El mes que termina ha traído dos óperas a Madrid de la mano del Teatro Real. Las horas vacías de Ricardo Llorca, que por eso de que es contemporánea, la ha producido, pero la ha estrenado en los Teatros del Canal. Y Partenope, que ha programado en el Teatro Real. Una de Händel en una producción de la English National Opera muy premiada que tiene varios años de existencia, y que permite al teatro apuntarse a la recuperación del repertorio del Barroco que se inició en la ópera de Munich.

Javier del Real
Una escena de Partenope
La primera, la historia de una solitaria y soltera ejecutiva agresiva que dedica todos sus esfuerzos en una firma o empresa global que trata con clientes a los que no sabe muy bien que vende. Una ejecutiva de esas empresas liquidas del capitalismo global. Alguien que espera con ansia los viernes por la noche. Día que se conecta a Internet para hablar con un aparentemente desconocido. Una vuelta de tuerca de La Voz Humana de Poulenc y Cocteau. Tal vez, La horas vacías sea su continuación. Una mujer del siglo XXI, que conoce la fuerza del amor y del desamor, que no quiere ajustar las cuentas a nadie. Tan solo quiere ser oída, poder decir lo que quiere contar sobre sí misma.
La segunda es un vodevil amoroso entre dioses, semidioses y mortales enamorados. En el que los celos y las exigencias amorosas hacen su presencia. La bella y exitosa señora de la guerra Partenope vive rodeada de una corte de admiradores y enamorados. Corte en la que otra mujer viene a reclamar lo que es suyo, el cumplimiento de una promesa de matrimonio, al hombre al que Partenope ha entregado su corazón. Historia que Christopher Alden, el director de escena, ha sabido trasladar a los locos años veinte. A ese mundo fascinante en el que los artistas de vanguardia se convirtieron en dioses de los que no solo se admiran sus obras caprichosas sino sus vidas azarosas y poco planificadas. Y que para este montaje no hay mejor representante que Man Ray.
Independientemente de lo anecdótico de sus historias y sus puestas en escena, habrá quien diga que el estreno de Las horas vacías en otro centro distinto del Teatro Real es porque no se ajusta al canon de una ópera de toda la vida y eso justifica la marginación del circuito habitual. En este caso habría que preguntarse ¿a qué canon?
La respuesta la dio el año pasado Sonia de Munck, la soprano madrileña que protagoniza Las horas vacías y el año pasado Marie. Acostumbrada a cantar barroco y música contemporánea de forma habitual, comentó en la rueda de prensa de Marie que la ópera que se hace hoy en día se caracteriza cada vez más por esa carga teatral. Al menos en Alemania y sus áreas de influencia que es donde ella más trabaja. Y la obra de Llorca contiene bastante cantidad de teatro, un texto de Paco Gámez, uno de los dramaturgos del momento, que desde el punto de vista del amante de la ópera parece que es más abundante que las partes cantadas o con música.
Aunque la razón de su programación en los Teatros del Canal puede ser que al tratarse de un monodrama, con muy pocos personajes, se haya pensado que necesitaba un teatro más pequeño. Por esa regla de tres Pierrot Lunaire de Schoenberg no cabría en un gran de teatro de ópera, pero en el Teatro Real se ha oído y se ha visto.
Tampoco resulta grandiosa la opera de Haendel. El número de personajes es pequeño y ni siquiera tiene coro. Sin embargo, ahí están Ivor Bolton como director musical y Christopher Alden para llenarlo. Y, por cierto, ¡cómo lo han hecho!
Sin embargo, lo más curioso es que ambas óperas presentan muchas cosas en común. Sobre todo, la capacidad de las arias de ambas óperas para congraciarse con el público. Por eso no va a ser difícil que las arias de Las horas vacías empiecen pronto a aparecer en los recitales de los grandes cantantes, al igual que aparecen las de Partenope. Pues las arias de la ópera de Llorca tienen la pegada de los hits de antaño, en el sentido de que conectan mucho con el gusto popular actual. Lo que explica los aplausos casi en cada número cantado.
Pasa lo mismo con Partenope. El público está a la que salta. Deseando aplaudir cada aria, reír pasárselo bien. Y esta ópera las tiene bonitas no, lo siguiente. Pero es que toda la música barroca es muy del gusto contemporáneo, tanto que el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) del Instituto Nacional de Artes Escénicas y Musicales (INAEM) tiene un ciclo en el Auditorio Nacional de Madrid que suele agotar entradas.
También se parecen en que en ambos casos se ha cuidado mucho el aspecto vocal. El elenco es bueno en ambas producciones. Algo en lo que coinciden los críticos que vieron tanto el primer como el segundo reparto de Partenope. Y en Sonia de Munck, que protagoniza Las horas vacías.
Sin embargo, el cuidado que se ha tenido en Partenope con elegir unos cantantes que vayan físicamente a sus personajes como anillo al dedo y sepan actuar, el mejor ejemplo es Anthony Roth Constanzo, no se cumple en el caso de Las Horas Vacías. No por Sonia de Munck que tiene la presencia de una diva y, por su background, sabe que tiene que actuar.
Pero no pasa lo mismo con la actriz que la acompaña en escena. En la forma que tiene de interpretar a su personaje a veces cuesta ver a la persona con la que habla al otro lado del ordenador y para qué le habla. Qué la mueve a engancharse a un ordenador los viernes por la noche, en esa inmensa soledad de los viernes de los solteros, ya sea deseada o no, que ríete tú de los bloody Sundays.
Tal vez, porque la forma o manera en la que habla sea algo intencionado. Parte de la composición musical. Una musicalidad que se aprecia cuando el texto se dice en inglés como se puede comprobar los tracks que la New York Opera Society tiene colgados en You Tube. Que al no ser representada se aprecia que dicha voz hablada está trabajada sobre la música a la manera en la que Phillip Glass hizo, por ejemplo, en Civil Wars o hace Laurie Anderson en sus mesmerizantes espectáculos. Y es que el language is a virus. Ambos compositores son influencias muy presentes en Las horas vacías.
También difieren en el montaje. La sofisticación de Partenope, una historia mítica que como se ha dicho el director de escena traslada a los locos años veinte y sus vanguardias, está llena de gusto. Incluso cuando se pone un retrete en escena. Lejos quedan el escándalo de los retretes y los caganets ejecutivos que Calixto Bieito puso en Un ballo in maschera de Verdi. Hasta el uso del papel del wáter en el que se enrollan y enredan los dos amantes que se encierran en el retrete para hablar, tiene una connotación amable, simpática, llena de amor.
Nada que ver con esa caja en la que se mete y encierra al personaje de Las horas vacías, de la que la música y el texto tienden a sacarlo, a llevarlo fuera. Tanto la música como el texto están pidiendo sofisticación, grandeza, un loft neoyorquino con vistas desde el que mirar abajo, donde bulle la vida que solo se ve si pasa en un coche de policía, una ambulancia, un coche de bomberos o un taxi. También valdría un apartamento pequeño, mínimo, de los que abundan en Nueva York, donde la ciudad dice acoger a sus habitantes, como la Mimi de La Boheme (por cierto, la próxima ópera que se podrá ver en el Teatro Real). Pero no algo intermedio. De nuevo la portada de la grabación de la New York Opera Society da la clave con esa mujer indolentemente tumbada ante grandes ventanales desde los que ver las city lights.
También se parecen en la calidad con la que suenan las orquestas en ambos espectáculos. Por eso extraña el resbalón del coro en Las horas vacías. Una sorpresa porque es raro que el Coro Intermezzo resbale. Como que no estaban ajustados a la orquesta, como que había desgana, y eso que esta vez solo se les exigía cantar.
Así que curiosamente, los amantes de la ópera que hayan sido capaces de mover las posaderas de sus butacas realinas, de los que el día del estreno se reconocía a pocos en los Teatros del Canal, han podido disfrutar de esa corriente telúrica que recorre la música y une épocas. Aunque no lo parezca por el minimalismo que resuena en Las horas vacías (igual que parece escucharse la zarzuela barroca, posiblemente porque se canta en español).
De hecho, la composición de Llorca acaba con una chacona, la popular y atrevida danza del Siglo de Oro que posteriormente se extendería por toda Europa. Y es que el espíritu barroco está muy presente en el presente. En unos compositores, unos artistas y un público que son muy barrocos en sus gustos a pesar de que por su edad media hay que sospechar que han sido culturizados en la línea clara de Tintín y que habiten en repúblicas independientes decoradas con los muebles nórdicos de Ikea.
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