El colectivo Paisajesensorial Urban-Fluxus de Cristina Palmese, Mónica Gracia y Jose Luis Carles, nos trae en esta ocasión una interesante aproximación a Doña Rosita la soltera de Lorca.
Su recorrido anterior nos ha adentrado en la investigación sobre espacios sonoros (A propos de Bourges), o investigación sobre música y vídeo (Espacios sensoriales) En este caso, su trabajo supedita la investigación a la reflexión social y política afrontando un interesante punto de vista sobre el papel de la mujer en la historia. Si los autores de la performance han escogido a Lorca ha sido probablemente porque es el gran autor de los dramas y tragedias femeninos del siglo XX. Su punto de vista ha sido una aproximación sentimental a los duros conflictos de la opresión femenina que en aquella época empezaron a ponerse sobre el tapete. Lorca, sin duda, aporta con sus obras la voz necesaria para empezar a escuchar el silencio atronador de una parte de la población que no había tenido voz hasta entonces. Forma parte de los breves momentos de la historia (teatro griego, novela realista del XIX) en los que se ha dado una voz poderosa a las mujeres pero ha sido a través de la visión de los hombres. Y en esa tradición, unas veces misógina y otras algo más amable, como en el caso de nuestro autor, nos hemos ido educando todos y, fundamentalmente, todas.
El acercamiento de Lorca al mundo femenino es una búsqueda metafórica de sí mismo. Pero que tuviera en común con las mujeres la opresión de la organización patriarcal no significa que su acercamiento fuera femenino. Lo que hace interesante investigar y profundizar en sus textos es que recoge un acervo cultural masculino y lo que aporta, también en forma de acervo, es una ideología sobre cómo son y cómo se comportan las mujeres. Lorca ve el mundo femenino como un mundo reprimido y oculto, que indudablemente existía. Lo que él no recoge, ni en esta obra ni en Yerma, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba es toda una tradición milenaria no atendida por la cultura masculina que es el de las mujeres reales afrontando sus conflictos reales. Y sobre las cuestiones que plantea Lorca, las respuestas de este colectivo.
Para articular esas respuestas utilizan un lenguaje ya explorado en anteriores obras y que aquí ocupa un lugar central: la multiplicidad de planos. Sus anteriores trabajos sobre el espacio y el sonido como elementos de estructuración social recogen la multiplicidad como el elemento sobre el que se sustenta todo. No hay un punto de vista único ni en la imagen ni en el sonido ni en el texto, sino un conjunto de puntos de vista que da como resultado un todo armónico. A partir de ahí se construyen sus piezas. No es, como podría parecer, una oferta en la que el espectador escoge. Es una urdimbre que conduce a una, quizá algunas, conclusiones meditadas por los artistas.
Lo que en sus primeros trabajos podíamos considerar un acercamiento tan sociológico como político, ya a partir de Una, ninguna, cien mil empieza a ser un lenguaje netamente político. A partir de aquí, el discurso en Rosita ante el espejo es muy distinto al de autor original. Partiendo del mismo punto dramático e incluso utilizando las mismas palabras de García Lorca encontramos las voces de múltiples mujeres vistas a través de los ojos y la voz de mujeres. Y desde ellas encontramos que las circunstancias son las mismas y las respuestas diferentes.
La pieza respeta, y también rescata, un mundo del que hoy somos bastante ajenos. Habla de aquellas mujeres no desde el punto de vista de las mujeres de hoy, aunque inevitablemente está latente. Esta Rosita se refiere a las mujeres de entonces y con ellas y de ellas habla. No para revisarlas, sino para reivindicarlas: se habla de ellas, de lo que ellas fueron y de cómo ellas pudieron reaccionar a aquellos conflictos en los albores del XX. Y su respuesta no es precisamente la dramática rendición que nos plantea Doña Rosita la soltera.
La respuesta que se nos da, múltiple y rica, con ese lenguaje que no pontifica sino que matiza y enriquece, es el de mujeres que pudieron vivir y seguro que vivieron dentro de una tradición desconocida por la cultura imperante. En ella hay mujeres que viven el conflicto que Lorca nos presenta con dolor y otras con alegría. Algunas con despreocupación. Otras llenas de creatividad. Múltiples mujeres con múltiples respuestas, como es inevitable. Todas ellas rellenando el hueco cultural que la norma secular que las ha ignorado ha dejado vacío y que, políticamente, hay que llenar. Lo interesantes de ellas es que alguna pudo vivir aquello sucumbiendo, como Lorca plantea, pero muchas lo hicieron resolviéndolo con fuerza y con energía. A ellas, precisamente, es a quienes Cristina Palmese, José Luis Carles y Mónica Gracia dan voz.
Podríamos decir que ese lenguaje de la multiplicidad que han desarrollado los artistas que nos ocupan para explicar el espacio y el mundo de hoy es más que adecuado, y quizá inevitable, para empezar a llenar de voces discrepantes un pasado al que le falta la mitad de los testimonios para ser completo.
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