Más de diez minutos de aplausos y un teatro que se pone en pie cuando Thielemann, el director musical de la nueva producción del Ciclo del Anillo de Wagner en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, sale a escena a saludar. Y lo hace en las dos jornadas de la tercera representación de este ciclo. Dos días seguidos en los que se representa El oro del Rin y La valkiria. Está claro, el público de ópera de Berlín quiere a este director. Sus formas y sus maneras musicales.

Antonio Hernández Nieto
3 noviembre 2022
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Dos jornadas en las que se cuenta lo que llevó al nacimiento de Sigfrido. El héroe inspirador de esta tetralogía. En El oro del Rin, la primera jornada, se presenta a su abuelo, el dios Wotan, y la razón de la enemistad de este con los duendes o enanos, con los gigantes y con las ninfas del Rin.

Todo por un anillo que hace poderoso a quien lo tiene, lo capacita para todo, menos para amar y ser amado. Un anillo que el enano Alberich robó a las ninfas del Rin, ante su incapacidad para ser querido por ellas. A su vez Wotan se lo roba a los enanos para dárselo a los gigantes, pagarles por el nuevo palacio de los dioses, el Valhalla, que le habían construido y liberar a su cuñada, a la que había dado en prenda.

Mientras en La valquiria, la segunda jornada, se sabrá que tras algunas infidelidades, Wotan ha engendrado a dos mellizos humanos, uno de cada sexo, Siegmund y Segilinda. Ambos desconocerán que son hermanos y se enamoran cuando se conozcan de adultos. Un amor contra el que conspira la corte, con Fricka, la esposa de Wotan a la cabeza. Lo que condena a la pareja, sino fuera porque la valkiria, también hija de Wotan y, por tanto, tía de Sigfrido, media para salvar a Segilinda, su medio hermana, y su embarazo de Sigfrido.

Bien, pues de todos los participantes necesarios para contar esta historia a lo grande, como es esta producción, es Thieleman el que recibe más y sonoros aplausos. Sin embargo, El oro del Rin, la primera jornada, no destaca especialmente por lo musical. Puede ser por que el espectacular montaje de Tcherniakov, el director de escena de este Ciclo, hace que el ojo, la vista, prime sobre el oído, la audición. Una audición que en algunos momentos recuerda que esto ya se oyó con calidad similar en la última producción de la tetratología que se vio en el Teatro Real.

También por la dramaturgia elegida. Con la que hay que hacerse. Una dramaturgia que sitúa estas sagas mitológicas en un centro sanitario y de investigación de los años cincuenta o sesenta. El ESCHE, Centro de Experimentación de Comportamiento Humano. Centro cuyo acrónimo se parece al nombre de Escher, el artista de los laberintos sin dirección, en cuyos cuadros es difícil saber si se va para arriba o para abajo.

Un gran centro con todopoderosos directores o gerentes de los que piensan que el mundo está a su servicio. Dioses del olimpo de las democracias occidentales, que se la tiene que ver y jugar con los gigantes, para construir el centro por excelencia, uno mucho mejor. Unos constructores como los que existen ahora mismo en nuestra sociedad, sin gusto y a penas educación.

Como también se las tienen que ver con los enanos. Seres viles y serviles. Sujetos de investigación y experimentos, como lo es el Woccekz de Büchneer y Berg. Trabajadores anónimos y estresados en oficinas compartimentadas, oscuras, en los niveles más inferiores del centro. Oficinistas que teclean en sus ordenadores, como los enanos en el original daban golpes en un yunque. Al fin y al cabo, todo es trabajo monótono y repetitivo alienante, trabajo para otros en el que no es posible realizarse.

Por otro lado, si no se le da el beneplácito absoluto a Thieleman como sí hace la gran mayoría de los asistentes, tal vez se deba a que es un proyecto musicalmente heredado. En el que se echa de menos una lectura propia. En principio era Barenboim quien lo iba a dirigir el que se lo había preparado a conciencia. Sin embargo, una grave enfermedad neurológica lo ha apartado de la dirección musical y Thielemann tomó el relevo. Decisión tomada por el teatro seguramente teniendo en cuenta su wagnerismo y que iba a dirigir el ciclo para la Ópera de Dresde.

A diferencia de lo que pasa con El oro del Rin, parece que Thielemann sí que toma el mando en La Valkiria. En esta producción la música sonó. Por lo menos era más difícil no tenerla presente como espectador, reclamaba su atención.

A lo que contribuyó que lo que pasaba en escena no resultaba tan sorprendente como en la jornada anterior. Una vez pasada la sorpresa del espectacular montaje. Aunque Tcherniakov continúa ofreciendo elementos para que el público lea y entienda esta ópera desde los referentes contemporáneos. Del debate público, cultural y político que está en la calle.

¿Tomó Thielemann los mandos para bien? Sí, pues la música reclamaba su lugar en la conciencia del espectador. Reclamaba su participación en el drama. Su estar por derecho propio. Y hubo momentos excepcionales. Como en el ataque de sororidad de las valquirias reclamando a Wotan que no castigue a Brunilda. Mujeres reunidas en la sala de conferencias del ESCHE. Sentadas. Que gracias a la música y a la voz, se las siente volar alrededor de Wotan, con su reclamación de clemencia para su hermana.

Sí, Wagner ya hablaba de esa hermandad entre mujeres, aunque no lo nombrase como sororidad, y Tcherniakov ha sabido verlo al leerlo ponerlo para que se entienda como una realidad y no una fantasía. Para que esta historia mitológica que habla de dioses y seres fantásticos hable realmente de seres humanos y sus comportamientos hoy en día. Y hay muchas escenas de estas y que no se olvidan. Como la de los yunques citados.

Entonces, ¿por qué Thielemann no acaba de convencer? Quizás porque de él se espera una lectura radicalmente nueva. Como la que se espera ver y escuchar en el Ciclo del Anillo que de Dresde a partir de una producción de Wernicke con veinte años de existencia que se vio en su momento en el Teatro Real con mucho éxito. Una producción distinta. Más abstracta. Más fantasiosa. Menos concreta.

Una lectura de artista, no de un excelente técnico de la interpretación musical. En vez de hacer sonar las notas perfectas, se espera una lectura que permita apreciar o iluminar aspectos de la obra que otros directores no han sabido ver en la partitura. Para entendernos, lo que hizo Pablo Heras Casado con este mismo ciclo en el Teatro Real. Donde él veía bandas sonoras y una subterránea influencia italianizante en la partitura del Anillo que quiso poner en valor, mal que le pesara a muchos y muchos espectadores. Aspectos a los que se aplicó con ahínco. Un punto de vista y una intención que seguramente han influido mucho en que se le haya elegido para el concierto con el que se abrirá el Festival de Bayreuth el año 2023.

¿Quiere decir todo lo anterior que este nuevo Ciclo que tenía en vilo a los corrillos en Bayreuth el pasado verano no es para tanto? Ni de lejos. Quizás los comentarios anteriores se deban a que a un centro como la Staatsoper de Berlín se acude con las expectativas muy altas. Y con las exigencias también.

La puesta en escena es de campanillas. No faltan recursos y eso se nota en los movimientos de la escenografía, en el vestuario, en la iluminación. Y en la dirección de Tcherniakov, que habitualmente se confunde desde la butaca con las escenografías que acompañan a sus propuestas. Una dirección impecable a la hora de buscar intenciones en los personajes, acciones a lo que cantan y a la música que suena en sus cabezas.

Una dirección de escena que desde la butaca parece muy trabajada con la dirección musical. Y lo que mejor ejemplifica, de las dos jornadas vistas, es la escena en la que Erda convence a Wotan de que entregue el anillo a los gigantes y no se deje dominar por el poder de este. No es solo que Anna Kissjudit, que hace de Erda, cante como los ángeles, sino que sabe interpretarlo, contarlo al espectador desde una interpretación que va más allá de su capacidad canora. Nadie, ni un dios, podría haberse sustraído a sus argumentos musicales para quitarse el anillo y dárselo a los gigantes. Un discurso actoral hecho desde la calma, construido a partir del silencio, en el que se la vio en una escena anterior, y del azul claro pastel del vestido que lleva.

Lo mismo pasa con casi todos los personajes. Se nota en Michael Volle que hace de Wotan. Quizás un poco sobreactuado en sus ataques de ira, pero no en su papel de marido matrimoniado, resignado, cuando se le muestra la evidencia de su infidelidad. Ni tampoco en el de padre que debe castigar a su hija valkiria a su suerte, mal que le pese y reconociéndose responsable por haberla usado de confidente de sus emociones con respecto a Siegmund, su hijo humano.

Y con Rolando Villazón y su Loge en El oro del rin. Un malo cómico. Poco cuidadoso en los detalles. Que, para esconder una trapacería, se inventa una mayor. Malo de pacotilla que teje con materiales poco buenos. Que, al menos en la tercera representación del Ciclo, estuvo en su lugar y supo dar al personaje un cuerpo y una voz que permitían ver la mediocridad del personaje. Lo poco atractivas que resultan, lo que sabe poner en el canto gracias a sus dotes actorales.

Aunque si alguien sabe sacarles partido a las indicaciones del director de escena y del director musical, a la idea que ambos tienen de la obra y de los personajes, es Anja Kampe. Su Brunilda, la protagonista de La valkiria, la segunda jornada del ciclo, es para recordar.

Tiene en escena la fuerza de los jóvenes actuales. Convencidos y comprometidos con lo que hacen y con las causas que eligen. Los que son conscientes de que sus actos sí tienen consecuencias. Lo que no significa que no traten de minimizarlas en un entorno democrático de negociación. El entusiasmo que despierta en las butacas no tiene tanto que ver con su capacidad técnica de cantar, sino con su capacidad de crear un personaje en acción y en acto con todos los recursos que tiene, no solo la voz. Frente a todas esas Brunildas que se ponen en el centro y ¡hala! a cantarse un Wagner.

Podrían enumerarse muchos más elementos. Todos con la misma filosofía. Con el objetivo de construir un drama. Es decir, de hacer teatro. Seguir enumerando, sería repetirse. En cualquier caso, aquellas personas para las que la ópera sea música y solo música, con ilustraciones de época o bonitas, como cromos o fotografías en las que identificar a los personajes, no les merecerá la pena esta representación.

Para el resto de espectadores, sobre todo para aquellas personas que crean que Wagner sigue teniendo algo que contar en este siglo XXI, que no es un clásico porque la tradición lo tenga etiquetado así, esta obra les permitirá contextualizarlo. Saber que tiene que decir hoy sobre las formas de comportamiento humano con las que experimentó y las conclusiones que llegó.

Comportamientos que también hoy ocupan una y otra vez cualquier conversación no solo los programas de televisión tipo Sálvame ¿o es que nadie habla de lo que hace una compañera del trabajo o el vecino del adosado?

Este Ciclo con esas conclusiones o reflexiones wagnerianos sobre el comportamiento humano hace un buen drama musical para que el público actual entienda que habla de lo que nos pasa. Que lo que cuenta le concierne. Para eso necesitan los asideros contemporáneos que le encuentran Tcherniakov, Baremboin, Thielemann y Guggies (ayudante de Baremboin y director musical de la segunda representación que se hizo de esta producción a mitad de octubre). Ideas todas estas que tendrán que vérselas con las otras dos jornadas del Anillo, Sigfried y El Ocaso de los dioses, cuando toque verlas.

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