¿Qué tiene el nuevo programa de la Compañía Nacional de Danza (CND) que todo el mundo se agolpa en el Teatro de la Zarzuela para verlo? ¿Serán el estreno en Madrid de dos piezas de las tres que presentan? ¿Será que la música es en directo y la tocan la Orquesta de la Comunidad de Madrid bajo la dirección de Manuel Coves y el pianista Mario Prisuelos? ¿Tendrá tal estatus que si no estás en un estreno como este no eres nadie?
El caso es que el teatro se llena. Allí se encuentran, entre otros, Chevy Muraday, Antonio Ruz, y Amaya de Miguel, la exdirectora del INAEM. Y el dramaturgo Ignacio Amestoy y la escultora Esperanza D’ors. También Habrá quien llegue con chofer. Habrá quien lleva a los niños. Nadie se lo quiere perder. Todo el mundo quiere subir su foto a Instagram y hacer un comentario elogioso (que lo harán).
¿Está justificada esta expectación? En lo musical parece que sí y los melómanos estarían de suerte. El Cuarteto para cuerda en sol menor Grosse Fuge, Op. 133 de Beethoven de la coreografía del mismo título de Hans va Manen, es una de las composiciones menos tocadas de este compositor y de las más enigmáticas. Por tanto, es una buena oportunidad para escucharla.
La segunda coreografía, Polyphonia, creada por Christopher Wheeldon, usa distintas composiciones de Ligeti. Una referencia del siglo XX no suficientemente tocado o interpretado en España. Por lo que siempre es bienvenido cuando se le programa. Y suena tan bien como la tocó Mario Prisuelos, que contribuyó al éxito de lo que se veía en escena.
Y la tercera Concerto DSCH de Alexei Ratmansky usa el Piano Concerto No. 2 que Shostakovich compuso para el diecinueve cumpleaños de su hijo. Una pieza que siempre se define como menor porque es alegre, fresca, fácil, una delicia y, por tanto, se entiende que poco exigente con el público.
Así que, bien por que la música sea en directo. Bien porque la interprete una de las buenas orquestas que hay en España y uno de los buenos pianistas españoles. Aunque, siempre hay un pero, la de Beethoven no acabó de convencer en la interpretación de la orquesta. No se sabe si fue por la propia interpretación o por combinación con lo que se veía en escena. La sinestesia es importante en espectáculos como estos.
El caso es que la CND bailó bien, pero presentó fallos. El más importante la anticipación de movimientos. Es decir, ver cómo el bailarín o la bailarina se preparaba para coger al compañero. Es algo feo porque quita naturalidad al baile, fluidez, organicidad. Se podría pensar que es por la inseguridad de estrenar dos nuevas piezas, pero se observaba, incluso sin querer, en Concerto DSCH.
Otro fallo, evidente y repetido, tuvo que ver con el mantenimiento de la simetría en las figuras que formaban los bailarines por parejas ni en las distancias en las escenas o cuadros grupales. La tendencia a que la inclinación en unas parejas fuera distinta de otras y a que el espacio entre los bailarines aumentase en uno de los lados. Podría decirse que este fallo depende de donde esté sentado el observador. Y tendrían razón, si no fuese porque unas veces esa rotura de la simetría aparecía a un lado y otros a otro. Incluso, entre filas de bailarines.
Fallos técnicos que tal vez solo vean aquellas personas que están obligadas a mirar y oír con espíritu crítico. Los que fueron a disfrutar, disfrutaron, si el nivel de disfrute se asocia directamente al nivel de aplauso y rugido con que fue correspondida cada pieza cuando acababa, y, en el caso de Polyphonia, casi cada escena o número.
Dicho todo lo anterior, y focalizándose en las piezas programadas, se podría comentar de cada una de ellas lo siguiente. Que Grosse Fugue resulta ingenua y, a la vez, simpática. Ingenua en su concepción, muy esperable para un espectador de danza del siglo XXI, pero es que han pasado cuarenta años desde que se pensó. Y simpática por esa misma ingenuidad o candidez.
Polyphnia es todo lo contrario. Tras la visión de esta pieza solo se puede decir que qué grande es Wheeldon. Hay inteligencia en todo. Desde el uso de la música al uso de las luces y las sombras con la que es capaz de dar la impresión de que el número de bailarines en escena es mayor de lo que se ve. Y también su capacidad de apartarlo todo para dejar paso a un solo para que una estrella invitada como Lauren Lovette se luzca y haga babear al público.
¿Y qué decir de Concerto DSCH que no se haya dicho ya? De su estructura alegre y de musical. Sobre todo, de cine musical clásico, que hace pensar en las delirantes películas y formas de bailar de Gene Kelly en algunos momentos. Igual que tiene su contaminación, sus trazas, de Jerome Robbins en West Side Story.
Un programa y unas formas de hacer por el que se justifica esa gran afluencia de público y de invitados el primer día de función. Un programa hecho y creado para entusiasmar a la gran diversidad de espectadores que siguen y apoyan a la CDN y que ocupaban las butacas. Para que el respetable lo pase bien, sin rebajar los presupuestos ni las exigencias artísticas.
Pues lo cortés no quita lo valiente. Y menos para su director, Joaquín de Luz, que quiere acercarse al ballet clásico, a una tradición evolucionada del mismo, en la que mantener las puntas no significa vestir a las bailarinas de tutú. Un acercamiento hecho con el planteamiento de recuperar, e incluso, acrecentar, el entusiasmo del público por su compañía nacional.
A excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, éste artículo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.