Llegó al Teatro Real Tamara Rojo con la coreografía de Giselle que Akram Khan ha hecho para English National Ballet y arrasó. Toda la afición y la profesión balletística, y las celebrities se reunieron en las cuatro representaciones para ver el espectáculo. Claro que la vez anterior que Akram Khan pasó por Madrid sorprendió y mucho. ¿Qué pasa con esta nueva propuesta?

Antonio Hernández Nieto
1 noviembre 2019
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Giselle

Laurent Liotardo

Lo primero la extrañeza con la música. Pues se parte de la partitura original de Adolphe Adam a la que Vicenzo Lamagna ha actualizado y recolocado entre el brillo del original y la oscuridad de la historia. Digamos que en parte ha contemporaneizado, generando los ya típicos rebotes en el personal habitual del teatro, sobre todo el público de estreno. Lo segundo, tal vez, la extrañeza con la escenografía. Esa plancha que sirve de muro y de tejado, separación de lo mundano y el inframundo. Lo tercero, el entusiasmo general con todo lo demás, si se exceptúa el de Roger Salas, el crítico de El País, al que no le ha gustado. Aunque si hay algo que destaca, siguiendo el canon de la crítica clásica, es el vestuario y, dentro de este, el de las bailarinas, hecho de una tela que dibuja el volumen de los movimientos de ellas y se mantiene alicaído y sobrio en los momentos en los que la coreografía pide contención, mantenimiento.

La verdad verdadera es que la historia no da para mucho. Giselle es obrera de una fábrica de la que se enamora un galán de buena familia que como en el programa “El jefe infiltrado” va de incognito, disfrazado de obrerete, uno más. Ella, a pesar de tener novio, le corresponde. Correspondencia que se convierte en un embarazo. Él la abandona por la presión familiar de la novia oficial y aristocrática. Pero, este amor que es tan fuerte le hace volver y encontrársela entre la vida y la muerte. Reclamada por seres de otro mundo, seres que exigen un sacrificio por su muerte. La muerte del galán, al que Giselle con su último aliento salvará de ese sacrificio, a cambio de haber dejado matar al que era su novio oficial.

Por qué esta historia, como anécdota, atrapa la mente de tantos profesionales y de tanto aficionado es realmente un misterio. Aquí solo mueren y tienen que vivir como almas en pena los curritos, como si no hubieran tenido suficiente con la vida de penuria que llevan. A los que los señores, mostrados como feudales en este montaje, que serán celebrados con bailes folclóricos, despojan de la forma de subsistencia por eso de que la fábrica no es eficiente ni rentable. No solo eso. Sino que Giselle, esa Giselle enamorada, como ya se ha dicho, sacrifica al novio de toda la vida para que su amante, el que le ha despechado, se libre de la muerte y de las brujas que se la llevarán a ellas.

Giselle

Laurent Liotardo

Solo es posible entender esta fascinación viendo las posibilidades que ofrece al baile. Desde grandes conjuntos a solos o pasos a dos. En los que Akram Khan se busca, y se busca mucho, en el primer acto, sin encontrarse. Acto en el que todo está puesto, colocado con cierto efecto cercano al cine y al teatro musical. Y, sí, el movimiento de masas resulta bonito, pero dista de ser bello y lo que la belleza implica, es decir, el ser interesante y misteriosa.

Sin embargo, todo ese trabajo de búsqueda del primer acto da sus frutos en el segundo acto. Con esos pasos de puntas de las Willis y ese paso a dos entre Tamara Rojo y James Streeter (tal vez demasiado alto para que el baile resulte tan etéreo y vaporoso como el de ella). Y esa barra o pértiga que parece unir y transfundir una energía telúrica entre los espíritus y Giselle que le da cierto momento circense. Momentos que van atrapando la imaginación de quien lo ve de una manera que se deja a un lado el análisis, la disección objetiva de los elementos, para simplemente disfrutar. Pasárselo bien viendo bailar. Un baile que dota de sentido a esa reconocible nueva música que surge del foso. Aunque a un lado quede la lógica de la historia y lo social, más cuando se ha pasado el siglo XX, y sea la danza del amor, un amor que persiste más allá de la muerte, el que atrapa la mirada interesada del espectador y su imaginación. Oscuro.

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