La cita operística del mes de enero en España ha sido en Valencia. En el Palau de les Arts para ver Elektra de Strauss dirigida en lo musical por Marc Albrecht y en lo escénico por Robert Carsen.

Antonio Hernández Nieto
1 febrero 2020
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Elektra - Palau de les Arts

Parece un tema baladí, pero no lo es. Habla de cómo la ópera está sufriendo un proceso de descentralización. Un proceso en el que las picas en Flandes se ponen por doquier. Y los profesionales y los aficionados tienen que salir de sus confortables zonas del Metropolitan de Nueva York, o de los teatros de ópera de Paris, de Viena o Berlín o Moscú. Y, en el caso de España, de los territorios operísticos que marcan Madrid con el Teatro Real y Barcelona con el Liceu.

La de Valencia es una más de las que pide paso y voz en esta deslocalización de los grandes centros de producción. Constreñida, por el aspecto presupuestario, su director artístico actual, Jesús Noriega, procedente de la Dutch National Opera & Ballet, habla con mucho entusiasmo de su proyecto para este teatro. De cómo vincularlo cada vez más y mejor a la ciudad y a la Comunidad Autónoma que lo financia y acoge, sin perder el paso en esta globalización de las marcas operísticas, necesaria para atraer a todos esos profesionales que los públicos locales quieren escuchar y ver.

La Elektra que ha programado en enero era un suceso del que había que hablar. Un segundo peldaño del camino que está pavimentando. Segundo, porque no hay que olvidar que hace bien poco se programó en la pequeña sala Martín y Soler del mismo teatro Les mamelles de Thirésias de Apollinaire y Poulenc en versión de dos pianos. Obra que empezó tímida en taquilla pero que, a medida que el público iba a verla, se fue extendiendo por el método de boca-oreja lo bien que estaba. La consecuencia, acabó con llenos y con gente buscando entradas.

Les mamelles, cumplía lo que ofrecía. Lo primero, mostrar una obra poco conocida de tema muy actual. En la que una mujer, una reina llamada Thérèse, decide dejar su condición de mujer como productora de hijos, cuidadora de casas y reposo de guerreros. Por lo que se quita el pecho, se deja barba, sale a conquistar el mundo y le dice a su rey que ¡ahí te quedas! Se trata de una comedia loca y disparatada que funciona por la eficacísima dirección de escena de Ted Huffman y el compromiso de los cantantes y los pianistas que estudian en el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo que la protagonizaban. Una ópera bufa del siglo XX que debería verse y oírse más por su actualidad y para disfrute del público. Seguramente si no se ve más es porque supone problemas de exhibición y producción por su corta duración, a penas una hora, lo que honra a este teatro el haberla hecho.

Elektra es otra cosa. Un monumento operístico que se ha ido incorporando al repertorio. Así lo entendió muy bien Mortier que le encargó la escenografía al reputado artista Alsem Kieffer y este le respondió con un edificio escultura rotundo que ocupaba y encerraba el escenario del Teatro Real. Obra basada en un mito que sigue atrayendo la imaginación de los artistas. Antecedente femenino de Hamlet en el que una hija, una princesa, quiere vengar el asesinato de su padre, Agamenón, a manos de su madre y el nuevo marido de esta. Una obsesión que no la deja vivir, que la arrastra una y otra vez a la tumba en la que está enterrado su padre, para no olvidarle, y con ella pretende arrastrar a sus hermanos. La venganza como forma de vida que no deja vivir y que mata todo a su paso, hasta a uno mismo. Toda una tragedia griega que atrajo la imaginación de Richard Strauss y de Hugo von Hofmannsthal poco antes de que comenzara la I Guerra Mundial.

Además de los reputados directores musical y escénico citados al principio, el teatro ha recurrido a cantantes de primera línea, como son Irene Theorin y Doris Soffel, dos muy buenas opciones, de las mejores según muchos profesionales, para esta ópera. A la que se han añadido Sara Jakubiak y Derek Welton que hicieron la delicia de los espectadores, más bien porque son más desconocidos en los escenarios españoles y resultaron ser la sorpresa. Rasgo característico de esos centros operísticos que están descentralizando y multilateralizando la ópera, el poner en valor interpretes que son poco conocidos por el gran público.

En este camino que Les Arts ha comenzado a pavimentar el siguiente peldaño también se quiere que sea sólido. Por eso tiene anunciado un Il viaggio a Reims de Rossini que se trae del Dutch National Opera & Ballet. Uno de los centros de producción operísticos más modernos y que están también contribuyendo a la descentralización y al multilateralismo. Un montaje que, si uno se fija bien, está programado con la conciencia de que Les Arts tiene un pasado en el que apoyarse. Un pasado primero alemán, que ha cubierto con Elektra, y uno de bel canto, que va a cubrir con Il viaggio en el que trae de nuevo a la casa a Damiano Michieletto, quien ya sorprendiera con su dirección de escena de L’elisir d’amore que estrenó en Valencia para luego girar por todo el mundo y que recientemente se ha repuesto en el Teatro Real.

A lo anterior hay que añadir el interés de la nueva dirección artística del Palau porque el Centro de Perfeccionamiento se abra a diferentes profesionales de la ópera, más allá de los cantantes, su intención de hacer producciones propias y de facilitar la creación de nuevas óperas. Todo ello hace pensar que Valencia se puede convertir en uno de esos puntos descentralizados en los que resuene la ópera que se produce hoy en día.

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