El Teatro Real repone el montaje de Richard Jones de La bohème de Puccini. Un montaje poco espectacular pero resultón. Lo hace con dos repartos entre los que no hay grandes diferencias. Ni tampoco resultan especialmente llamativos. No están mal, es lo mejor que se puede decir.
La baza esta vez es Nicola Luisotti, el director de orquesta. Una baza que se confirma, al menos en la segunda representación. La orquesta suena a música y ya está. Lo demás, parafraseando a Shakespeare, debería ser silencio.
Con todo lo anterior, la crítica (oficial) parece querer decir que se trata de un espectáculo más bien pobretón. Lo dicen sin decirlo a las claras, como si tuvieran miedo ¿de qué? En dichas críticas, se refieren fundamentalmente al reparto, aunque lo que se lleva el varapalo es el montaje. Cuando realmente quieren dárselo a la escenografía. Y es que no tiene el empaque de los aparatosos montajes de Zeffirelli ni los de del Mónaco. Y echan en falta la que este último hizo para el Teatro Real.
En cualquier caso, esta historia de los pobretones artistas bohemios y de las mujeres que les acompañaban en el París del siglo XIX en el que campaban a sus anchas el frío, el hambre, el vino malo y la tuberculosis siempre ha gozado del favor del público.
Habitualmente un público que estaba lejos de todas esas precariedades vitales y se podía permitir pagar lo que cuesta una o más entradas de ópera. No se sabe si para recordarse lo miserable que puede ser la vida y lo privilegiados que son. Una vida que, si se pone por delante, ni si quiera permite el ejercicio del amor, que solo depende de querer y de que te quieran.
Seguramente van por la música, que es agradablemente buena, y porque a la gente le gusta, y mucho, el drama romántico. Lo que la convierten en un buen inicio para todos aquellos que quieran probar. Desde luego, todas esas personas que se agolpan en los teatros y espacios de musicales que florecen en Madrid, fliparían. Siempre y cuando no les importase que las canciones se canten en su idioma original, obligándoles a leer los sobretítulos, y que hasta los diálogos sean cantados.
Para esa inmensa mayoría que pide una música que suene bien, con melodía, y una historia que les funcione, esta Boheme es un producto más que digno. Quizás, ese es el objetivo del Teatro Real, competir en una cartelera llena de musicales. Hacer que el público popular que en otros tiempos tuvo la ópera vuelva al teatro, aunque solo sea por navidad. Ese tiempo en el que se hacen gastos extra y se consume para celebrar.
En esta comparación no tiene rival, al menos con el segundo reparto, no son actores malos. Y hacer la Mussetta histriónica de este montaje sin que se te vaya el personaje mientras cantas, como lo hace Raquel Lojendio, no es fácil. Incluso Joshua Guerrero que tuvo que sustituir de urgencia a Andeka Gorrotxategui en este reparto que no pudo cantar por enfermedad, lo hace bien. Como si hubiera estado en la producción desde el principio.
Así que, si el coste de la entrada no es un freno, pues ya se sabe que los precios del Teatro Real están disparatados, vaya a La boheme. No va a encontrar un espectáculo musical mejor en la cartelera madrileña. Seguro. Ni va a olvidar la experiencia.
En el caso de que le guste la ópera, y sea una persona habitual de este teatro buscando la excelencia, le van a surgir muchas preguntas. Pero si lo que quiere es escuchar una ópera bien hecha, no hay más que hablar. Ni tampoco que escribir. Vaya. Siéntese. Aplauda cuando le apetezca. Disfrute. Que después, si te he visto no me acuerdo.
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