En el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional hay una fiesta cada tarde. Es la fiesta que organiza la compañía Matarile, con Ana Vallés a la cabeza Porque eso es Inloca. La fiesta de unos europeos sumamente ridículos, como cualquier ser humano, a la que pone ruido, comida, bebidas saludables, optimismo y buen rollo un palomitón y unas cuantas batidoras. Unos europeos con una Historia y una Cultura que les dota de una mirada determinada y una forma de entender el mundo. De bailárselo.

Antonio Hernández Nieto
1 febrero 2022
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Bárbara Sánchez Palomero

Una fiesta en la casa vacía de la vieja Europa. Una casa vacía que primero tuvo que construirse. Luego llenarse. Y, por último, vaciarse de lo que se había llenado. Hacer el vacío, por tanto, no es nada sencillo. Es un proceso largo y complejo.

De vaciar es de lo que hablan Celeste y Claudia Fauci en el hermoso prólogo de esta obra. Lo hacen después de haberse encontrado con el diablo en la playa en el espectáculo anterior de esta compañía que se vio en el Teatro de la Abadía. Mirando al mar, con las piernas cruzadas, tomando perspectiva, juntas y en silencio. Hasta que deciden vaciar ese mar que miran sacando el agua con las manos.

Un imposible. Pero que, a diferencia de Lorca, que solo se quedó en preguntarse por cómo meter la Vía Láctea en escena, ni ellas, ni Ana Valles, la directora de la obra, ni el resto del elenco se arredran para alcanzar su propósito. Lo hacen con el placer y la energía que da afrontar este reto de una manera inteligente optimista, adoptar, digan lo que digan, y voluntariamente ese papel.

Así se suceden, con una gramática no apta para académicos pues está en plena ebullición y construcción, las imágenes, las historias, las anécdotas, las acciones, los happenings y la música. Mucha música, como corresponde a la danza, a una coreografía. Música de estos tiempos. Donde reina la electrónica en sus múltiples vertientes.

Desde el electroclash de Jay-Jay Johansen al electro ¿heavymetalero? de IDLES o Iron Sight. Pasando por el agradable electropop cañero de los belgas Vive la Fête. Selección en la que no falta el rap de la banlieue francesa, el hip-hop noruego. O la recuperación del punk de los primeros días con la poeta, compositora y cantante Patti Smith, hasta el rock garagero de Pixies.

Acompañados por músicas de otros tiempos. Como el bolero Ven devórame otra vez, o el funky y el soul de Aretha Franklin y Diana Washington. Músicas con otro tempo que siguen, gracias a las radiofórmulas de la melancolía, viviéndose como actuales, de hoy mismo. Como se viven los clásicos.

Músicas que llaman a saltar y a bailar, desmelenarse, a moverse de manera compulsiva y retorcidamente contemporánea. Un movimiento al que acompañan los vestidos que han sido diseñados para la ocasión. Trajes que, además de hermosear los cuerpos, de mostrarlos más y mejor que cuando están desnudos, les permiten moverse con toda la energía que exige esta música.

Músicas intervenidas por la prosodia de las voces de los bailarines y performers que forman parte del elenco. Prosodia que aporta una determinada musicalidad con la que también mostrar y mover los cuerpos en escena. Que condicionan pasos de baile tan importantes como ese en el que se salta sobre una mesa portátil de merienda dominguera y se parte literalmente. La mesa de domingo, sobre la que se pondrán la tortilla y sobre la que se abrirá la lata en el campo. Mesa destrozada que de vez en cuando volverá aparecer poniendo contexto a lo que se dice y se baila.

Unas voces que no dicen cualquier cosa. Están llenas de citas de Agamben, Deleuze, Benjamin y de las propias historias y anécdotas de un elenco en el que las personas se confunden con sus personajes. Donde pueden encontrarse con Louise Bougeois en el Pompidou hablando de feminismo mientras se toman una norteamericana Coca- Cola y Notre Dame, la vieja Europa, arde. Un fuego feminista, tras tanto tiempo de sometimiento.

Un escenario en el que cuerpo, voz, texto y música crea situaciones específicas. Situaciones bailables en el sentido de moverse en el escenario. Ocupar el espacio como ¡forma de deslocalizarse! Vano empeño. A la vez que se va (de)construyendo la Europa de los europeos y con ellos los individuos. Unos individuos que enfrentan a la rabia animal y disecada que ocupa, llenándose de polvo, los viejos museos. Haciéndola sempiternamente presente.

La Europa de los que tienen un recorrido vital e intelectual. La que no reconoce los mapas, con sus límites y sus fronteras, si no fuera porque han sido educados para verlos y vivirlos. Unos europeos que se resisten a ser localizados, situados, por donde nacieron, sino que prefieren serlo por lo que hicieron a lo largo de sus vidas en esa larga Europa, donde se nace en un lugar y se puede morir en otro.

Y lo que hicieron fue bailar a Balanchine en Pigalle. Y lo que hicieron fue crear la posibilidad de los campos de concentración y su realidad. Contado en una de las más hermosas escenas en la que la delgada desnudez de Claudia Faci ilustra, da la imagen, de un judío en el campo. Y lo que hicieron fue una performance angelical en su Burgos natal.

Sí, todo esto ha pasado, pasa y se puede bailar en un lugar llamado Europa. Si, todo eso pasa y se baila en un lugar llamado Teatro María Guerrero. Sí, todo eso pasa gracias a un Centro Dramático Nacional que bajo la dirección de Alfredo Sanzol y su equipo está tratando de renovar la mirada y el oído de su público. Lo hace con convicción. Facilitando los medios y los recursos para que lo contemporáneo pueda hacerse tan bien como un clásico y pueda ocupar, compartir, los lugares con los clásicos.

Y no vean lo bien que lo ha aprovechado Matarile. Sobre todo, porque ha invertido en recursos humanos. Es decir, en el elenco. Un elenco que da lo mejor de sí mismos para hacérselo pasar bien al personal e invitándole a desarrollar un lenguaje que permita, no solo bailar, sino hablar con belleza y con fuerza, con convicción, de lo que pasa y de lo que nos pasa. Para eso, Ana Vallés, abre el telón apartando la luz, ¡qué sutil imagen tan bien puesta en escena!, mostrando toda una bella oscuridad. Sí, es una deslocalizada fiesta en el María Guerrero.

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