de la institución. El reto es mantenerlo como un paraíso para las siguientes generaciones. Por eso es tan importante renovar el género, hacerlo apetitoso para un público nuevo que garanticen la viabilidad del género. Tenemos garantizado el público de siempre. Para el que ya tenemos la programación que ellos esperan. Sin embargo, el público del futuro no es este. Porque ¿cuántas instituciones han muerto por no tener este aspecto en cuenta?
Hoy en día la media de tiempo que un usuario de Spotify aguanta una canción son treinta y ocho segundos. Netflix te permite pasar a doble velocidad las series y películas que tiene esta plataforma. Con esta velocidad que se propone en el mundo de la cultura, la ópera tiene otros ritmos que tendrán que ser actualizados. Por ejemplo, desde los artistas visuales.
Para mí los artistas visuales son los profetas capaces de ver el futuro y diseñarlo estéticamente. Yo les dejaría las llaves para averiguaran qué necesita el público para ser convencidos. Nosotros estamos organizando una grupo de debate sobre el futuro del género. Para ello hemos recurrido a un antropólogo, un sociólogo, de un artista visual, un poeta y un genio en las nuevas tecnologías. Es un grupo grande, de unas doce personas, que definirán ex novo como tendría que ser una ópera en el futuro. Tratarán de definir cuál va a ser la vida de la ópera partiendo de la situación en la que se encuentra hoy y cómo ha evolucionado el género.
Hay que entender que Wagner necesita cuarenta y cinco minutos para que Tristán [de Tristán e Isolda] diga “Te quiero” y en el mundo actual ese tiempo se ha reducido a medio minuto. Hay que modificar ciertas dinámicas para encontrar ese público que quiere la ópera o que ahora no la quiere pero que seguro que acabará queriéndola. Lo que tenemos que hacer es despertar su curiosidad, a la vez que se favorece el desarrollo y la transformación del público que ya tenemos.
Aunque para mí la palabra más importante que debería definir los próximos años del Liceu es coherencia. Coherencia en el mensaje y llevarlo a las últimas consecuencias lo que estamos tratando de explicar. Conseguir una coherencia interna entre lo qué decimos y lo qué hacemos y cómo lo hacemos.
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