El Teatro Real convoca por segunda vez a ver y oír Aquiles en Esciros de Franco Corselli. La primera convocatoria fue justo antes de que se cerraran los teatros por la pandemia de covid. Y, por tanto, no se pudo ver. La segunda este mes de febrero, en la que la enfermedad, no se sabe cuál, también la ha perseguido, pues ha habido cambio de cantante, Gabriel García ha sustituido a Franco Fagoli. Incluso ha habido cancelación de algunas representaciones.

Antonio Hernández Nieto
1 marzo 2023
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Javier del Real

Con todo y con eso, parece que se ha superado la maldición que había sobre esta ópera. Hasta ha llegado a retransmitirse urbi et orbi. Lo hizo a través de Operavision. Una plataforma educativa y europea en la que distintos teatros de ópera del continente muestran sus producciones de forma gratuita. En este caso hasta agosto del año en curso.

Ópera que se programa dentro de la recuperación del patrimonio español. Pues, aunque se canta en italiano, ya que su libretista es Metastasio y su compositor Franco Corselli, la ópera es española. Compuesta en España para ser representada aquí, en la corte.

Y, a tenor de lo que se ve, no parece una recuperación forzada. Es decir, no parece que se haya programado solo para cumplir con el objetivo que tiene el Teatro Real, a instancia de las instituciones que lo financian y su patronato, de recuperar dicho patrimonio español.

Y de serlo, bienvenida sea, ya que se trata de una ópera llena de bonitas arias que hacen las delicias del espectador. Y que plantea la pregunta de cuál ha sido el motivo por el que esta ópera ha estado tan olvidada y, al menos ahora que el Barroco arrasa, porque no se ha programado antes y más.

La historia que cuenta tiene bemoles. Para proteger a Aquiles de la muerte, su madre lo esconde en Esciros vestido de niña. Allí crecerá como tal, pero con deseos libidinosos por sus compañeras, y en concreto por la princesa.

Deseos que son correspondidos, por lo que Aquiles, para estar al lado de su amada, mantiene el disfraz y la farsa. Hasta que llega el machote de Ulises, cantando en falsete, buscando al gran Aquiles que lo necesitan en la batalla de Troya. A la que le azuzan a acudir por eso de que quedarse con la persona amada no es ni de hombres, ni de héroes, ni de dioses. Y él es la tres cosas.

A partir de este momento, Aquiles se debatirá entre estar al lado de la amada o de su pueblo, los griegos. En el primer caso perderá su prestigio. En el segundo, existe el riesgo de ser gravemente herido incluso de morir.

Aunque la anécdota pudiera sonar a comedia, no lo es. Ni se describe como tal. Es una ópera seria, otra cosa es que resulte simpático ver a Gabriel García vestido de mujer y haciendo de un hombre que imita movimientos de mujer. Como ver al padre de su amada atraído y tratando de ligar con este Aquiles disfrazado.

A decir verdad, no se oye ninguna risa. La escenografía no mueve a ello. Con ese aspecto de cueva ciertamente abisal, en la que tanto los personajes, como el coro, como unas esculturas que se ven en una escena, pegan como un Cristo con dos pistolas. Si bien es cierto que, pasado el shock inicial, desde la butaca uno se va olvidando de ella.

En este olvido tiene que ver fundamentalmente la música. Una música que en un principio no parecía llamar al entusiasmo ni en cómo sonaba ni en cómo fluía. Pero que poco a poco se va haciendo con la audiencia, sobre todo, y como ya se ha dicho, por sus arias. Canciones que bien podrían estar en la playlist de la época, sin entonces hubiera existido Spotify.

Un lucimiento que no se sospechaba al principio. Pues Ivor Bolton, el director musical, parecía haber apostado por una dirección rutinaria. Para salir del paso. Con la eficiencia que tiene un maestro como él.

Claro que los cantantes no le iban a dejar. Ellos eran conscientes de que las canciones estaban hechas para lucirse y se lucieron. Y, en cuanto Bolton se dio cuenta, y se dio a ellos, la cosa cambió. Digamos que progresó adecuadamente para convertirse en un espectáculo popular.

También Mariame Clément, la directora de escena, es consciente de que es una ópera de arias. Eso convierte esta producción en una producción fundamentalmente centrada y cantada en proscenio.

Igual que es consciente de que la ópera fue escrita para celebrar los esponsales de la infanta María Teresa con el Delfín de Francia. Y de paso adoctrinarla como futura reina. Mediante el rol-model que le ofrece Deidamia, la princesa de Esciros de la que está enamorado Aquiles.

El programa de adoctrinamiento está muy claro. La mujer se queda en casa, tiene y cuida a los niños. Por supuesto, no va a la guerra. Y tiene que aceptar que su marido, su hombre, su héroe, su dios, tiene obligaciones que la alejarán de ella.

El planteamiento de esta directora con referencias historicistas hace que haya excesivamente sutiles comentarios contemporáneos a este arco dramático. A este desarrollo de personajes. Y se cuente como el no va más el que haya puesto a la citada infanta, a su novio y a sus padres, los reyes, mirando al público al final.

Algo que desde la butaca no se entiende si no se ha leído antes de entrar que en la época en la que se estreno, que los reyes saliesen en escena, mirando directamente a los espectadores, era, casi, una herejía. Un escándalo. Sin sentido ahora que la realeza tiene que estar mirando a sus súbditos si quiere persistir en los tronos, al menos en Europa.

Se echa en falta el comentario de la obra desde la contemporaneidad. El que a una reina adolescente la llamen a capítulo, a sus obligaciones, no es mucho comentar. Y otras sutilezas, son tan sutiles, como envolver a la princesa de Escirros en un velo de tul de novia, que pasan desapercibidas en el espíritu general del montaje. Por eso se agradece cuando se le escapa un gesto claro. Versos sueltos y valientes.

Siendo los dos más evidentes al final. Cuando la misma princesa cantando la inmediata ausencia de Aquiles busca entre las enaguas de la falda que este ha dejado atrás al hombre que es. Una hombría que marca pasando las manos donde las faldas debían estar en contacto con la entrepierna. O cuando da a entender que su pena, penita pena, por la marcha del amado se debe a que está embarazada.

En cualquier caso, viendo sus valores, tan solo es de esperar que, gracias a esta iniciativa y a su gran tirón popular, se vaya convirtiendo en una ópera de repertorio. Al menos del repertorio barroco que tanto gusta programar a los teatros de ópera actuales, y a su público. Y encuentre una suerte musical y escénica que acerque al público tanto lo que se canta como lo que se cuenta.

No porque la producción del Teatro Real esté mal en estos aspectos, sino porque más allá de la playlist de canciones, para los puristas digase de arias, las óperas si son clásicas y/o de repertorio tienen algo que decir del momento en el que se representan. No son históricas, sino contemporáneas de quienes van a escucharlas y verlas.

Para ver la ópera en el Canal de YouTube de OperaVision haga clic aquí

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